Los científicos lo confirman: adiós para siempre a los días de 24 horas
¿Estamos seguros de que un día tiene 24 horas? Aunque esto es algo que todos damos por sentado, la realidad es que la duración de los días en la Tierra ha variado a lo largo del tiempo, y lo seguirá haciendo en el futuro. Así lo asegura un reciente estudio realizado por la Universidad Técnica de Múnich, que revela que la rotación de la Tierra está cambiando, lo cual tendrá consecuencias directas sobre la duración de los días.
Este descubrimiento, que podría parecer propio de una novela de ciencia ficción, está respaldado por evidencias científicas que se remontan millones de años en el tiempo. A través de complejas mediciones y análisis, los investigadores han podido confirmar que el ritmo con el que la Tierra gira sobre su eje no ha sido siempre el mismo. Y, si la tendencia se mantiene, llegará un momento en el que los días no durarán 24 horas, sino 25. Aunque esto no sucederá mañana, ni siquiera dentro de unas pocas generaciones, el dato nos invita a reflexionar sobre la naturaleza cambiante de nuestro planeta y el tiempo.
La verdadera duración de un día en la Tierra
A pesar de que popularmente decimos que un día dura 24 horas, la realidad es un poco más compleja. El día sideral, que es el tiempo que tarda la Tierra en girar completamente sobre su eje con respecto a las estrellas fijas, dura exactamente 23 horas, 56 minutos y 4 segundos. Esa pequeña diferencia es la que permite que cada día solar (el que medimos según la posición del Sol en el cielo) alcance las 24 horas que todos conocemos.
No obstante, esta rotación no es uniforme. La Tierra está sujeta a múltiples factores que afectan su velocidad de giro. Y aunque esos cambios son casi imperceptibles a escala humana, sus efectos se acumulan con el paso de los milenios, generando transformaciones profundas en el calendario planetario.
Factores que alteran la rotación de la Tierra
El ritmo con el que gira la Tierra no es constante debido a una combinación de elementos internos y externos. Uno de los factores más relevantes es la interacción gravitacional con la Luna. Esta relación genera las mareas, y ese movimiento de agua constante actúa como un freno sutil pero continuo sobre la rotación terrestre.
También influyen los movimientos del núcleo terrestre, tanto del material sólido como del líquido. Estos desplazamientos internos pueden modificar la distribución del peso del planeta, alterando ligeramente su momento de inercia y, por ende, su velocidad de rotación. Otros factores, como la precesión del eje terrestre o la redistribución de masa por el deshielo de los polos, también tienen un impacto considerable.
Incluso la atmósfera juega un papel en este fenómeno. Según el astrofísico Norman Murray, autor de un estudio en la revista Science Advances, las variaciones de temperatura global y las corrientes de aire pueden ejercer una influencia sutil pero medible sobre la duración de los días.
El pasado: días mucho más cortos
Retrocediendo en el tiempo, podemos encontrar un planeta muy distinto al que conocemos. Cuando la Luna se formó hace aproximadamente 4.500 millones de años, la Tierra giraba con tal rapidez que un día apenas duraba unas 10 horas. Con el paso de los siglos y la influencia de la gravedad lunar, ese ritmo se fue desacelerando poco a poco.
Durante el periodo comprendido entre hace 2.000 y 600 millones de años, la duración de un día terrestre aumentó de 10 a 19,5 horas. Este proceso de «frenado» ha sido constante, aunque con algunas variaciones menores que responden a eventos geológicos o climáticos concretos.
Rumbo a los 25 horas
Según el estudio de la Universidad Técnica de Múnich, en un horizonte de unos 200 millones de años, podría darse una situación totalmente nueva: que un día completo dure 25 horas. Para llegar a esta conclusión, los científicos utilizaron instrumentos láser de ultra precisión, capaces de medir con gran exactitud los cambios en la rotación terrestre.
Un día de 25 horas podría tener implicaciones profundas en varios ámbitos. Desde el punto de vista astronómico, tendría que reajustarse el calendario, pues el año seguiría teniendo el mismo número de vueltas al Sol, pero cada vuelta se dividiría en menos días.
En el ámbito biológico, el cambio afectaría los ritmos circadianos de los seres vivos. Nuestro cuerpo está adaptado a un ciclo de luz y oscuridad de 24 horas, por lo que una hora adicional podría modificar nuestros patrones de sueño, de alimentación e incluso nuestro estado de ánimo.
También podría haber cambios en la agricultura, en la producción de energía y en la planificación de las ciudades. La duración de la jornada laboral, la organización de las escuelas, los transportes y el tiempo de ocio tendrían que redefinirse en función de un nuevo reloj planetario.
Aunque ninguno de nosotros será testigo directo de un día de 25 horas, saber que la Tierra está en constante transformación resulta fascinante. Este tipo de estudios nos recuerda que nada es definitivo, ni siquiera aquello que damos por sentado como el tiempo.
Fuente: okdiario.com