Fraudes con bata blanca: cuando la ciencia miente
La ciencia es fiable, pero no infalible. Es bueno que surjan teorías nuevas para modificar las antiguas: en eso se basa el progreso científico. Pero ¿qué sucede cuando más que error hay engaño?
Hoy en día la ciencia parece tener respuesta para casi todo. Los medios de comunicación presentan a los expertos como personas responsables, capaces de ofrecer argumentos indiscutibles sobre las amenazas que se ciernen constantemente sobre el mundo: catástrofes naturales, enfermedades contagiosas, problemas sociales… La ciencia desempeña el papel de una institución llena de rigor y objetividad, y los investigadores parecen dedicarse a ella con abnegada devoción.
Pero esta imagen está idealizada. Los científicos son seres humanos con sus virtudes y defectos, y su trabajo, como el de tantos otros profesionales, está sujeto a presiones de productividad y prestigio social.
Como resultado, la investigación científica no está a salvo de escándalos y fraudes. Algunos casos se hacen muy famosos, como la falsificación del cráneo de Piltdown, que tuvo confundidos a los antropólogos ingleses durante décadas. Pero la mayoría no trascienden el mundillo de los eruditos y apenas aparecen en los periódicos. Para una persona sin conocimientos especializados resulta difícil entender todos los entresijos. Además, la frontera entre el engaño y el error es difusa. Hay casos donde no puede tenerse la certeza de una mala praxis.
Ha habido científicos que mintieron por venganza o por desacreditar a sus oponentes. Otros aspiraban a ganar dinero orquestando un burdo engaño. Pero a veces el problema reside en la fiabilidad de los datos. Actualmente la competitividad es muy alta y los investigadores se ven obligados a publicar sus resultados en trabajos muy breves, en los que los datos escogidos han de resultar muy coherentes. Si un artículo, aunque sea interesante, no está presentado en este formato, tiene muchas posibilidades de no ser publicado. Esta presión puede incitar a algunos investigadores a ocultar o pasar por alto aquellos resultados que no confirmen sus hipótesis.
Por otra parte, quien consigue prestigio científico internacional obtiene también fama, influencia y dinero: tres poderosas tentaciones. El escándalo protagonizado por biólogos coreanos en 2005 desveló una compleja trama de sobornos, desvíos de dinero y corrupción generalizada desde las más altas instancias.
¿Es, por tanto, el fraude científico el resultado de la acción malintencionada de unos pocos investigadores corruptos? Para el periodista e historiador de la ciencia Horace Freeland Judson la respuesta es no. Las causas serían mucho más complejas. La comunidad científica propugna su autonomía y la capacidad de autorregulación como condición indispensable para el progreso investigador. Se supone que cualquier irregularidad será detectada y corregida por su propia dinámica interna. Sin embargo, para Judson ahí reside el núcleo del error. Según él, si no existe un organismo regulador externo y autónomo que vigile el secretismo y las prebendas, siempre habrá abusos de poder, conspiraciones e incluso delitos.
PALEONTOLOGÍA
1726: fósiles imposibles
Johannes Bartholomäus Adam Beringer, un pomposo profesor de la universidad alemana de Würzburg, encontró unos fósiles literalmente increíbles. Entre ellos había pájaros con los ojos perfectamente conservados, abejas en su panal, arañas con su tela intacta y, para colmo, petrificaciones que representaban al sol, las estrellas, la luna e incluso cometas. Esta colección de fabulosos objetos no despertó el menor recelo en el científico, que escribió un libro titulado Lithographiae Wirceburgensis. En él indicaba que, en su opinión, los fósiles eran reales.
Hoy sabemos que Beringer fue objeto de una burla cruel. Ignatz Roderick, profesor de geografía y álgebra, y Johann Georg von Eckhardt, bibliotecario de la universidad, encargaron los relieves de las piedras. Es muy probable que el propio Roderick esculpiera algunas. Luego mandaron enterrarlas al pie de un monte donde Beringer solía pasear en busca de minerales y fósiles.
Cuando los bromistas se enteraron de que el profesor iba a divulgar sus hallazgos, se dieron cuenta de que habían ido demasiado lejos. Trataron de disuadirle. Roderick incluso le enseñó algunas piedras y le mostró cómo se habían esculpido. Pero fue inútil. Beringer siguió convencido de su autenticidad y decidió publicar el libro, demostrando un grado de cabezonería absolutamente fatal.
FÍSICA
1903: los rayos que nunca existieron
El físico francés René Blondlot observó en 1903 cambios en el brillo de la chispa que generaba un electrodo. Incluso fotografió el fenómeno. Atribuyó estos cambios a una nueva forma de radiación que denominó rayos N en honor a la Universidad de Nancy, donde trabajaba. Otros colegas franceses no tardaron en detectar los rayos N. Al parecer emanaban de la mayoría de sustancias, incluido el cuerpo humano. Sin embargo, algunos científicos eran incapaces de reproducir en el laboratorio un resultado parecido a las fotografías de Blondlot y empezaron a considerar el asunto una pérdida de tiempo.
Todo esto llamó la atención del físico norteamericano Robert Williams Wood, que se había forjado una sólida reputación desenmascarando a médiums y videntes. Wood se presentó en el laboratorio de Blondlot y pidió observar los experimentos. El principal se basaba en enfocar un haz de rayos N sobre una pantalla fosforescente. Cuando los rayos incidían sobre ella, su brillo se incrementaba levemente. Pero, a pesar de que Blondlot parecía verlo con claridad, Wood no notaba ningún cambio.
Otra prueba consistía en observar cómo un prisma de aluminio desviaba los rayos N. Wood extrajo el prisma disimuladamente y, a pesar de ello, Blondlot afirmó haber visto cómo se desviaban. Finalmente Wood publicó un informe en la revista Nature en 1904. Indicó que los rayos N eran producto de un efecto de autosugestión: los científicos creían observar fenómenos que encajaban en su teoría. Los rayos N quedaron desacreditados y no figuran en ningún manual de física.
BIOLOGÍA
1909: el abrazo del sapo
El biólogo austríaco Paul Kammerer (1880-1926) quiso demostrar la verdad del lamarckismo, una teoría evolutiva hoy descartada. Según el lamarckismo, las características que un animal adquiere a lo largo de su vida pueden heredarse.
Kammerer aseguró haber presenciado insólitos fenómenos en ejemplares de sapo partero (Alytes obstetricans). La mayoría de las especies de sapos se aparean en el agua. Eso hace que el cuerpo de la hembra esté resbaladizo y al macho le resulte difícil abrazarse a ella. Por eso los machos nacen con una especie de almohadillas de color negro en las manos, que les permiten agarrarse firmemente durante la cópula. El sapo partero es la excepción: no posee almohadillas porque se aparea en tierra. Pero según Kammerer, si se obligaba a los sapos parteros a copular en el agua, los machos desarrollaban las almohadillas y sus descendientes las heredaban.
En 1923 el científico dio una serie de conferencias en Gran Bretaña. Llevaba consigo un frasco en el que conservaba el último de los sapos transformados, pero los especialistas no lograron ponerse de acuerdo sobre lo que veían. En 1926 se descubrió que las supuestas almohadillas del ejemplar del frasco eran tinta china inyectada bajo la piel. El escándalo saltó a las páginas de la revista Nature. A las pocas semanas, Kammerer se suicidó.
El escritor Arthur Koestler sugirió en 1972 que Kammerer pudo ser objeto de una venganza por sus ideas comunistas. Los soviéticos le habían ofrecido una beca para continuar con sus erróneas investigaciones sobre la herencia de los caracteres adquiridos. Según Koestler, un militante nazi habría inyectado la tinta negra para desacreditar a Kammerer.
De todos modos, en 1924 ya se había descubierto que algunos sapos parteros sí tienen de manera natural almohadillas. Esto anulaba las conclusiones de Kammerer sobre la herencia adquirida: sus sapos podían poseerlas perfectamente sin que su régimen acuático tuviera nada que ver.
PSICOLOGÍA
1940: inteligencia manipulada
El psicólogo británico Cyril Burt (1883-1971) quiso demostrar que la inteligencia depende esencialmente de la herencia genética. Buscó gemelos univitelinos (gemelos idénticos) que por diversas razones se hubieran educado en familias distintas. Esto permitiría distinguir entre los factores congénitos y los que dependieran del ambiente.
Había un inconveniente: los univitelinos no son frecuentes y es aún más difícil que se críen por separado. Hasta entonces no se habían podido estudiar más de veinte parejas. Para Burt, sin embargo, esto no parecía un problema. Empezó a publicar trabajos en los que el número de gemelos estudiados se incrementaba año tras año. En 1943 estudió 15 parejas, 21 parejas en 1955 y llegó hasta las 53 en 1966. La conclusión era siempre la misma: los cocientes de inteligencia no variaban en gemelos separados. Por tanto, la inteligencia debía de ser hereditaria.
Cuando su avanzada edad le impidió hacer las pruebas personalmente, Burt contrató a dos colaboradoras, Margaret Howard y Jane Conway.
Los primeros indicios de fraude aparecieron cuando algunos investigadores observaron un valor de un parámetro estadístico denominado coeficiente de correlación, que siempre era el mismo (0,771) en todos sus trabajos de las últimas décadas, algo casi imposible desde el punto de vista matemático, según se dijo.
Tras la muerte de Burt continuó desvelándose la trama. En 1976 un periodista denunció que las colaboradoras Howard y Conway no existieron nunca. Pero la prueba más importante la aportó en 1979 el psicólogo Leslie Hearnshaw. En su biografía sobre Burt asegura que tuvo acceso a su diario personal y allí encontró la confesión de todos sus engaños.
BIOLOGÍA
1951: los genes ficticios del alga
Hoy en día casi nadie recuerda al biólogo alemán Franz Moewus (1908-59). Sin embargo, en los años cincuenta sus experimentos con un alga verde unicelular denominada Chlamydomonas eugametos fueron considerados la contribución más importante hasta entonces en los campos de la genética y la biología molecular. En un simposio celebrado en el prestigioso laboratorio de Cold Spring Harbour (Nueva York) en 1951 se le homenajeó como a un auténtico pionero de la investigación genética.
Pero un año después se detectaron numerosas incoherencias. Los especialistas en biología molecular descubrieron que sus estudios eran un fantástico timo. El alemán se había sacado de la manga una complejísima cadena de hormonas, controles genéticos y rutas bioquímicas que parecían reales y totalmente coherentes, pero que resultaron ser pura invención.
Moewus había suministrado a los científicos resultados acordes con las ideas genéticas de aquel momento, y esto había hecho creíble su falso entramado biológico. Una vez descubierto el engaño, quedó desacreditado y fue apartado de la élite científica. Pasó sus últimos años como ayudante de laboratorio en Florida.
ANTROPOLOGÍA
1971: cavernícolas en pantalón vaquero
Ese año se halló una tribu aislada en una zona remota del bosque tropical filipino. Se componía de 26 individuos que, según se afirmó, vivían en la edad de piedra. Subsistían comiendo renacuajos, cangrejos, ñames (unas raíces silvestres) y médula de palma. Iban totalmente desnudos a excepción de un taparrabos hecho de hojas, vivían en cuevas y se suponía que no habían tenido ningún contacto con el exterior.
Muchos antropólogos quedaron encantados con el hallazgo. Los tasaday no conocían las armas, en su idioma no existía la palabra “guerra” y no practicaban la agricultura. Eran la mismísima encarnación del mito del salvaje pacífico y noble, no corrompido por la modernidad.
John Nance, un reportero de Associated Press, difundió el descubrimiento. Un alto funcionario del gobierno filipino llamado Manuel Elizalde, por entonces director de la Oficina de Ayuda Presidencial a las Minorías Nacionales (PANAMIN), se apresuró a organizar expediciones de científicos y periodistas. Entre ellos había un equipo de National Geographic, que dedicó una portada a los tasaday en 1972. Los pies de foto los describían como nuestros inocentes ancestros en un edén primigenio.
Elizalde mandó construir un helipuerto y controló personalmente las visitas, entre las que se contaron famosos como Gina Lollobrigida y Charles Lindberg. Pero tras esta explosión mediática, en 1974 el gobierno prohibió acceder a la zona, bajo la pretensión de proteger a los tasaday de la explotación comercial. Los trogloditas afirmaban que Elizalde era su gran benefactor, un dios. Y durante doce años los tasaday pasaron a ser materia prima para los seminarios universitarios de todo el mundo.
Un mes después de la caída del régimen del general Marcos, un periodista suizo llamado Oswald Iten formó equipo con un reportero local y se adentró en la reserva. Para su sorpresa descubrieron que los tasaday llevaban vaqueros y camiseta y vivían en las cabañas tradicionales de la zona. En 1986 un equipo de televisión norteamericano de la ABC entrevistó a ocho miembros de la comunidad original. Se presentaron ante las cámaras totalmente vestidos y se burlaron del apelativo con el que se los había bautizado, porque Tasaday era únicamente el nombre de la región donde habían sido fotografiados.
Cuando les mostraron las revistas donde aparecían con taparrabos, rompieron a reír y reconocieron que todo había sido un montaje. Según afirmaron, Elizalde les prometió ayudas económicas y protección gubernamental si se desnudaban y fingían ser un pueblo primitivo. El político ya no estaba en Filipinas para rebatir sus acusaciones. Había huido del país en 1983, llevándose 35 millones de dólares de los fondos de la PANAMIN y, según parece, unas veinticinco muchachas de la “tribu”.
Elizalde regresó a Filipinas en 1987. Declaró que sus enemigos habían querido difamarle y que su sociedad primitiva era auténtica. En 1988 la presidenta Corazón Aquino encargó una investigación. Anunció que los tasaday eran un pueblo genuino, que había estado a punto de sucumbir por culpa de los industriales que querían aprovecharse de su territorio, rico en minerales. Pero estas afirmaciones ya no convencieron a los científicos.
Para el antropólogo Gerald Berreman, de la Universidad de Berkeley, era evidente que los tasaday solo podían ser ficticios, y así lo proclamó en 1988. Su sociedad no resultaba creíble. Carecían de cualquier tecnología para la caza y la pesca. No tenían ritos religiosos, ni chamanes ni folclore. Según Berreman, en los últimos cuarenta mil años no ha existido un solo grupo humano que haya carecido de esa clase de rasgos culturales.
BIOLOGÍA
2005: la falsa clonación humana
Hasta el año 2006, Hwang Woo-suk (1953) era un prestigioso investigador biomédico de la Universidad Nacional de Seúl. En 2005 publicó en la revista Science dos artículos que le catapultaron a la fama. En ellos afirmaba que había logrado crear células madre embrionarias humanas mediante clonación.
Según estos artículos, Hwang y su equipo extrajeron el núcleo a 18 óvulos donados por voluntarias. A continuación introdujeron en cada uno de ellos ADN procedente de células de la piel de 11 personas con algún tipo de dolencia (lesión de la médula espinal, diabetes tipo 1 o una enfermedad inmunológica congénita). Supuestamente se originaron 31 embriones, de los cuales se obtuvieron 11 colonias, o líneas de células madre. Cada una era una réplica genética casi idéntica del paciente donante de piel. Si el enfermo necesitara estas células madre para un tratamiento, su cuerpo no las rechazaría. Era un hito en la historia de la medicina. O lo parecía.
Cinco meses después de la aparición del segundo artículo, Roh Sung-il, uno de los colaboradores más directos de Hwang, declaró que se habían pagado 1.400 dólares a cada donante de óvulos. Un mes más tarde añadió la revelación fundamental: nueve de las once líneas de células madre eran un fraude. Indicó que esas líneas compartían ADN, lo que implicaba que provenían de la misma fuente. Asimismo, Roh dijo que él, Hwang y otro coautor habían pedido a la revista Science que retirara la publicación.
Science respondió que no había recibido ninguna petición de Hwang, y que ningún autor podía retractarse de forma unilateral. Al día siguiente Hwang dio una multitudinaria conferencia de prensa en la que defendió su trabajo, aunque admitió que había algunas falsificaciones en los datos debidos a “errores artificiales”. Reconoció que existía un problema de contaminación con las líneas originales, pero aseguró que si se le concedían tan solo diez días, él podría recrear las líneas de células madre.
Unos minutos más tarde, en otra convocatoria a los medios, Roh Sung-il reafirmó sus acusaciones y aseguró que el trabajo de Hwang carecía de fiabilidad.
El 17 de diciembre se abrió una investigación interna en la Universidad Nacional de Seúl. La comisión selló el laboratorio de Hwang e interrogó a su equipo. Seis días más tarde anunciaron sus conclusiones: Hwang había fabricado los datos intencionadamente y su conducta era un acto grave que atentaba contra las bases de la ciencia. La comisión declaró que los dos trabajos publicados en Science eran un fraude y que no se había logrado desarrollar de forma exitosa ni una sola de las 11 líneas de células madre. Por su parte, la revista Science rechazó a posteriori ambos artículos.
Hwang perdió su puesto en la Universidad Nacional de Seúl. En mayo de 2006 fue procesado por cargos de fraude, malversación e incumplimiento de las leyes bioéticas. La investigación judicial puso de manifiesto que el biólogo había invertido importantes partidas de dinero en ganarse el apoyo de la cúpula política y científica de su país.
Años después, el investigador buscaría acuerdos para financiar la clonación de animales, incluido un intento en 2012 de revivir un mamut lanudo de hace 10.000 años.
Fuente: lavanguardia.com