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Empiezan a completar la historia pérdida de esclavos con ADN

La revista “Nature” se hace eco es un último número de un trabajo aún en prepublicación en la plataforma de difusión científica bioRxiv.org liderado por la investigadora mexicana Marcela Sandoval Velasco, de la Universidad de Copenhague, sobre los orígenes de los esclavos liberados en el siglo XIX en la isla de Santa Elena.

Situada a más 1,800 kilómetros de la costa de África, en mitad del Atlántico Sur, esta pequeña isla de apenas 4,500 habitantes disfrutó de su momento estelar en la historia a principios del siglo XIX, cuando se convirtió en la última prisión de Napoleón, que vivió allí desde su derrota en Waterloo, en 1815, hasta su muerte, en 1821.

Sin embargo, los libros le reservan otro momento brillante menos conocido, al que le arrastró la decisión del Reino Unido de ordenar a su Armada estrangular el tráfico de seres humanos que todavía seguía fluyendo hacia América, con epicentro en ese momento en el corredor marítimo de Angola a Brasil. Justo donde está Santa Elena.

En 24 años, de 1840 a 1864, la Marina Británica capturó en esa zona 87 barcos cargados con 26,994 esclavos, de los que la gran mayoría, 24,217, fueron liberados en Santa Elena; “liberados” entre comillas, porque como bien comprobaron Napoleón, el general Piet Cronje y otros ilustres presos de las muchas guerras libradas por el Imperio Británico, de esa isla es casi imposible salir.

Ocho mil de esos antiguos esclavos murieron en Santa Elena muy poco después de recobrar la libertad, la mayoría de los cuales fue enterrado en el Valle de Rupert. Su historia se reencontró con el presente hace solo una década, cuando las obras de construcción del aeropuerto de la isla hicieron aflorar los restos óseos de 325 personas, la mitad de ellos niños o adolescentes, en un contexto que delataba claramente cuál era su origen.

Sin embargo, poco se sabe sobre la procedencia de los miles de libertos de Santa Elena. Como ocurre con la mayoría de quienes sufrieron esclavitud en esos siglos, las crónicas y documentos comerciales o marítimos de la época revelan poco más que el puerto de embarque de origen y el lugar de captura del barco.

Marcela Sandoval, Anuradha Jagadeesan, María Ávila y el resto de firmantes de este trabajo, adscritos a grupos científicos de las universidades de Copenhague, Islandia, Autónoma de México o Lausana (Suiza), se han propuesto poner al servicio de esa causa toda la potencia de las modernas técnicas de genómica y bioinformática, empezando por una muestra de 20 individuos (17 hombres y 3 mujeres).

El reto no era fácil: El genoma de esas 20 personas recuperadas del enterramiento del Valle de Rupert presentaba afinidades genéticas con 76 grupos humanos diseminados en la actualidad por 24 países de África. ¿Era posible averiguar concretamente de cuáles? El trabajo de este de grupo de científicos es esperanzador para quienes aspiren a ir completando esos capítulos de la historia nunca escrita de todas esas gentes. El reto -y la deuda- son descomunales, porque se estima que más de 12 millones de seres humanos fueron conducidos como esclavos desde África hasta América a lo largo de cuatro siglos, del XVI al XIX, recuerdan los autores.

Pero las técnicas que han empleado, a pesar de las limitaciones de las bases genéticas disponibles en esa zona de África (mucho menos prolijas que en Europa o EUA) sí les han permitido afinar bastante en el origen de esos 20 individuos. Rastreando marcadores del ADN mitocondrial (herencia del linaje materno) y del cromosoma Y (de los ancestros paternos), han deducido que ese grupo procedía de una estrecha franja de terreno hoy situada entre Gabón y Angola.

“Este estudio muestra tanto la potencia como los desafíos asociados al uso de datos genéticos para arrojar luz sobre la historia de los individuos que sufrieron el comercio transatlántico de esclavos. A pesar de las limitaciones, hemos podido concretar la región de origen de las personas de nuestra muestra”, subrayan.

Con tantas cuestiones aún por aclarar en este capítulo de la historia humana, remarcan Sandoval y sus colegas, “las técnicas genómicas han demostrado su capacidad para validar y complementar los datos históricos y para responder viejas preguntas”.

“En el futuro (…) tendremos la oportunidad de investigar historias de vida personales e individuales. Aunque no represente a todas las personas que fueron objeto del tráfico transatlántico de esclavos, la capacidad de contar la historia de unos pocos nos ayudará a ilustrar la condición de muchos”, concluyen.

Fuente: elsiglodetorreon.com