Los chimpancés usados como mascotas y en espectáculos padecen graves trastornos mentales
Una investigación revela que después de su cautiverio estos animales pueden sufrir nueve enfermedades psicológicas similares a las de los humanos, entre ellas estrés postraumático, depresión y ansiedad
Víctor nació en las selvas de Malí en 1983. A los pocos meses fue capturado por cazadores furtivos, separado de su madre y vendido a una pareja de franceses que lo educó como si fuera un niño. El pequeño chimpancé comía con cubiertos, sentado a la mesa, se lavaba los dientes y sus dueños lo vestían con ropa y pañales. Lo castraron y con frecuencia lo llevaban de paseo en un carrito de bebés a restaurantes y centros comerciales. Cuando cumplió seis años, su fuerza se hizo peligrosa e incontrolable. Entonces lo encerraron en una jaula en el patio de la casa. Ocho años después, Víctor escapó. Caminó unas horas por París, mordió a una persona, y finalmente el zoológico de Pépinière obtuvo su custodia. Su vida allí no mejoró. Lo pusieron en una jaula cerca de un puesto de comida y los visitantes lo alimentaron durante años con crepes y comida basura. En varias ocasiones le dieron bebidas alcohólicas y lo obligaron a fumar porros de marihuana. Sobrevivió así más de una década.
En 2006, Víctor fue rescatado por el centro de recuperación de primates de la Fundación Mona, en Girona, España. Llegó a su nuevo hogar cobijado por una manta lila que ahora ha reemplazado por una de cuadros roja que no abandona nunca. Desde los primeros días, sus cuidadores notaron comportamientos extraños. Víctor se balanceaba durante horas hasta hacerse daño en las nalgas, se abrazaba así mismo tan fuerte que el pelo de la espalda ya no le crecía y se autogolpeaba. Le daba miedo caminar por la hierba y reaccionaba con temor y agresividad ante otros animales de su especie. Después de años de acompañamiento y rehabilitación, ha reducido las conductas que le hacen daño y ha mejorado sus comportamientos sociales.
Ahora Víctor es uno de los 23 chimpancés que viven en centros de acogida para primates en España que participaron en el primer estudio científico desarrollado en una especie no humana en el que se evalúa empíricamente el repertorio completo de trastornos mentales del que la medicina tiene registro. Yulán Úbeda, doctora en personalidad, bienestar y psicopatologías animales en la Universidad de Girona y líder de la investigación, afirma por teléfono que hasta la fecha nunca nadie había medido de forma estadística todas las posibles enfermedades mentales en animales. Su trabajo, publicado en la última edición de la revista Journal of Veterinary Behavior, concluye que existen nueve categorías principales de diagnóstico de trastornos mentales para chimpancés muy similares a las de los humanos, con valores adecuados de fiabilidad y validez.
Úbeda y su equipo evaluaron las más de 200 patologías que se incluyen en el Manual de Diagnóstico y Estadística de Trastornos, el principal sistema de clasificación de enfermedades mentales usado en humanos, para entender los comportamientos de los chimpancés. “Lo que hicimos fue adaptar esa herramienta a los primates. Excluimos unas categorías que no funcionaban, como los trastornos de sueño, imposibles de medir por motivos metodológicos, mantuvimos algunas categorías iguales y modificamos levemente otras”, dice Úbeda. Al final crearon un cuestionario con 70 ítems evaluados por seis cuidadores de chimpancés que habían estado una media de contacto con los animales de 12 años y medio. Los 23 chimpancés que participaron en el estudio son animales que habían sido mascotas cuando eran pequeños o habían trabajado en el ámbito del espectáculo: circos, programas de televisión, películas, turismo o videos de Youtube.
Los resultados fueron nueve categorías de trastornos mentales en chimpancés muy similares a las de los seres humanos: trastornos relacionados con la ansiedad, el trauma y los factores de estrés; trastornos disruptivos, de control de impulsos y de conducta; trastornos depresivos; trastornos de ansiedad; trastornos del neurodesarrollo; trastornos bipolares; desórdenes desinhibidos; trastornos parafílicos y estrés postraumático y derivado del pasado. En las conclusiones del trabajo se lee: “Este estudio sugiere que los chimpancés pueden exhibir trastornos similares a algunas de las principales categorías establecidas para los humanos como resultado de experiencias potencialmente traumáticas”.
Úbeda insiste en que hasta el momento la investigación en ese campo sigue siendo muy limitada (en el mundo solo se han publicado 10 artículos científicos relacionados con las enfermedades mentales de los chimpancés) pero reconoce que su trabajo es un primer acercamiento para abrir nuevas líneas de investigación científica que estén ligadas al beneficio de los animales. “Es importante enfatizar que el diagnóstico de trastornos psiquiátricos en chimpancés podría traducirse en importantes aspectos para la especie relacionados con la conciencia, las implicaciones legales y el bienestar de los animales rescatados”, afirma la investigadora. Y continúa: “Me di cuenta de que yo quería hacer ciencia para que les sirviera a los animales, y no solo a mí. Parece que lo único que importa es el curriculum del científico, pero no. Mi trabajo también está enfocado en hacer algo que le resulte beneficioso a los chimpancés”.
Olga Feliu, directora de la fundación Mona, coincide con Úbeda en la importancia de cuidar a los chimpancés que han llegado a España y, sobre todo, en concienciar a las personas para que no los compren como mascotas ni incentiven su uso recreativo. “Nuestro propósito es atacar todos los frentes para que el tráfico ilegal de primates desaparezca”, dice Feliu. Y agrega con preocupación: “Solo en 2019 hubo 500 solicitudes para rescatar primates en Europa, pero es imposible acogerlos a todos. La única alternativa es endurecer los controles de fronteras para evitar que lleguen al continente”. De hecho, en la actualidad la Fundación Mona tiene solicitudes para acoger a tres chimpancés abandonados en Francia y a una chimpancé que vive encerrada en el jardín de una mujer en Alicante. “Es surrealista que en 2020 todavía pasen estas cosas y las autoridades no hagan nada”, dice por teléfono Feliu.
La directora de Mona insiste en la necesidad de proteger a estos primates: “Los chimpancés son los parientes evolutivos más cercanos a los humanos y todavía tenemos mucho que aprender de ellos. Además, actúan como grandes dispersores de semillas para regenerar las selvas tropicales”, explica Feliu. Sobre el trabajo de trastornos mentales en los primates, Feliu afirma que es muy útil para que los cuidadores puedan entender mejor los comportamientos de los animales. “Esta investigación nos ayudará a tomar mejores decisiones para acompañar y tratar de mejorar la salud mental de los chimpancés que viven en Mona. Tenemos que entender que el uso de chimpancés como mascotas o en espectáculos está trastocando la psique del animal. Solo el hecho de tenerlo aislado de su familia es muy grave. A eso hay que sumarle maltratos y malas condiciones de vida durante años”, dice Feliu. Y concluye: “Es hora de cambiar el paradigma: los animales no son objetos, sino seres que sienten y esa capacidad la expresan igual que nosotros en conductas como las que registró la doctora Úbeda”.
Feliu y Úbeda cuentan que al igual que Víctor, África, Sara, Tico, Charly, Tom o cualquiera de los 13 chimpancés que viven hoy en día en la Fundación Mona han padecido historias traumáticas en el pasado y se ha requerido mucho trabajo y acompañamiento para que se adapten y vuelvan a llevar una vida normal. “Hay una serie de experiencias vitales comunes a las que estuvieron sometidos todos ellos, y que han sido identificadas como factores etiológicos para el desarrollo de anomalías de comportamiento e incluso de trastornos mentales”, se lee en la investigación.
Lo primero, explica Úbeda, es que estos chimpancés fueron separados de sus familias a edades muy tempranas, eso genera una interrupción del vínculo emocional madre-cría, que en libertad se prolonga durante los primeros cinco años de vida. Los pequeños chimpancés, además, presencian la muerte de la madre y asisten de manera temprana a una experiencia muy traumática, asociada a la especie humana, con la que tendrán que convivir el resto de sus días. Lo que sigue, es más grave: “Los chimpancés pasan a ser cuidados por personas que carecen de la experiencia y el conocimiento necesario para mantener a estos animales en unas condiciones básicas de bienestar y salud”, dice Úbeda. Y finaliza: “Los chimpancés utilizados en los espectáculos son sometidos a entrenamientos forzados y a las imposiciones de su adiestrador, y en ocasiones sufren maltratos físicos. Todas estas experiencias vitales dejan una profunda huella sobre su bienestar futuro”.
Fuente: elpais.com