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El niño de Lapedo, el esqueleto que refuerza la teoría de que los neandertales y humanos se apareaban

En Lagar Velho, en el valle de Lapedo, a unos 150 km de Lisboa, fue descubierto en 1998 el esqueleto del batizado como el niño de Lapedo.

De aproximadamente unos 4 años, había sido enterrado en este sitio en Portugal hace unos 29.000 años.

Algo extraño en su cuerpo llamó la atención de los arqueólogos que comenzaron a excavar el sitio.

“Había algo raro en la anatomía del niño. Cuando encontramos la mandíbula, sabíamos que iba a ser un humano moderno, pero cuando expusimos el esqueleto completo (…) vimos que tenía las proporciones corporales de un neandertal”, le explicó a la BBC João Zilhão, arqueólogo y líder del equipo que trabajó en el hallazgo.

“Lo único que podía explicar esta combinación de rasgos, era que el niño, de hecho, era evidencia de que los neandertales y los humanos modernos se habían cruzado”, añade.

Si nos remontamos a lo que se pensaba a finales de los años 90 sobre la evolución de los humanos -cuando se asumía que los neandertales y los humanos modernos eran especies diferentes y por tanto el cruce era impensable- no sorprende que la gran mayoría de los expertos creyera que la interpretación de Zilhão y su equipo era un tanto tirada de los pelos.

Pero su teoría dio lugar a una revolución en los estudios sobre la evolución.

Esqueleto casi intacto

La comunidad a la que pertencía el niño era cazadora-recolectora, y de naturaleza nómada.

Según le explicó a BBC Reel la arqueóloga Ana Cristina Araújo, cuando el niño murió, el grupo hizo un hoyo en el suelo, quemó una rama de pino y despositó su cuerpo envuelto en un sudario teñido de ocre sobre las cenizas.

“No sabemos (con certeza) si era niño o niña, pero hay indicios de que era niño”.

En cuanto a la causa del fallecimiento, la arqueóloga dice que no hay pistas que apunten a una enfermedad o una caída. Por lo tanto, es posible imaginar una diversidad de escenarios.

“El niño pudo haber comido un hongo venenoso, o pudo haberse ahogado”.

Su cuerpo permaneció enterrado por milenios hasta que, en 1998, fue descubierto por azar y con su esqueleto casi intacto cuando los dueños del terreno comenzaron a hacer excavaciones para construir una serie de estructuras aterrazadas.

Hipótesis

Después de que lo trasladaran al Museo Nacional de Lisboa, comenzaron a estudiarlo en forma detallada.

“Los huesos de las piernas eran más cortos de lo normal para un niño de su edad. ¿Cómo era posible que parecieran las piernas de un neandertal? Algunos dientes también parecían de neandertal, mientras otros parecían de humano moderno. ¿Cómo se explica esto?”, se preguntaba Zilhão.

Los investigadores manejaron dos hipótesis. Una era que el niño era el resultado de un cruce que había ocurrido una única vez entre un neandertal y un humano moderno.

A Zilhão, sin embargo, esto no los convencía. Si este era un evento único, raro, esporádico, la posibilidad de encontar este evento único 30.000 años más tarde resultaba casi imposible.

La segunda hipótesis apuntaba que los neandertales y los sapiens mantenían relaciones sexuales entre ellos de forma regular.

“Sabíamos que en la Península Ibérica el momento de contacto (entre ambos) fue (…) hace unos 37.000 años. Si el esqueleto pertenecía a esa época, la primera teoría podría funcionar. Pero si el niño era de un período mucho más tardío, las implicanciones tenían que ser que estábamos viendo un proceso a nivel de la población, no un encuentro causal entre dos individuos”, dice Zilhão.

La datación por radiocaborno resolvió la duda: el niño de Lapedo tenía una antigüedad de 29.000 años.

“Si luego de tantos milenios después del momento de contacto la gente que vivía en esta parte del mundo todavía mostraba evidencia anatómica de esta población ancestral de neandertales, tenía que ser porque el cruce no solo ocurrió una vez, sino que era la norma”, señaló el arqueólogo.

La solidez de la evidencia encontrada por el equipo en Portugal hizo que otros expertos tuvieran que considerar seriamente esta esta hipótesis.

Cambios

Gracias a este descubrimiento, se produjo un cambio en nuestra comprensión de los neandertales como especie.

De la investigación se desprende que los neandertales no son una especie diferente. “Hemos sobreinterpretado las diferencias menores en el esqueleto facial o en la robustez del esqueleto”, dice Zilhão.

Otros descubrimientos de fósiles que se hicieron más tarde con características similares a las del niño de Lapedo, le dieron más peso a la teoría del cruce, que luego fue reforzada cuando investigadores secuenciaron el genómea completo del neandertal.

Aí es como sabemos que es posible que europeos y asiáticos tengan hasta un 4% de ADN neandertal.

“Eso no quiere decir que en cada uno de nosotros ese 2% o 4% sea el mismo. De hecho, si juntas todas las partes del genoma neandertal que todavía persisten, eso es casi el 50% o 70% de lo que era específicamente neandertal. Así que el genoma neandertal ha persistido casi en su totalidad”, explica el investigador.

Este conocimiento “enriquece nuestra comprensión de la evolución humana”, dice Zilhão, más que “pensar que nosostros solo descendemos de una muy pequeña población que hace 250.000 años vivía en algún lugar de África y que todo el resto de la gente que vivía en esa época simplemente desapareció”.

Fuente: BBC