Seis parásitos horripilantes que quizás no conozcas
Desde el comelenguas al que hace vudú con las hormigas. Un libro explica la vida de las criaturas más peligrosas de la naturaleza, capaces de devorar a sus propios hospedadores e incluso modificar su conducta de forma suicida
“El siniestro comelenguas”
Los parásitos son las formas de vida más exitosas de la Tierra y, aunque hay que reconocerles que colaboran en la creación de los ecosistemas y promueven la evolución, también actúan de forma aterradora, provocando terribles enfermedades, devorando a sus hospedadores e incluso controlando su conducta. En el libro “Parásitos” (Capitan Swing), el divulgador científico estadounidense Carl Zimmer se adentra en el fascinante (y repugnante) mundo de estas criaturas. Aquí recogemos las historias de algunas de ellas y advertimos que no son muy recomendables para las sensibilidades más aprensivas. Si sufrió con “Alien”, esto le va a parecer terrorífico.
Uno de los parásitos más siniestros del mundo (solo hay que ver la imagen) es el Cymothoa exigua, que se encuentra principalmente en el Golfo de California. Se las arregla para adherirse a la lengua de los peces y beber su sangre hasta que el órgano se atrofia y desaparece. Entonces, ocupa su lugar y el pez emplea al inquilino como si fuera su propia lengua. El invitado se alimenta de las mucosas del anfitrión sin robarle la comida que este ingiere ni hacerle daño. Se trata del único parásito conocido que sustituye a un órgano de manera funcional.
“Serás una madre perfecta”
El percebe Sacculina es, según Zimmer, un “emblema de lo sofisticado que puede ser un parásito”. Cuando la hembra detecta un cangrejo, llega hasta una articulación de la pata, donde el exoesqueleto deja un resquicio, y alcanza el tejido más blando. Pincha en el agujero de un pelo y de esa forma se deshace de la mayoría de su cuerpo, que se convierte en una cáscara que deja atrás. La parte que sigue viva se parece a una babosa microscópica que se sumerge en su hospedador, el pobre cangrejo que no sabe lo que le espera.
El parásito se establece en la parte inferior del cangrejo y crece, extendiendo una especie de delgados dedos carnosos que parecen raíces alrededor de todo el cuerpo del cangrejo y que le absorben los nutrientes disueltos en la sangre. A pesar de todo, el cangrejo sigue con los suyo hasta que, horror, llega un nuevo invitado. Un macho que hace lo mismo que la hembra, también se mete dentro, y se fusiona con ella. Hay sitio para uno más, así que cada Sacculina hembra puede llevar dos machos consigo durante toda la vida. Estos fecundan continuamente los huevos y cada pocas semanas nacen nuevas larvas.
Pero esta multitud empieza a pasar factura al cangrejo, que ya solo existe para servir al Sacculina. No puede mudar ni crecer ni aparearse, porque ha sido castrado. Solo puede comer y comer. Pero el cangrejo mantiene su impulso maternal (incluso si es macho) y confunde el bulto que forma el parásito con su propia bolsa de huevos, así que lo acaricia para mantenerlo limpio y ayuda a las pequeñas larvas parásitas a emerger y dispersarse.
Una historia muy triste.
“Entro por un tobillo humano”
El Schistosoma es un trematodo que infecta a más de 200 millones de personas. Sus huevos eclosionan en agua dulce y los jóvenes parásitos buscan un caracol donde alojarse. Dentro, el parásito pasa por varias generaciones hasta llegar a una etapa en forma de misil llamada cercaria. Nadando en el agua de un estanque, si siente moléculas procedentes de la piel humana, irá a por ella alocadamente. Puede perforar la piel de un tobillo, por ejemplo, y en unas horas alcanzar un capilar, por donde avanza ayudado de un par de ventosas. Así, consigue llegar a una vena más grande hasta que una corriente sanguínea le arrastre hasta los pulmones. De ahí pasa a una arteria y puede que recorra el cuerpo entero de su hospedador tres veces hasta que finalmente se pare en el hígado.
Tanta actividad da hambre. El trematodo se aloja en un vaso sanguíneo y toma una gota de sangre. Si es hembra, empieza a formar un útero. Si es macho, se forman ocho testículos. Crece y busca un compañero. Si hay suerte, habrá más como él alojados en el hígado. La hembra se fija al macho y se van de luna de miel por los intestinos. El destino final dependerá de su apellido: El Schistosoma mansoni se detiene cerca del intestino grueso; el haemotobium, en la vejiga, y el nasale (de las vacas), en el hocico.
El destino final será su residencia donde vivirán juntos toda la vida (también hay parejas homosexuales). Se aparearán diariamente y pondrán huevos que llegarán hasta el hígado, donde causarán fuertes dolores al pobre infectado. Otros huevos irán por los intestinos y escaparán del hospedador para buscar un nuevo caracol.
“Paralizado por el ADN de mi enemigo”
La avispa parásita Cotesia congregata, del tamaño de un mosquito, utiliza al gusano del tabaco como hospedador. Aterriza sobre él, trepa por su costado y le introduce los huevos, que eclosionan en su interior. El sistema inmunitario del gusano no puede hacer nada porque junto con los huevos, la avispa madre le ha dejado un regalo, una especie de sopa espesa donde nadan millones de virus que a ella no le afectan, pero que son un arma contra el gusano. Los virus invaden las células del hospedador en cuestión de minutos y se apropian de su ADN, forzándolas a fabricar nuevas y extrañas proteínas que destruyen el sistema inmunológico del gusano, que queda tan indefenso como una persona que parece sida en su estado más avanzado. Gracias al virus, los huevos de la avispa pueden eclosionar y empezar a crecer sin oposición. Pero después de unos días, cuando las larvas de la avispa ya pueden manejar el sistema inmunológico por su cuenta, el gusano se recupera. Es posible que el virus descienda de un fragmento de ADN de la avispa. Si es así, las avispas parásitas son capaces de insertar sus propios genes en las células de otro animal con la intención de transformarlo en un lugar donde vivir cómodamente.
“Hormigas tiranizadas por el vudú”
El Dicrocoelium dendriticum es un trematodo que se puede encontrar en las praderas de Europa y Asia y, en algunos casos, en América del Norte y Australia. Son parásitos de las vacas y otros animales de pasto, que expulsan sus huevos junto a sus excrementos. Los caracoles ingieren los huevos, que eclosionarán en sus intestinos y se establecerán en la glándula digestiva. Allí producen cercarias que intentarán salir hasta la superficie del crustáceo. El malogrado caracol intenta defenderse con babas, que se quedan en la hierba con las cercarias.
Entonces aparece una hormiga que se traga la baba y con ella cientos de parásitos. Estos deambularán por su cuerpo hasta llegar al grupo de nervios que controlan las mandíbulas de la hormiga. Después se dispersan, pero uno o dos se quedarán en la cabeza de la hormiga. Y es como si hicieran vudú, obligando por la noche a la hormiga a aferrarse a la punta de una brizna de hierba. El objetivo es aumentar las probabilidades de que la hormiga sea devorada por una vaca u otro animal que paste por la zona, donde los parásitos vivirán como adultos.
Curiosamente, si la hormiga no es comida durante la noche, el trematodo afloja la presión que ejerce sobre ella para que regrese al suelo y se proteja del sol. Si muere expuesta al calor, el parásito moriría con ella. Cuando llega el atardecer, manda de nuevo a la hormiga al extremo de una brizna de hierba.
“Kamikazes y cambios de personalidad”
Durante varios años, los científicos de la Universidad de Oxford han estudiado los efectos del Toxoplasma en la conducta de las ratas. En un recinto al aire libre, construyeron un laberinto de caminos y celdas. En cada esquina, colocaron una caja donde poder anidar, junto a un recipiente con comida y agua. En cada caja añadieron un olor concreto (paja fresca, nido de ratas, orina de conejo y orina de gato). Cuando colocaron a las ratas sanas sueltas en el recinto, evitaron el del olor a gato, que les produce mucha ansiedad. A continuación, los investigadores introdujeron a ratas portadoras de Toxoplasma en el recinto. Esas ratas son iguales a las demás… pero tienen más probabilidades de que las maten.
A las ratas con el parásito el olor a gato no les producían ansiedad y exploraban la zona como cualquier otro lugar. En algunos casos, incluso tenían un especial interés y volvían al lugar una y otra vez, como roedores kamikazes. De esta forma, el parásito tiene más oportunidades de llegar hasta un gato, donde completa su ciclo vital.
Los psicólogos han descubierto que el Toxoplasma también cambia la personalidad de sus hospedadores humanos, produciendo cambios diferentes en hombres y mujeres. Los hombres siguen menos las reglas, les importan menos los castigos y se vuelven más desconfiados. Las mujeres, sin embargo, se vuelven más extrovertidas y cariñosas.
Fuente: abc.es/ciencia