¿Llegará el día en que seamos inmortales?
En ‘El retrato de Dorian Gray’, el escritor Oscar Wilde llevó a su personaje hasta el segundo principio de la termodinámica, consiguiendo que fuera su retrato, y no él, quien envejeciera
El orden y el caos se cruzan y chocan en todos los rincones de nuestro universo. Para explicar el impacto entre ambas propiedades, surge la segunda ley de la termodinámica, una regla fija que viene a decirnos que la cantidad de entropía del universo tiende a incrementarse en el tiempo. Con esto queda señalada la irreversibilidad de los procesos naturales, algo tan fácil de entender como que resulta imposible fumarse un cigarrillo y luego recuperar su humo para volver a convertirlo en cigarrillo; algo absurdo, lo más parecido a una línea de diálogo introducida por Paul Auster en el guion de la película Smoke.
Pero volviendo a la realidad, hay que recordar que solo son reversibles los procesos que se nos presentan como una ficción teórica y estos no ocurren en naturaleza. Sirva como ejemplo El retrato de Dorian Gray, la novela de Oscar Wilde donde su protagonista consigue que sea su retrato, y no él, quien envejezca. Bien mirado, con este argumento, Oscar Wilde entregó su personaje al segundo principio de la termodinámica, pues la idea de reducir la entropía en un sitio para que aumente en otro nos lleva hasta la transferencia de calor que fluye entre dos cuerpos con temperaturas diferentes cuando entran en conexión térmica y el calor se transmite del cuerpo con mayor temperatura al de menor temperatura. De hecho, la palabra entropía ἐντροπία viene de las palabras griegas ενέργεια (energía) y τροπή (transformación).
Pero si hay una novela cuyo argumento encierra varias historias cruzadas y donde el concepto de entropía emerge a cada paso, esa novela la ha escrito Adolfo Bioy Casares. Se titula La invención de Morel (Alfaguara) y en ella aparece la idea de una máquina alimentada por energía cinética que captura la realidad, reviviéndola para siempre. Un ingenio donde la entropía se convierte en un hecho reversible, ya que, el avance del tiempo, su flecha, se rompe para detenerse y, con ello, también se rompe la percepción del tiempo, renovando así el tema del eterno retorno desde el mismo momento en que los personajes van a repetir eternamente los mismos actos.
La novela de Adolfo Bioy Casares apareció en 1940 y fue motivo de grandezas y críticas, como sucede con toda obra dispuesta a perdurar. En torno a las críticas cabe destacar la que realizó Eduardo González Lanuza, escritor argentino de origen español con estudios científicos especializados en química. La crítica apareció en la revista Sur, n.º 75, diciembre de 1940, y tuvo su importancia, pues, a su vez, otro científico, en este caso el físico y escritor Ernesto Sabato, se sirvió para realizar la contrarréplica a partir del segundo principio de la termodinámica. La crítica de Sabato apareció en el primer número de la revista Teseo, en 1941, y no tiene desperdicio.
En ella, Sabato se luce como si estuviera interpretando un wéstern, pero en plan comedia, donde los revólveres son de agua, en este caso de agua caliente, para apuntar a González Lanuza que baja el suyo cargado por la “Suma de Temperaturas y por el Segundo Principio, de manera que más bien es una escopeta de dos caños” con la que hasta ahora apuntaba a Bioy Casares para reprocharle que, en su novela, había olvidado los principios de la termodinámica. Sabato le recuerda a González Lanuza que si bien la entropía es la “Muerte”, en el caso de La invención de Morel también existe la posibilidad de que sea “el logaritmo de la probabilidad”.
“Lo necesario se funde, así, con lo contingente y aleatorio, en forma que sería grata a Hegel”, remata de esta manera Ernesto Sabato la pieza, dando a entender que el progreso de un rincón del universo no siempre implica el regreso de otro rincón del universo.
Fuente: elpais.com