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¿Existe la suerte? Lo que dice la ciencia

La estadística, la física y la psicología han estudiado el azar y la suerte. La primera dice que existe, la segunda que no —con una notable excepción— y la tercera te desvela cómo aprovecharla

En octubre de 2024, un carpintero de Carolina del Norte se encontró un billete de 20 dólares en el suelo y lo usó para comprar un número de «rasca y gana» en la lotería estatal. Le tocó un millón de dólares. Dos hechos altamente improbables, encontrarse un billete en el suelo y ganar la lotería, se habían dado a la vez. ¿Fue este un doble golpe de suerte?

Otras personas han destacado, en cambio, por lo contrario, como Roy Sullivan, el ya fallecido guardabosques estadounidense que está en el libro Guiness de los récords por haber sufrido hasta siete veces el impacto de un rayo. En general, consideramos al primero como una persona muy afortunada y diríamos que el segundo tuvo muy mala suerte.

Pero, ¿es realmente el azar el que hace que sucedan eventos tan extraordinarios o existe una causa que los explique? Es una cuestión que ha fascinado a pensadores y científicos desde tiempos de Demócrito, aquel que dijo que el azar no existe, o de Aristóteles, que creía que sí.

En épocas más recientes, el tema también se ha analizado científicamente desde la estadística, desde la física o desde la psicología, con debates que alcanzan incluso la neurología o la genética. Todos ellos tratan de responder la gran pregunta: ¿Existe realmente la suerte?

«Depende de lo que definas como suerte: si es un hecho fortuito y aleatorio que se escapa de tu control, por supuesto que existe y ocurre todo el tiempo. Si es una fuerza oculta o un poder especial por el que ocurren cosas buenas, como si pudieras controlar el azar, no hay pruebas científicas que respalden esa idea», explica por videoconferencia Jeffrey Rosenthal, profesor del departamento de Ciencias Estadísticas de la Universidad de Toronto y autor del libro ‘A cara o cruz: el sorprendente mundo de las probabilidades’.

El tema, aun así, es complejo. Incluso la primera afirmación de Rosenthal, la de la suerte como azar —y él mismo lo admite—, está rebatida científicamente en el campo de la física, como veremos más adelante.

Cara o cruz: lo improbable es posible

Pero antes, profundicemos un poco más en el estudio estadístico de la suerte. Si lanzas una moneda al aire, la probabilidad de que salga cara o cruz es de 50-50, pero si lanzas diez veces seguidas y en todas ellas sale cara, hay quien tiende a pensar que hay truco. «Hay personas como los magos que son tan hábiles con las manos que pueden hacer que siempre salga cara, pero la mayoría de la gente no puede controlarlo y es aleatorio. La probabilidad sigue siendo 50-50 cada vez, que salga diez veces lo mismo es muy improbable, pero de vez en cuando debería suceder igual: es posible», apunta Rosenthal.

Este profesor canadiense lideró un estudio centrado en el póker, con el que demostró que el azar se puede cuantificar: calculó cuántas veces las posibilidades de éxito de un jugador se debían a su habilidad o talento, es decir, «a las decisiones que tomaba», y cuántas se debían a la suerte, es decir, «a aquello que no podía controlar, como las cartas que le tocaban», explica. «Usando la analogía del poker en la vida real, puedes cambiar tus decisiones y mejorar tu habilidad, eso es lo que puedes controlar, pero siempre habrá una parte que no puedes controlar, como que te toque la lotería», explica Rosenthal.

Otro estudio liderado por Alessandro Pluchino de la Universidad de Catania y publicado por el MIT Technology Review en 2018 demostró científicamente que el éxito no depende tanto del talento como de la suerte. A través de simulaciones informáticas, el estudio recreó y analizó la vida laboral de diversos individuos durante 40 años, cada uno con distintos grados de talento y a los que sucedían diferentes hechos afortunados o desafortunados. La conclusión fue que los que acabaron teniendo más éxito no eran los que tenían más talento, sino los que habían tenido más suerte.

También el filósofo y matemático Nassim Taleb defiende en su libro ‘Existe la suerte’ que el azar influye mucho más en nuestras vidas de lo que pensamos. Sus teorías se aplican especialmente al campo de los mercados financieros, donde usa la metáfora de los monos y los dardos: si millones de monos lanzaran dardos a una pizarra donde están escritos los nombres de todas las empresas donde invertir, algunos de ellos acertarían y se harían ricos sólo por pura estadística, no por habilidad real.

Si la suerte se puede medir por probabilidad estadística, tenemos una buena noticia porque existe «la ley de los grandes números, que es la que dice que, aunque lanzar una moneda al aire tiene una probabilidad de 50-50 para cada vez individual, si la lanzas millones de veces la aleatoriedad tiende a equilibrarse», explica Rosenthal. Es decir, la tendencia será a que aproximadamente la mitad de las veces salga cara. «A lo largo de la vida tiende a haber un equilibrio, aquello aleatorio o fortuito a veces será bueno y a veces malo, a largo plazo se compensa», apunta el estadista.

Rosenthal insiste en desmentir científicamente que haya nada «mágico» o supersticioso que pueda explicar el azar: él mismo nació un viernes 13 y asegura que eso no he influido para nada en su vida. Desde le punto de vista de las matemáticas, dice, la suerte es un hecho fortuito y totalmente aleatorio. Pero hay disciplinas científicas que no están de acuerdo ni siquiera con eso.

Solo existe el azar en el mundo cuántico

¿Existe realmente la aleatoriedad? La física dice que no. Dice que incluso aquello que nos parece totalmente fortuito y aleatorio tiene una causa: lo único que pasa es que la desconocemos. Todo sería predecible, y si no podemos hacerlo es simplemente por falta de información. Incluso la lotería o el póker podrían serlo.

«Si me das toda la información sobre las bolitas que hay en el bombo, sus masas, su medida, cómo interactúan, la teoría te diría cuál va a ser el resultado. Si me dices cómo están las cartas en la baraja y qué movimientos hace el crupier, es posible saber qué cartas te van a tocar, no es aleatorio. Que a la práctica sea imposible de saber es otra cosa, pero a nivel fundamental, si tuviera un ordenador superpotente y conociera todas las variables, se podría predecir», explica Antonio Acín, investigador del ICFO – Instituto de Ciencias Fotónicas de Castelldefels.

Según las leyes de la física de Newton, no existen las coincidencias, todo tiene una causa. Pero hay un lugar donde sí que se ha podido probar científicamente que existe el azar y es en el mundo cuántico, el de las partículas elementales del átomo. Allí, las leyes deterministas de Isaac Newton y de Albert Einsten dejan de aplicarse y es imposible predecir con seguridad lo que va a pasar, aunque tengas toda la información.

Un estudio liderado por el mismo Acín y su equipo del ICFO, en colaboración con un instituto de los Estados Unidos, consiguió medir esta aleatoriedad en 2010. Utilizando un test de Bell, el que mide cómo reaccionan dos partículas entralazadas que se encuentran en lugares distintos, pudieron cuantificar el azar: «Demostramos que en el experimento se habían generado 42 bits totalmente aleatorios», explica Acín por videoconferencia.

«En la física cuántica sí que existe la suerte”, resume Acín. El mismo Einstein no estaba nada convencido de ello. Él creía que la teoría cuántica era una teoría incompleta, que faltaba información por descubrir que nos permitiría predecir exactamente lo que pasa con las partículas en cada momento: «Dios no juega a los dados», dijo. Pero el físico John Bell ya probó en los años 60 que no existía ninguna variable oculta en la teoría, y que por tanto «Dios sí que juega a los dados».

Esta aleatoriedad del mundo cuántico puede tener aplicaciones prácticas, para crear contraseñas informáticas totalmente imposibles de predecir. Pero de momento no se le conoce ninguna otra implicación a escala humana.

Pero síganme un poco ahora en este agujero de conejo. Si el verdadero azar solo existe en el mundo cuántico y en cambio, en el mundo en que vivimos todo tiene una causa, ¿quiere decir eso que estamos predestinados a la buena o la mala suerte? Que aquel suceso fortuito que nos parece aleatorio fuera consecuencia de una cadena de acontecimientos físicos concretos, ¿quiere decir que estaba predestinado y no hay nada que hacer? ¿No podemos cambiar nuestra suerte?

La psicología tiene la receta: los cuatro principios de la suerte

El año 1994, Barnett Helzberg tenía 61 años y era el exitoso propietario de una gran cadena de joyerías cuando, paseando por la calle en Nueva York, escuchó alguien que gritaba: «¡Señor Buffet!». Resulta que el famoso inversor Warren Buffet estaba a escasos metros y Helzberg, que llevaba tiempo pensando en vender su empresa para jubilarse, pensó: ‘ahora o nunca’.

Se acercó para presentarse al inversor y aquel encuentro casual desembocó en la compra de su cadena de joyerías por una buena suma. Algunos dirán que estaba en el lugar adecuado en el momento adecuado, puro azar estadístico. Desde la física, medirán la velocidad de sus pasos y las de Buffet y determinarán que era totalmente predecible que se encontraran en aquel punto.

Pero ¿qué me dicen de la decisión de Helzberg de lanzarse a la piscina y presentarse? O más aún, de la decisión que habían tomado los dos previamente de tomar ese camino y no otro. Eso no estaba determinado ni era predecible, ¿verdad? Bueno, pues algunos científicos también dicen que sí. Son los que niegan que exista el libre albedrío en las decisiones humanas.

«Es un tema muy discutido en neurociencia. Hay dos corrientes mayoritarias: los que piensan que no, y uno de los grandes defensores es Robert Kapolski, que dicen que todos nuestros comportamientos y pensamientos están condicionados por la biología de nuestro cerebro. Y otra corriente, en la que me inscribo, que somos los que pensamos que pese a que el libre albedrío está muy restringido por la biología, los aprendizajes y los condicionantes de nuestro entorno, sí que hay un pequeño margen que nos corresponde a nosotros», explica David Bueno, biólogo experto en genética y neurociencia de la Universitat de Barcelona.

Bueno publico en 2010 el libro ‘El Enigma de la libertad’ en el que defiende precisamente que «el cerebro genera una serie de respuestas posibles ante una situación, basadas precisamente en estos condicionantes biológicos, genéticos y de educación, pero tenemos la libertad de bloquear las respuestas que no queremos y dejar que fluya la que consideramos mejor».

Bien, pues si existe libre albedrío, aunque algunos autores lo pongan en duda, no todo está predestinado. Y esto coincide bastante con las conclusiones de uno de los estudios más largos que se han hecho nunca sobre la suerte, el del investigador en Psicología de la Universidad de Hertfordshire, Richard Wiseman.

Durante diez años, Wiseman hizo el seguimiento de 400 voluntarios que creían tener muy buena suerte o muy mala suerte, para buscar patrones que pudieran explicarlo. Incluso los sometió a experimentos con supuestos amuletos de la suerte que confirmaron objetivamente que estos objetos «no tenían ningún efecto». «Existen acontecimientos casuales, como un accidente o un suceso en el casino, que son puro azar. No obstante, el hecho de que se perciban y se actúe en consecuencia, y la manera como se interpretan, forma parte de la mentalidad afortunada o desafortunada», resume Wiseman por correo electrónico.

Y la mentalidad es clave, según las conclusiones de su exhaustivo estudio. Wiseman, de hecho, pudo definir los cuatro principios básicos que convierten a una persona en «afortunada»: crear y darse cuenta de las oportunidades casuales; escuchar a tu intuición; tener expectativas positivas; y afrontar la ‘mala suerte’ de manera positiva.

Las personas que parecían tener mejor suerte en el experimento de Wiseman eran las que estaban «más relajadas y abiertas y por tanto veían más las oportunidades que aparecían en su entorno». Algunas de ellas incluso se esforzaban por introducir cambios y nuevas variables en su vida, como cambiar la ruta hacia su trabajo, romper ciertas rutinas o forzarse a hablar con gente nueva, por ejemplo.

«Los test revelaron que la gente desafortunada generalmente está más tensa y ansiosa que la gente con suerte», explica también Wiseman. Un hallazgo que viene a confirmar otra tesis del biólogo David Bueno: «El enemigo principal del libre albedrío es el estrés, que nos hace ser impulsivos y no nos permite que el cerebro haga ese filtro».

En el estudio del psicólogo británico, se entregó un periódico a varios participantes y se les dijo que contaran cuántas fotografías había en el menor tiempo posible. Las que se consideraban a sí mismas desafortunadas tardaron unos dos minutos, mientras que las afortunadas solo unos segundos: en la segunda página había un mensaje: ‘Deja de contar, hay 43 fotos en este periódico’. Las que no creían en sus posibilidades y se dejaron llevar por el estrés, no vieron el mensaje.

«La suerte no es una habilidad mágica ni el resultado de la causalidad aleatoria, ni hay gente que nace afortunada ni otra no», dice Wiseman, sino que «los pensamientos y el comportamiento son responsables de mucha de la supuesta buena suerte».

Al final, se trata de lo mismo que decía Rosenthal, tratar de sacar el máximo provecho de aquello que sí podemos controlar, es decir, nuestras decisiones, y pensar que aquello que no podemos controlar es puro azar (si tiene una causa física, la cuestión es que no podemos saberla, así que tanto da), por tanto, no es que nos lo merezcamos o que estemos predestinados a ello. Por la ley de los grandes números, habrá veces que ese azar nos sonreirá, aunque sea por pura estadística. Y es entonces cuando debemos aprovechar para crear nuestra propia suerte.

Fuente: nationalgeographic.com.es

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