Los macabros libros con tapas de piel humana
La Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial responde a dos de las preocupaciones que tuvo Felipe II a lo largo de su vida, una el coleccionismo de libros, otra los ideales humanistas. Gracias a su perseverancia y espíritu bibliófilo el monarca consiguió atesorar una de las bibliotecas más completas del mundo. Entre los libros procedentes de la librería real destacan dos códices en pergamino del “Libro de la Montería” de Alfonso XI, uno de ellos exquisitamente iluminado.
El vocablo “pergamino” procede de “Pérgamo”, una de las primeras ciudades que utilizó este soporte de escritura. Poco a poco desplazó al papiro porque aportaba algunas ventajas, como el hecho de que se podía escribir por las dos caras y que no absorbía la tinta, permitiendo conservar los colores originales. Habitualmente estaba confeccionado a partir de la piel de res o de otros animales –carnero, cabra o asno- tratada y raspada. Un tipo especial de pergamino era la vitela, que se confeccionaba con la piel de un ternero nonato, con este tipo de pergamino se realizaban los cantorales.
En el monasterio escurialense no podía faltar una colección de cantorales, acorde con su función religiosa. La adquisición de pergaminos –el primer eslabón de la cadena- no fue tarea fácil. En principio se buscaron pellejos en Flandes y Alemania, pero se rechazaron por el coste y el retraso que conllevaría su adquisición. En tierras hispanas se pensó inicialmente en Segovia, pero también se rechazó debido a que el ganado no era óptimo y los pergamineros pusieron demasiadas objeciones. Al final los expertos aconsejaron al monarca adquirir pergaminos de Valencia por cumplir con los estándares de calidad de la época. El encargo recayó finalmente en el mercader y pergaminero valenciano Damian Exarque.
Los cantorales del monasterio de El Escorial son una verdadera joya. Están escritos en letra gótica y, tanto el texto como las notas, están escritos en tinta negra, mientras que los pentagramas, títulos y algunas letras intercaladas están en tinta roja. La foliación aparece recogida en la esquina superior derecha en número romanos de color rojo.
“Cutis vera”
La Escuela de Derecho de la Universidad de Harvard atesora un manual del siglo XVII que tiene una curiosa inscripción: “La encuadernación de este libro es todo lo que queda de mi querido amigo Jonas Wright, que fue desollado vivo”. Un macabro mensaje que ha hecho pensar durante mucho tiempo que el tomo estaba encuadernado con piel humana. Un exhaustivo análisis científico, empleando las llamadas huellas peptídicas, que permite diferenciar la fuente humana de la de animales, permitió desmentir la hipótesis, certificando que el pergamino estaba cubierto con piel de oveja. Podemos respirar tranquilos.
Sin embargo, la biblioteca Houghton, también de la Universidad de Harvard, alberga “Los destinos del alma” (1880), obra del novelista y poeta francés Arséne Houssave, encuadernado con la piel de una enferma mental que falleció por causas naturales. Esta práctica -llamada bibliopegia antropodérmica- no era tan inusual como se pudiera pensar a priori.
En 1821 John Horwood, un adolescente de 18 años, asesinó a Eliza Balsum. Tras un rápido juicio se condenó al joven a la pena capital y fue colgado en la prisión de Bristol. Tras la ejecución el cirujano Richard Smith diseccionó el cuerpo, en una lección pública de anatomía en el Hospital Real de Bristol, y se procedió a confeccionar un libro con la bronceada piel de Horwood. En su portada aparece una calavera y huesos cruzados con la inscripción “Cutis Vera Johannis Horwood” (piel verdadera de John Horwood). Actualmente este libro se exhibe en el museo M Shed de Bristol, haciendo las delicias de los turistas más morbosos.
Para finalizar nos quedamos con una de las frases de “El nombre de la rosa” de Humberto Eco: “las bibliotecas atesoran más misterios de lo que se piensa”.
Fuente: ABC España