Las metidas de pata en la ciencia
Aprender de los errores es una consigna que debe ser clara para cualquier científico
Mucha gente tiene conceptos erróneos en relación con la ciencia. Por ejemplo, aunque pudiera pensarse que la ciencia es infalible, las metidas de pata son parte del quehacer científico, y gracias a ellas hemos aprendido de múltiples formas y la propia ciencia ha salido fortalecida.
Llegar a resultados no esperados, que se alejan de las hipótesis inicialmente planteadas, las cuales son parte esencial del método científico, es darse cuenta de que en ciencia las cosas no siempre son como se presupone, confirmando que la naturaleza es la que dictamina el resultado de un experimento.
El trabajo científico está plagado de retos que llevan a nuevos aprendizajes, destrezas y habilidades. Admitir los errores es parte de ese proceso, y sin ellos posiblemente no se hubiera llegado a grandes revoluciones en el pensamiento. Cada revolución es un peldaño que nos pone en una situación de ventaja para afrontar desafíos aún mayores, pero no nos exime de cometer nuevos errores.
Aprender de los errores es, por tanto, una consigna que debe ser clara para cualquier científico, que entiende que con paciencia y mucha curiosidad se han ido revelando poco a poco los secretos que guarda la selección natural en los cambios evolutivos de los organismos, el curioso comportamiento de la materia a escalas increíblemente pequeñas, o los procesos que dan lugar a la formación de una estrella y su entorno planetario, entre otros.
Y hablando de estrellas y planetas, en el contexto del conocimiento del universo ocurrió hace tres décadas un hecho que ilustra la importancia que tiene para la ciencia admitir una equivocación.
En un artículo en la revista Nature, los astrónomos Andrew Lyne, Matthew Bailes y S. L. Shemar hacían en 1991 un importante anuncio que había sido esperado con ansia por siglos. Se trataba del descubrimiento de un planeta orbitando alrededor de otra estrella, en realidad de un púlsar, es decir, los restos de una estrella que ha explotado previamente como supernova.
El púlsar se zarandeaba por el efecto del planeta que giraba alrededor, según esta investigación, pero el hallazgo se derrumbó rápidamente cuando el propio Lyne encontró que habían cometido un error y no tuvieron en cuenta unos sutiles movimientos de la Tierra alrededor del Sol que afectaban las mediciones. Al hacer las debidas correcciones, se confirmaba que el planeta no existía, y así lo anunció al poco tiempo ante la comunidad científica, poniéndose de pie en una reunión de la Sociedad Astronómica Estadounidense.
Haber admitido el error hizo que el público lo ovacionara, pero lo más sorpresivo estaba por suceder. Justo después, un astrónomo polaco de nombre Aleksander Wolszczan se subía al estrado para anunciar que su equipo no había descubierto uno, sino dos planetas alrededor de otro púlsar. Gracias a que sabían de los errores del grupo de Lyne, pudieron revisar las mediciones y confirmar la existencia de estos planetas extrasolares. Al poco tiempo, un planeta más fue descubierto para ese sistema, que se convertiría en el primer sistema extrasolar descubierto y marcaría el comienzo del boom de estos nuevos mundos.
Como en esta anécdota, muchos errores cometidos a lo largo de la historia de la ciencia fueron el detonante para hallazgos sorprendentes. Resulta cuando menos curioso comprobar que uno de los secretos de los descubrimientos científicos reside en cometer errores, y en aprender de ellos, con una recompensa de conocimiento y entendimiento. Los errores son portales al progreso científico, como bien dice el reconocido astrofísico y escritor Mario Livio, autor del libro Errores geniales que cambiaron el mundo.
Fuente: eltiempo.com