El mayor mito sobre el T-rex puede ser falso: sus pequeños brazos sí tenían un cometido, y era salvaje y sangriento
Los últimos años no han sido muy buenos para el Tyrannosaurus rex. No contentos con descubrir que tenía plumas y que en vez de rugir gorjeaba como las palomas, los paleontólogos han concluido que ni siquiera era capaz de correr. La racha de hallazgos bochornosos termina con un estudio sobre sus brazos.
Los bracitos del T-Rex siempre han sido objeto de cierta burla en la cultura popular por su pequeño tamaño. Hasta ahora, la ciencia consideraba esos apéndices como vestigiales. En otras palabras, que eran un elemento en retroceso en la evolución de la especie y que no tenía ningún uso real. Un reciente estudio realizado por el paleontólogo de la Universidad de Hawai Steven Stanley ha encontrado indicios sólidos de que los Tyrannosaurus sí que usaban los brazos. Los usaban para matar.
Stanley ha analizado la estructura de esos apéndices de poco más de un metro y ha concluido que su musculatura y sus articulaciones no concuerdan con un apéndice vestigial y que probablemente fueran capaces de ejercer mucha más fuerza de la que aparentan. El paleontólogo explica que los T-Rex probablemente usaran estos apéndices para causar graves laceraciones a sus presas a muy corta distancia de una manera muy similar a como los gatos usan las patas traseras para arañar salvajemente cuando se enzarzan en una pelea.
La forma de los huesos coracoides en los brazos y del hueso del húmero en el hombro sugiere que los T-Rex eran capaces de mover los brazos con mucha precisión y rapidez. Además de la musculatura necesaria para sostener esos huesos, los brazos están rematados por dos garras en lugar de tres, como es habitual en el resto de saurópodos. Stanley cree que este detalle tenía un buen motivo: aumentar exponencialmente la presión ejercida por las garras al golpear.
Según el estudio recién presentado en la conferencia anual de la Sociedad Geológica de América, un T-Rex adulto era capaz de causar laceraciones repetidas de un metro de largo y varios centímetros de profundidad con sus brazos. Puede que no sea bastante como para matar a un dinosaurio de gran tamaño, pero la pérdida masiva de sangre de un ataque así probablemente ayudaba a debilitar a la presa mientras su mordedura terminaba el trabajo.
Otros paleontólogos ponen en duda las conclusiones de Stanley. Thomas Holtz, de la Universidad de Maryland, aduce que el T-Rex tenía que estar demasiado cerca de su presa como para usar sus brazos con éxito. Pese a las críticas, lo cierto es que el estudio explica algunos detalles, como el hecho de que unos brazos supuestamente vestigiales estén rematados en unas garras de más de 10 centímetros. El propio Holtz matiza que quizá los brazos fueran un arma más efectiva en los T-Rex jóvenes y que, al crecer, el desarrollo muscular y de la mandíbula los hacía menos necesarios.
Fuente: Science Alert