Las mujeres que ayudaron a pisar la Luna
En el Centro de Investigación Langley de la NASA, en Hampton (Virginia), hay un edificio que se llama Katherine Johnson. Esta matemática fue una de las primeras mujeres negras que trabajó en la agencia espacial de EU y que contribuyó con sus cálculos matemáticos a poner en órbita a John Glenn en 1962 y, siete años después, a Neil Armstrong en la Luna.
En el inicio de la carrera espacial no existían ordenadores capaces de hacer las operaciones necesarias para trazar las trayectorias que debían seguir las naves para orbitar nuestro planeta, aterrizar en la Luna o regresar a la Tierra. Así que hasta que empezaron a usarse las grandes computadoras, estos complejos cálculos que necesitaban los ingenieros para programar los lanzamientos se realizaban manualmente, sobre todo, por mujeres que fueron contratadas a partir de 1935.
El trabajo de estas computadoras humanas a menudo se desarrolló en la sombra y no tuvo el mismo reconocimiento que el de sus colegas masculinos que también formaron parte del equipo estadounidense que compitió ferozmente con la URSS en los años 50 y 60 por ser líderes en el espacio. La película Figuras ocultas, que se ha estrenado esta semana en España, recuerda el papel que desempeñaron estas mujeres, en particular las de raza negra, y cómo hicieron frente a los prejuicios racistas y machistas que había en EEUU en general y en estados como el de Virginia, en particular.
El film, dirigido por Theodore Melfi, está basado en la novela homónima de Margot Lee Shetterly, escritora e hija de un científico del clima de la NASA que trabajó en Langley. Fascinada por su historia, está llevando a cabo una investigación sobre estas calculadoras humanas. Aunque un estudio en los años 90 estimó que fueron cientos de mujeres, Shetterly, cree que fueron miles de empleadas las que desempeñaron esta labor, pues a diferencia de los hombres, sus nombres no solían estar incluidos en los informes en los que participaban.
«Creo que se ha hecho un excelente trabajo al combinar la historia de los derechos civiles en los años 60 con los esfuerzos para enviar humanos al espacio y a la Luna. La película muestra los progresos que estaban produciéndose en esos dos ámbitos, y también los reveses que sufrieron. La sociedad avanzaba hacia adelante simultáneamente en el campo de la tecnología y de los derechos humanos», reflexiona Deana Weibel, antropóloga de la Universidad Grand Valley State, en Michigan, que ha visto el film tres veces.
Las actrices Taraji Henson, Octavia Spencer y Janelle Monáe protagonizan la película, centrada en los logros y en las dificultades a las que tuvieron que hacer frente tres empleadas negras de la NACA (predecesora de la NASA): la mencionada Katherine Johnson (la única que sigue viva), la matemática Dorothy Vaughan (1910-2008), primera supervisora negra de la agencia espacial de EEUU, y Mary Jackson (1921-2005), que en 1958 se convirtió en la primera ingeniera afroamericana de la NASA tras llevar a los tribunales la ley que le impedía realizar los estudios necesarios debido a su raza. En 1922, es decir, 36 años antes, Pearl Young había comenzado a trabajar en Langley, convirtiéndose en la primera mujer ingeniera de la agencia estadounidense.
La NACA construyó el centro Langley en 1917, un año antes de que naciera Katherine Johnson. Desde niña, mostró una habilidad extraordinaria para los números y fue una estudiante brillante, hasta el punto de que comenzó el instituto con 10 años. Después de graduarse en la Universidad a los 18 años, trabajó como profesora hasta que se casó. Cuando su marido enfermó gravemente, retomó su trabajo como maestra para mantener a su familia. A los 34 años, se enteró de que la NACA estaba contratando a mujeres negras para resolver problemas matemáticos, así que envió su solicitud. La ficharon al segundo intento, en 1953. Enseguida fue trasladada a la División de Vuelos, donde analizó datos de los test de vuelo e investigó un accidente de avión causado por turbulencias.
En 1957, después de que los soviéticos lograran poner en órbita el primer satélite, el Sputnik, los estadounidenses se pusieron las pilas y crearon el Grupo de Tareas Espaciales, del que formó parte Johnson. Aquí analizó las trayectorias de las misiones de Alan Shepard, el primer estadounidense que voló al espacio (en 1961), y al año siguiente la de John Glenn, el primer astronauta de la NASA que orbitó la Tierra. Es famosa la anécdota en la que el propio Glenn pidió que Katherine Johnson confirmara que los cálculos realizados por los ordenadores eran correctos. Johnson también participó en el programa Apollo, que concluyó en 1972. El último de los astronautas que pisó la Luna, Eugene Cernan, ha fallecido esta semana.
En 2015, cuando Johnson tenía 97 años, el presidente de EEUU, Barack Obama, le concedió la Medalla Presidencial de la Libertad, el reconocimiento para civiles más importante del país. Al frente de la NASA se encontraba otro ciudadano negro, Charles Bolden. Una escena que en los años 60 debía ser difícil de imaginar debido a las llamadas leyes de segregación racial que establecían, entre otras normas, que los empleados negras trabajaran en una zona distinta a la de los blancos, o usaran baños diferentes.
«La NASA intenta tener diversidad y dar oportunidad a todo tipo de personas, independientemente de su sexo, raza o religión. Lo importante aquí es ser bueno y tener mucha dedicación», explica la ingeniera española Michela Muñoz Fernández, que en el año 2000 se fue a EU para cumplir su sueño «de trabajar en la NASA en misiones interplanetarias». La ingeniera, que es responsable de varios instrumentos en la misión Juno a Júpiter y de un proyecto de análisis de datos en el MSL, también ha visto la película Figuras ocultas y asegura que le encantó, aunque afirma que le entristeció «ver la desigualdad y falta de reconocimiento de esas ingenieras tan brillantes».
Algunas empleadas negras lograron puestos de responsabilidad, como Christine Darden. Comenzó como computadora humana, se convirtió en ingeniera y en una de las mayores expertas en vuelos supersónicos y terminó siendo la primera mujer negra en Langley que fue promocionada para un puesto ejecutivo senior. Melba Roy, por su parte, lideró el equipo de computadoras humanas que hizo el seguimiento de los satélites Echo en la década de los 60.
Aunque la película se centra en las mujeres negras en EU, las blancas tampoco lo tuvieron fácil para entrar en un mundo eminentemente masculino en un periodo, además, en el que se consideraba que la obligación de una mujer era cuidar de su hogar. «Después de la II Guerra Mundial las mujeres tuvieron que dejar los que trabajos que desempeñaron mientras los hombres estaban en el frente, trabajos que tradicionalmente eran de hombres. Había que convencerlas de que querían ser amas de casa, así que en los 50 se extendió la imagen de la mujer ideal que apoyaba a su marido cuidando de su casa y criando a sus hijos», recuerda la antropóloga, especializada en estudios sociológicos relacionados con la religión y el espacio. Y es que el estatus de una mujer dependía del de su marido, así que su carrera era en parte ayudar a que su marido avanzara en la suya. No era lo mismo la esposa de un bibliotecario o de un juez, que de un astronauta».
Las cosas han ido cambiando con los años. Michela Muñoz, que antes de ser fichada por la NASA estudió y trabajó en España, en el área de calibración del INTA, y después, diseñando hardware de vuelo para la misión Rosetta de la Agencia Espacial Europea (ESA), asegura que a lo largo de su carrera nunca ha sentido que era tratada de forma diferente por ser mujer: «Me he sentido afortunada por todas las oportunidades que me han dado basándose en mi trabajo y en los resultados, más que en el hecho de que sea hombre o mujer. He estado toda la vida estudiando y preparándome para llegar hasta aquí y lo que me encanta de EEUU, donde no conocía a nadie, es que si eres bueno te contratan por tus méritos».
La investigadora española considera positivo el creciente número de mujeres en el área de la ingeniería porque «es muy enriquecedor y ayuda a que haya más formas de pensar y solucionar problemas». No obstante, señala que le sorprendió que en EEUU hubiera muchas menos mujeres en este campo que en España. «Cuando vine a hacer el doctorado, yo era la única mujer en varias de mis clases, algo que nunca me había pasado en España. Pensé que habría más mujeres aquí y fue al revés».
«La mujer tiene una presencia muy significativa en la NASA en todos sus estamentos y áreas de actividad. El director del Johnson Space Center, en Houston, donde trabajo, es una mujer y antigua astronauta, y el director del Directorado de Ingeniería, organización a la que pertenezco, también es una mujer, por poner dos ejemplos inmediatos», resume Eduardo García Llama, ingeniero en la NASA. La última subdirectora, Dava Newman, fue una mujer. «La NASA cuenta con una Oficina de Diversidad e Igualdad de Oportunidades que trabaja para que siga siendo una agencia modelo en esta faceta», señala el ingeniero.
Mujeres astronautas
Pero en el inicio de la carrera espacial, la discriminación de las mujeres también se extendió a las que querían ser astronautas. De hecho, Sally Ride, la primera estadounidense que viajó al espacio, completó su primera misión en 1983, 20 años después de lo que lo hiciera la soviética Valentina Tereshkova: «Desde el punto de vista estadounidense, trabajar en el espacio era peligroso y requería a los hombres más valientes. Los pilotos de pruebas morían con frecuencia. Al igual que ir a la guerra, ser piloto o astronauta se veína como profesiones de hombres, para las que además no muchos eran lo suficientemente hombres como para serlo. Pensar en una mujer para esos trabajos era demasiado radical», señala la antropóloga Deana Weibel.
Las revistas estadounidenses de los 60, como Life, solían retratar a los astronautas junto a sus familias: «Sus mujeres eran casi uniformemente jóvenes, guapas, glamurosas, con sonrisas deslumbrantes y piernas bonitas. Los astronautas eran los machos alfa y sus encantadoras esposas y niños eran la prueba de ello», añade Weibel.
Ese sexismo, añade la antropóloga, estaba respaldado en parte por la idea de que las mujeres eran biológicamente diferentes y por lo tanto, su comportamiento en el espacio podría ser difícil de predecir o podrían enfermar de forma diferente a los hombres: «Por ejemplo, ¿podría una mujer tener el periodo con normalidad en un ambiente sin gravedad?. Y si no, ¿qué ocurriría? Una vez que Sally Ride viajó al espacio, y después otras mujeres, quedó claro que ser mujer no era un obstáculo», explica. De hecho, una mujer, Shannon Lucid, que ahora tiene 74 años, llegó a ostentar el récord de permanencia en el espacio para un astronauta de la NASA al acumular 223 días (un récord que ya ha sido superado).
Numerosas mujeres han ido al espacio desde entonces aunque la cifra es muy inferior a la de hombres. De las 537 personas que habían volado al espacio hasta julio de 2016, sólo 60 eran mujeres. En la promoción de astronautas de 2016 de la NASA, el 50% eran mujeres. Algunas de ellas podrían formar parte de la primera tripulación que vaya a Marte.
Fuente: elmundo.es