Prohibidos, perseguidos y asesinados: los “mártires” que lucharon contra las falsas creencias sobre la Tierra
A pesar del nuevo furor del movimiento terraplanista, desde hace casi 2.400 años que la humanidad acepta como un hecho matemático que la Tierra es redonda. Todos los grandes pensadores griegos, incluidos Aristóteles, Aristarco de Samos, Eratóstenes y Claudio Ptolomeo, basaron sus cálculos geográficos y astronómicos en la teoría de su esfericidad. Durante la primera parte de la Edad Media, prácticamente todos los estudiosos sostenían el mismo punto de vista. Sin embargo, durante siglos, se castigó y persiguió a quienes negaban que nuestro planeta fuera el centro de la creación divina.
La ciencia moderna arranca con la revolución iniciada por Copérnico quien sostenía que la Tierra no era el centro del Universo. El modelo del cosmos imperante -propuesto por Tolomeo- afirmaba que mientras nuestro mundo permanecía estacionaria en el centro del Universo, el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas giraban a su alrededor. La Iglesia suscribió este punto de vista porque confirmaba la creencia de que la humanidad y la Tierra eran el centro de la creación divina.
Copérnico tardó veinte años en dar forma a su modelo heliocéntrico del sistema solar. Se dice que en su lecho de muerte, este clérigo polaco recién pudo ver impreso el libro -De revolutionibus o Sobre las revoluciones de las orbes celestes- al que dedicó media vida. La obra establece que la Tierra da una vuelta al día en torno a su eje y que gira alrededor del Sol en un año. También argumenta que los planetas giran alrededor del Sol.
Este cambio de perspectiva suscitó numerosos debates religiosos e ideológicos. La nueva astronomía que proponía no era un mero ejercicio hipotético en cálculos planetarios, sino una descripción de cómo era realmente el sistema solar. La Iglesia católica condenó y prohibió su libro por más de 20 años.
La imagen de un Tierra plana -más allá de los círculos ilustrados- fue utilizada por los artistas medievales para representar la existencia. El exterior del famoso tríptico El jardín de las delicias, de Hieronymus Bosch, es un ejemplo del Renacimiento en el que aparece una imagen de la Tierra en forma de disco flotando dentro de una esfera transparente.
Quizás la mente más brillante del Renacimiento haya sido la de Galileo Galilei, un astrónomo, filósofo, ingeniero, matemático y físico italiano, relacionado estrechamente con la revolución científica. Su trabajo se considera una ruptura de las teorías asentadas de la física aristotélica y su enfrentamiento con la Inquisición romana de la Iglesia católica es un ejemplo del cruce entre religión y ciencia en la sociedad europea occidental del siglo XV.
En una época de oscurantismo pugnó por independizar la fe católica de los hechos probados científicamente. Aunque admitía que no podía haber contradicciones entre la ciencia y las Sagradas Escrituras, creía que determinados pasajes biblicos no debían interpretarse de manera literal. Sin embargo, el movimiento de la Tierra, que no podía demostrar con ninguna prueba, impugnaba lo postulado por la Iglesia.
En 1616 la Inquisición le advirtió que no estaban conformes con sus ideas y le prohibieron defender la visión copernicana y que enseñaba en sus clases. Galileo era sobre todo un buen cristiano, creyente de los preceptos católicos, pero no entendía cómo no aceptaban que desde hacía tiempo la Biblia era una fuente de sabiduría metafórica y no literal.
Como el Santo Oficio seguía de cerca sus pasos, no tardó en abrirle un proceso que lo sentenció a reclusión perpetua. Pese a la reclusión, consiguió terminar Discorsi e dimostrazioni matematiche intorno a due nuove scienze, la última y más importante de sus obras. En ella expuso las leyes de caída de los cuerpos en el vacío y se convirtió en la base de la mecánica desarrollada por la siguiente generación de científicos, con Isaac Newton a la cabeza.
Otro de los mártires de la ciencia, que lucharon para que el conocimiento empírico prevaleciera sobre las creencias virtuosas, fue el filósofo Giordano Bruno, que fue quemado en la hoguera por argumentar a favor de la cosmología heliocéntrica de Copérnico.
Con gran claridad para la época propuso que el espacio era infinito, las estrellas eran otros soles rodeados de tierras y esos otros mundos también estaban habitados. Bruno fue acusado por la Santa Inquisición, se negó a retractarse, fue encarcelado y acabó quemado en el Campo de Fiori, en el 1600. Justo diez años antes de que Galileo, realizara las primeras observaciones que confirmaron algunas de las ideas de Copérnico.
Fuente: clarín.com