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La materia orgánica, más antigua que el Sistema Solar

Los que piensan que «ahí arriba» tiene por fuerza que haber vida en alguna parte cuentan, a partir de ahora, con un nuevo argumento en el que apoyarse. Los científicos de la misión europea Rosetta, en efecto, la misma que el año pasado consiguió volar en paralelo al cometa Churyumov Gerasimenko e hizo aterrizar el módulo Philae sobre su escarpada superficie, acaban de descubrir, analizando los datos de esa histórica misión, que más del 40% del total de la masa del cometa estaba compuesta de materia orgánica. Y lo que es más: esas moléculas se originaron en el espacio interestelar mucho antes, incluso, de que nuestro Sistema Solar empezara a formarse.

Jean-Loup Bertaux y Rosine Lallement, de la Universidad de Versailles Saint-Quentin-en-Yvelines y del Observatorio de París, hallaron en el núcleo cometario importantes cantidades de carbono, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno, los elementos esenciales de la vida en la Tierra.

Desde hace más de 70 años, los investigadores saben que al analizar los espectros de muchas estrellas los instrumentos recogen, también, absorciones del espacio «vacío» que hay entre ellas. Esas absorciones, llamadas «Diffuse Interstellar Bands» (Bandas Estelares Difusas o DIBs) se atribuyben a la presencia de moléculas orgánicas complejas. Y no son pocos los investigadores que, como el astrofísico norteamericanoTheodore Snow, creen que esas moléculas espaciales constituyen, ni más ni menos, que la mayor reserva conocida de material orgánico del Universo.

Se da el caso, además, de que esa materia orgánica se suele encontrar siempre, o casi siempre, en las mismas proporciones. Por supuesto, las densas nubes de polvo y gas de las que nacen las estrellas constituyen una excepción, ya que en su centros, donde la materia es más densa, las DIBs disminuyen. La razón es que las moléculas orgánicas tienden a agruparse especialmente en esas regiones, y la materia agrupada absorbe menos radiación de la que flota libremente en el espacio.

Las nebulosas primitivas terminan contrayéndose para formar sistemas solares como el nuestro, con estrellas, planetas y, por supuesto, cometas. La misión Rosetta nos ha enseñado que los núcleos cometarios se forman, precisamente, por la lenta y continua acumulación de partículas, que los van haciendo cada vez mayores. Al principio del proceso, las diminutas partículas se van uniendo para formar granos más grandes, que a su vez se combinan entre sí dando lugar a fragmentos aún mayores, y así sucesivamente hasta llegar a formar un núcleo cometario de hasta varios kilómetros de diámetro.

De este modo, las antiquísimas moléculas orgánicas que poblaban la nebulosa primitiva de la que surgieron el Sol y sus planetas (y que son las responsables de las DIBs) se fueron agregando e incorporándose a granos que terminaron por crecer hasta convertirse en auténticos núcleos de cometas. Y allí permanecieron durante casi 5.000 millones de años.

Una misión que viajara a un cometa y regresara después a la Tierra con muestras permitiría llevar a cabo completos análisis de laboratorio de ese material orgánico y revelar, por fin, la verdadera identidad de la materia interestelar responsable de las líneas de absorción que aparecen en los espectros estelares.

La perspectiva, desde luego, es alucinante. Si las moléculas orgánicas de los cometas surgieron, efectivamente, en el espacio interestelar, y si jugaron, como así parece, un importante papel en la aparición de la vida en la Tierra. ¿No podrían haber hecho lo mismo en muchos otros mundos de nuestra de otras galaxias?

Fuente: abc.es