Un trabajo del Wellcome Sanger Institute muestra que el esperma envejece con una lógica perversa: las células con mutaciones ganan terreno con la edad, dominando la fertilidad y aumentando el riesgo de trastornos como el autismo. Tener hijos a los 70 no es imposible, pero sí mucho más peligroso de lo que imaginamos
Durante mucho tiempo, el relato popular decía que los hombres podían tener hijos “a cualquier edad”, mientras el reloj biológico pesaba solo sobre las mujeres. Sin embargo, la genética está desmintiendo esa vieja creencia con datos inquietantes.
Un estudio reciente publicado en Nature revela que, aunque los hombres mantienen la capacidad de reproducirse durante toda su vida, esa fertilidad prolongada viene acompañada de un precio genético: la acumulación de mutaciones en el esperma. Y lo más perturbador es que estas mutaciones no se comportan de manera pasiva, sino que compiten y se propagan como si tuvieran voluntad propia.
Los espermatozoides egoístas
El hallazgo llega desde el Wellcome Sanger Institute del Reino Unido, donde los investigadores Raheleh Rahbari y Matthew Neville han identificado un mecanismo bautizado como selección egoísta de espermatogonias. En palabras simples, significa que algunas mutaciones genéticas no solo cambian un gen, sino que dan una ventaja evolutiva a las células madre que producen espermatozoides.
Estas células mutadas se replican más rápido, desplazando a las sanas. Con el paso del tiempo, el esperma se llena cada vez más de copias defectuosas que portan mutaciones ligadas a enfermedades del desarrollo neurológico, como el autismo, y a ciertos tipos de cáncer.
El avance de este proceso no es lineal, sino exponencial. A los treinta años, aproximadamente uno de cada cincuenta espermatozoides puede portar una mutación de este tipo. A los setenta, la proporción salta a uno de cada veinte. Un aumento que redefine lo que entendemos por “edad genética” del hombre.
La herramienta que lo hizo visible
Detectar este fenómeno no era sencillo. Las técnicas convencionales de secuenciación genética suelen introducir errores que ocultan mutaciones reales. Para evitarlo, el equipo recurrió a una tecnología de alta precisión llamada secuenciación dúplex (NanoSeq).
A diferencia de los métodos tradicionales, NanoSeq lee las dos hebras del ADN simultáneamente, asegurando que una mutación detectada en ambas posiciones sea genuina. Gracias a esta técnica, se analizaron más de 35.000 mutaciones en el esperma de 81 hombres de entre 24 y 75 años, identificando 40 genes clave donde estas alteraciones tienden a concentrarse.
El resultado: una radiografía de cómo la biología masculina cambia con el tiempo, incluso en órganos que parecen permanecer “jóvenes” durante décadas.
El “santuario” del esperma
Curiosamente, el estudio reveló un detalle sorprendente. Cuando se compararon las mutaciones del esperma con las de las células sanguíneas de los mismos hombres, el contraste fue enorme. En la sangre, el estilo de vida —tabaco, alcohol o sobrepeso— se reflejaba con claridad. En el esperma, no.
Los testículos parecen funcionar como un santuario genético, un refugio biológico que el cuerpo protege de los daños externos. Sin embargo, esa protección no impide el paso del tiempo. Las mutaciones siguen acumulándose, solo que obedecen a su propio reloj interno.
Reescribir la paternidad
El hallazgo plantea preguntas difíciles, sobre todo en una sociedad donde la edad promedio para tener hijos se retrasa cada vez más. Si las mutaciones del esperma aumentan con los años, ¿deberíamos replantear cuándo es el “mejor momento” para ser padre?
Los investigadores no proponen una respuesta tajante, pero sugieren nuevas herramientas: la congelación de esperma a edades tempranas, o el cribado genético previo a la concepción en padres mayores. Soluciones costosas, pero potencialmente decisivas para evitar mutaciones heredadas.
Un límite que no sabíamos que existía
La biología masculina siempre se consideró infinita en términos reproductivos. Pero este estudio demuestra que, incluso en ese terreno, la naturaleza también pone límites. No físicos, sino genéticos.
Cada año que pasa, el ADN de los espermatozoides cambia silenciosamente, acumulando pequeñas imperfecciones que pueden alterar la historia evolutiva de una familia. La capacidad de tener hijos no desaparece con la edad, pero la probabilidad de transmitir errores sí aumenta.
Y quizá ahí está la verdadera paradoja: la ciencia nos dice que podemos seguir creando vida a cualquier edad, pero también nos recuerda —con precisión molecular— que no todas las vidas empiezan igual.
Fuente: es.gizmodo.com
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