Índica frente a sativa: mitos y verdades sobre los tipos de cannabis
¿Cuánto hay de cierto en que la marihuana sativa produce un subidón y la índica un bajón? Se trata de una distinción algo más compleja. Esto es lo que la investigación sobre el cannabis demuestra que realmente afecta a tu ‘colocón’
El cannabis es uno de los cultivos más antiguos de la humanidad. Antiguas civilizaciones de todo el mundo han cultivado la planta como alimento, fibra, medicina y por sus propiedades para alterar la mente.
Hoy, unos 12 000 años después de la primera cosecha, la industria mundial del cannabis mueve unos 65 000 millones de dólares. Los consumidores habituales que vivan en lugares donde el cannabis es legal tienen mucho donde elegir: ahora hay más de 700 variedades de cannabis entre las que elegir, incluidas variedades con nombres tan coloridos y exóticos como Captain America, Hippie Chicken o Atomic Apple por mencionar sólo unos cuantos.
Pero a pesar de esta notable diversidad, los productos derivados del cannabis se dividen principalmente en dos categorías: índica o sativa, cada una con efectos psicoactivos supuestamente distintos.
«La gente cree que si fumas una índica es como si te tomaras un Xanax y que te quedaras dormido, mientras que una sativa es casi como si te metieras una raya de cocaína y estuvieras colocado e hiperactivo», dice Alex Pasternack, cofundador y presidente de la marca internacional de cannabis Binske.
Este sistema dicotómico de etiquetado está muy arraigado entre los consumidores, ya sea en un dispensario de estadounidense en California, en un «coffee shop» neerlandés o en un salón de fumadores de Tailandia.
Sin embargo, cada vez hay más pruebas científicas que sugieren que estas etiquetas carecen en gran medida de sentido, ya que no existen diferencias químicas o genéticas significativas entre ambas, lo que implica que los consumidores podrían no estar obteniendo los efectos específicos que buscan.
«La idea de índica-sativa está muy mal interpretada», afirma Pasternack.
¿Qué hay en un nombre?
Se cree que los términos «índica» y «sativa» se originaron a finales del siglo XVIII, cuando el biólogo francés Jean-Baptiste Lamarck propuso clasificar las plantas de cannabis por su aspecto físico. Las índicas eran más bajas, con tallos leñosos y hojas gruesas y rechonchas. En cambio, las sativas eran más altas, con tallos fibrosos y hojas finas y plumosas.
Pero no podemos utilizar simplemente el aspecto de una planta para predecir cómo afectará al cuerpo y la mente, afirma el neurocientífico Nick Jikomes, ex director de ciencia e innovación del marketplace online de cannabis Leafly: «Más bien, la forma en que una droga te hace sentir se debe a su química».
Además, los cultivadores de cannabis, gracias en gran parte a la larga naturaleza ilícita de su industria, no están sujetos a ninguna norma a la hora de nombrar sus variedades, a diferencia de los vinicultores, queseros o cultivadores de manzanas, que deben atenerse a estrictas convenciones de nomenclatura. «Podría coger semillas de cannabis al azar y llamarlas Blue Dream o Girl Scout Cookies [Galletitas de Girl Scout]. Incluso podría ponerle un nombre nuevo que me invente y llamarla índica, sativa, híbrida o como yo quiera», dice Jikomes.
Esto explica por qué, cuando analizó la composición química de más de 90 000 muestras de flores de cannabis comercial recogidas en seis estados de EE. UU. para un estudio de 2022, no le sorprendió descubrir que la etiqueta de un producto no reflejaba bien su composición química.
Las sativas, por ejemplo, suelen hacer que los consumidores se sientan enérgicos y eufóricos. Pero Jikomes y sus coautores de la Universidad de Colorado (Estados Unidos) descubrieron que, en comparación con las índicas, las variedades sativa no contienen necesariamente mayores cantidades de tetrahidrocannabinol (THC), el principal compuesto que produce el subidón del cannabis.
Sus conclusiones se hacen eco de un estudio publicado un año antes, en el que se analizaron casi 300 variedades de cannabis. «Desde luego, no hay pruebas científicas de que exista una diferencia consistente entre las muestras con esas dos etiquetas», afirma el autor principal del estudio, Sean Myles, profesor asociado de agricultura en la Universidad Dalhousie de Nueva Escocia (EE. UU.); «todo es un poco nebuloso».
Parte del problema se debe a los numerosos cruces que se han producido a lo largo del tiempo. Así, mientras que la planta índica original, originaria de Oriente Próximo, podría haber diferido genética y químicamente de su prima sativa de Asia central, «ahora las cosas están demasiado mezcladas» como para que haya una distinción clara, dice Myles.
Etiquetas nuevas y diferentes
Para mayor precisión, los investigadores sugieren que el cannabis se clasifique según sus atributos químicos, en lugar de físicos. Cada planta contiene unas 540 sustancias químicas, entre ellas más de 144 cannabinoides distintos, compuestos como el THC y el cannabidiol (CBD) que producen efectos medicinales y psicoactivos específicos.
En este sistema alternativo, las etiquetas enumerarían los principales compuestos presentes en un cultivo concreto, junto con sus cantidades respectivas, de forma similar al panel de «información nutricional» que aparece en los envases de los alimentos. Los «ingredientes» incluirían cannabinoides y terpenos, otro tipo de molécula biológicamente activa producida por las plantas.
Los terpenos influyen mucho en el sabor y el aroma de una variedad, y algunos expertos creen que también interactúan con los cannabinoides para modificar sus efectos, en lo que se denomina el «efecto séquito». Por ejemplo, se cree que el mirceno, de olor almizclado, «tiene efectos más psicoactivos que el THC», mientras que el limoneno, de sabor cítrico, «eleva más el estado de ánimo y libera del estrés», afirma Pasternack.
Clasificar el cannabis utilizando terpenos también tiene sentido desde un punto de vista genético: en sus respectivos estudios, Myles y Jikomes determinaron que las cepas se pueden clasificar en un puñado de grupos (como limoneno, mirceno, cariofileno y pineno) en función de sus perfiles dominantes de terpenos, que a su vez se pueden relacionar con patrones específicos de expresión genética.
Simplicidad, no sofisticación
Un sistema de etiquetado renovado que se base en el perfil químico de una cepa es «en realidad lo que debería ser la clasificación en mercados de cannabis sofisticados y maduros», dice Pasternack.
Pero la realidad actual es tal que la mayoría de los consumidores no buscan más información en las etiquetas, y mucho menos científicamente precisa. «La gente simplemente intenta comprar lo que más le convenga», afirma. «La industria se rige por el precio, y lo más barato suele ser lo que se vende en mayor volumen».
La optimización de esta métrica «ha sido una realidad durante toda la vida del sector y no parece que vaya a cambiar», añade Jikomes.
Además, hay otra razón crucial por la que se mantiene el etiquetado índica/sativa: es fácil de usar. «Todo el sistema consiste en saber si quieres una índica o una sativa», afirma. «Permite a los minoristas y a las marcas disponer de una forma universal e infalible de comercializar un conjunto arbitrario de productos a cualquier consumidor, y es lo bastante sencillo como para que cualquiera pueda entenderlo».
Como dice Jikomes: «En última instancia, puedes poner tantos terpenos en la pegatina como quieras pero mi predicción es que el sistema índica/sativa está aquí para quedarse».
Fuente: nationalgeographic.es