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¿Hasta qué punto podemos sentir apego por un robot con quien hemos convivido en casa?

Hace cuatro años, unos investigadores colocaron un pequeño robot lector con forma de búho llamado Luka en los hogares de una veintena de familias. En ese momento, los niños eran preescolares y apenas estaban aprendiendo a leer. La tarea de Luka era clara: escanear las páginas de libros ilustrados físicos y leerlos en voz alta, ayudando a los niños a desarrollar habilidades de lectoescritura tempranas.

Eso fue en 2021. En 2025, estos investigadores volvieron a ponerse en contacto con las familias, sin esperar encontrar mucho. Los niños habían crecido y el nivel de lectura con el que trabajaba el robot ya no era apropiado para su edad. Sin duda, el trabajo de Luka estaba hecho y la familia ya se habría deshecho del robot o lo tendrían arrinconado.

Sin embargo, encontraron algo extraordinario.

De todas esas familias, casi todas, concretamente 18, aún conservaban su robot. Muchas seguían recargándolo. Algunas lo usaban como reproductor de música. Otras simplemente lo dejaron en un estante, junto a libros infantiles y recuerdos. En cualquier caso, Luka se había quedado con esas familias. Zhao Zhao, de la Universidad de Guelph, y Rhonda McEwen, de la Universidad de Toronto en Mississauga, ambas instituciones en Canadá, han analizado el aspecto psicológico de esta inesperada fidelidad de las familias hacia su robot.

“Este hallazgo no fue solo adorable. Nos reveló algo más profundo sobre cómo las personas se relacionan con los robots: no como herramientas que van y vienen, sino como compañeros que adquieren un nuevo significado con el tiempo”, explican.

En las entrevistas realizadas a las familias, fueron comunes las descripciones conmovedoras de Luka. Un niño llamó al robot “mi hermano pequeño”. Otro dijo que Luka era “la única mascota que he tenido”. Algunos padres admitieron que lo guardaban más para ellos mismos que para sus hijos, como un nostálgico recordatorio de cuando sus hijos eran muy pequeños.

El propósito original del robot, leer en voz alta, se había desvanecido. Pero su función emocional se había incrementado. Las familias lo cuidaban, bromeaban sobre él y, en un caso, se lo pasaron a un primo menor.

En las investigaciones sobre la interacción del ser humano con un ordenador o con un robot, a menudo la atención se centra en la facilidad de utilización, en el nivel de uso y en el grado de productividad conjunta conseguido. Sin embargo, el nuevo estudio, tal como argumentan sus autores, demuestra que incluso un robot relativamente simple, uno que no se mueve ni habla libremente, puede formar parte de los recuerdos bonitos de la historia de una familia.

El estudio se titula “The Robot That Stayed: Understanding How Children and Families Engage with a Retired Social Robot”. Y se ha publicado en la revista académica Frontiers in Robotics and AI.

Fuente: noticiasdelaciencia.com

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