¿Se puede matar a una persona derramando veneno por el oído?
El escritor inglés William Shakespeare (1564-16161) se sintió toda su vida fascinado tanto por el cuerpo humano como por la medicina de su tiempo. Esta pasión la plasmó en su literatura, de forma que las referencias a la medicina aparecen en muchas de sus obras. En “Hamlet”, por ejemplo, emplea el beleño para envenenar al padre del protagonista.
Esta obra fue escrita por el bardo de Avon en 1603 y comienza cuando el príncipe Hamlet está deprimido por la muerte de su padre, el rey de Dinamarca, al que supuestamente una serpiente le había matado. El fantasma del monarca se aparece a Hamlet y le pide que vengue su muerte, tras confesarle que el verdadero asesino no ha sido un ofidio sino su hermano Claudio, tras verter beleño en su oído:
“Durmiendo en el jardín, como era mi costumbre por la tarde, tu tío a esa hora insospechada, se acercó sigiloso con un frasco de esencia ponzoñosa y vertió en los portales de mi oído el tósigo ulcerante, cuyo efecto a la sangre del hombre es tan hostil…”.
“¡Por Tutatis y por Belenus!”
Una de las advocaciones más repetidas en los cómics de Asterix es “¡Por Tutatis y por Belenus!”, dos dioses de la mitología celta. Pues bien, el último, Belenus, fue el que dio nombre al beleño. Es una planta de la familia de las solanáceas (como los tomates o las patatas)que se puede encontrar en muros y escombreras.
No fue hasta el siglo XX cuando se descubrió que el beleño tenía elevadas cantidades de escopolamina, una sustancia que se utiliza con fines medicinales para calmar los espasmos musculares. Como ya dijo Paracelso, el fundador de la farmacología moderna, allá por el siglo XVI, la diferencia entre un veneno y un medicamento está en la dosis. En otras palabras, si administramos escopolamina a dosis elevadas podemos provocar la muerte de una persona.
Ahora bien, ¿cómo es posible que el padre de Hamlet no se despertara sobresaltado, por muy dormido que estuviese, cuando el veneno goteó sobre su oído? La única explicación posible, desde el punto de vista científico, es que la sustancia estuviese a la misma temperatura que su cuerpo y que su composición fuese muy aceitosa, de forma que resbalase por el conducto auditivo.
Shakespeare, un adelantado a su tiempo
La vía de la administración del veneno –el oído- es totalmente inusual. Estamos acostumbrados en la literatura a que los venenos se administren por vía oral o mediante inyecciones, pero no a través del oído.
Para comprender su efectividad nos debemos remontar a la época en la que vivió Shakespeare. Debido a las malas condiciones higiénicas y a la falta de antibióticos, las otitis y las perforaciones del tímpano estaban a la orden del día. Si el padre de Hamlet tenía el tímpano perforado en el momento de en el que recibió el beleño, el tóxico habría podido acceder a la circulación sanguínea y desde ahí al resto del organismo, propiciando la intoxicación mortal. Pero, ¿cómo es posible que esto lo supiera Shakespeare si no fue hasta 1628 –quince años después de la publicación de Hamlet- cuando el doctor William Harvey describió por vez primera el funcionamiento del aparato circulatorio?
En definitiva, Shakespeare fue un adelantado a su tiempo: empleó como veneno una sustancia que fue descubierta 400 años después, recurrió a una vía inusual (oído) y asumió que la ponzoña se distribuiría desde allí por vía sanguínea a todo el organismo.
Fuente: abc.es