Las momias cuentan la historia de los primeros americanos
Tras 20 años de batalla legal, los indios shoshones y paiutes pudieron honrar y despedir a la momia de la cueva del Espíritu. Localizada en 1940 en la reserva india de Fallon (Nevada, EE UU), había estado expuesta en el museo estatal hasta que, en los años noventa, la datación de sus cabellos mostró que tenía 10.600 años, convirtiéndola en la momia natural más antigua. Los indios la reclamaron como antepasado suyo, pero las autoridades federales, azuzadas por algunos científicos, no se la entregaron. Unos restos tan antiguos podrían arrojar mucha luz sobre los primeros americanos. El caso estaba en los tribunales hasta que un experto en genética danés encontró una solución: secuenciar su genoma. El ADN confirmó que la momia era un ancestro de los nativos americanos actuales, que la pudieron despedir en paz.
Ahora, aquel investigador danés, Eske Willeslev, y otros 50 científicos presentan el análisis del genoma de una quincena de momias y otros restos de antiguos americanos, varios de ellos con una antigüedad de 10 milenios. Su trabajo, publicado en Science, ha permitido dibujar cómo fue la expansión de aquellos primeros americanos que cruzaron el estrecho de Bering hace quizá 20.000 años.
El mapa incluye desde dientes de un niño que vivió en lo que hoy es Alaska hace 9.000 años hasta un adulto datado en unos 6.500 años recuperado en el otro extremo del continente, en el estrecho de Magallanes. Entremedias, también han analizado el ADN de muestras a lo largo y ancho de América, como la momia del Aconcagua, un pequeño sacrificado por los incas hace apenas 500 años, o la treintena de humanos encontrados en la cueva de Sumidouro, en Lagoa Santa (Brasil). El análisis de estos últimos ha sido clave. Encontrados hace ya casi 200 años por otro danés, el naturalista Peter Lund, esperaban en las vitrinas del Museo de Copenhague (Dinamarca) a que alguien les extrajera toda la información. Tras un complejo proceso, el equipo de Willeslev pudo extraer su ADN Y determinar que tenían 10.400 años, 200 menos que la momia de la cueva del Espíritu.
«Dos eventos de divergencia [de un ancestro común] casi a la vez es extraordinario, la divergencia suele necesitar miles de años», dice en conversación telefónica el principal autor del estudio, el investigador de Centro de Geogenética de la Universidad de Copenhague, Víctor Moreno Mayar. A pesar de estar separados por 10.000 kilómetros de distancia, apenas hay separación genética entre la momia del norte y los restos del sur. «Hubo una migración del norte al sur y todo sugiere que la expansión fue muy amplia y rápida», continúa el científico mexicano. Pero no fue en un único sentido ni en único momento.
Hace unos 8.000 años, algunos de aquellos nativos americanos se movieron de nuevo, pero esta vez partían de Centroamérica y se movieron tanto al norte como al sur. Los investigadores han encontrado el rastro de este movimiento en el genoma de todas las poblaciones indígenas actuales de las que hay datos genéticos.
Sin embargo, otro estudio publicado a la par que este de Science (los dos grupos de científicos lo acordaron así), complica el relato. Con el genoma de 50 individuos de diversas poblaciones americanas, algunos con 11.000 años de antigüedad, esta investigación, publicada en Cell, sostiene que no hubo una única gran migración del norte al sur. Además de la que llevó a los humanos hasta la Patagonia, hubo otras dos en los milenios siguientes y las dos del norte al sur.
«Un hallazgo clave ha sido que individuos relacionados con la cultura Clovisdatados en hace unos 12.800 años comparten un ancestro distintivo con los más antiguos de Chile, Brasil o Belice», dice en una nota el coautor de este estudio e investigador del Instituto Max Planck de Ciencias de la Historia Humana, Cosimo Posth. «Esto apoya la hipótesis de que la expansión de las gentes que difundieron la cultura Clovis por Norteamérica, también llegó a América Central y del Sur», añade.
El misterio que ninguna de las dos investigaciones logra desvelar es cómo, entre nativos americanos como los de Lagoa Santa hay una señal, débil, pero significativa, del genoma de pueblos australasios y del sur del Índico, muy alejados geográficamente y genéticamente de los habitantes amazónicos. No parece lógico que esa señal ya viniera con los primeros que cruzaron el estrecho de Bering y, sin embargo, no se detecte ni en la momia del Aconcagua, ni en la de la cueva del Espíritu ni en el diente del niño de Alaska. Tampoco pudo venir en una oleada posterior, ya que los restos de la cueva de Sumidouro son de hace 10.400 años. ¿Llegaron por el mar, por el Pacífico, como algunos han mantenido?
«Tuvo que ser antes de hace 10.000 años [la datación de Lagoa Santa]. Pero la tecnología para navegar por el Pacífico que desarrollaron los polinesios no aparece hasta hace 3.000 años», recuerda el mexicano Moreno Mayar. Tampoco parece creíble que una pequeña población llegara hasta las costas americanas, cruzara Los Andes, se adentrara en la selva amazónica y dejara su huella.
Fuente: elpáis.com