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Los anti-mascarillas están perdiendo

Pocas cuestiones han resultado tan controvertidas durante los últimos meses como la utilización de mascarillas. La titubeante evidencia científica, la escasez de materiales y las directrices políticas contradictorias han generado un inusitado conflicto en torno a su efectividad y obligatoriedad. La mayor parte del debate ha sido político y científico. Pero también popular. Un pequeño pero muy ruidoso reducto de personas se oponen a llevarla.

¿Y qué tal les está yendo? Mal.

La encuesta. Lo ilustra una encuesta reciente de Gallup para Estados Unidos, el país donde el movimiento anti-confinamiento ha sido más intenso, y también el anti-mascarillas. Si a principios de abril tan sólo el 51% de los estadounidenses hacía uso frecuente de la mascarillas, a finales de junio el porcentaje se había elevado al 86%. Su ganancia proviene fundamentalmetne de los indecisos. El porcentaje de personas contrarias a su uso ha pasado del 18% a apenas el 11%.

Qué sucedió. A grandes rasgos, que una minoría hipermovilizada generó dudas en una parte de la población neutral. Conforme las semanas pasaron y el coste de llevar una mascarilla se reveló como inexistente, el volumen de usuarios creció. Acaso el vaivén en la opinión pública se refleja de forma perfecta en su presidente, Donald Trump, originalmente un escéptico hostil a la mascarilla, hoy un pseudo-entusiasta.

El giro promete turbulencias electorales para Trump. Es cierto que sólo una minoría (42%) de republicanos adoptó el uso de mascarilla a principios de la crisis, pero también que hoy la mayoría (66%) la utiliza. Hoy el grueso del partido y de sus gobernadores regionales la promueve. Y para Trump, su popularidad es un problema de cara a las inminentes elecciones.

España. Su derrota en Estados Unidos es indiscutible. También aquí. Una encuesta de ABC realizada a mediados de mayo ilustraba cómo la mayoría de españoles (87,6%) estaba a favor de su obligatoriedad en lugares públicos. Sólo un 9,6% se mostraba en contra. Es una tónica común provincia a provincia. Los anti-mascarillas son minorías en Canarias (12%), Granada (6,2%), País Vasco (29%), Baleares (22%) o Burgos (9,9%).

Europa. En el resto del continente, según Statista, las cifras varían país a país. En Italia el 87% reconoce utilizarla «siempre» que sale de casa; en Alemania el porcentaje se reduce al 63,7%; en Francia, al 56,1%; y en los países nórdicos se desploma a porcentajes irrisorios, entre el 4,5% de Noruega, el 4% de Suecia, el 2,8% de Dinamarca y el 2,4% de Finlandia. La clave, el mensaje de los gobiernos. Italia y España han impuesto el uso de mascarilla; en el norte, las autoriades no recomiendan su uso.

¿Resistencias? En general, no obstante, los gobiernos se han sumado poco a poco al uso de mascarilla. República Checa, Eslovaquia, Austria, Bosnia, Turquía, Israel, Polonia, Luxemburgo y un buen puñado de países africanos y asiáticos han ido declarando usos obligatorios en una amplia variedad de lugares públicos, aunque no siempre por defecto, como España. Parece claro que la posición de los gobiernos es crítica para incentivar su uso.

Un ejemplo significativo de la derrota del movimiento anti-mascarillas sea Reino Unido, otro de los bastiones escépticos junto a Estados Unidos. No son obligatorias, pero el porcentaje de británicos que las utiliza siempre en lugares públicos ha pasado del 7,8% a principios de abril al 17,3% a principios de junio. Un proceso paulatino. Poco a poco en incluso en los bastiones de resistencia, la mascarilla se está imponiendo.

Fuente: xataka.com