El experimento que mostró lo que le hace a tu cuerpo estar en una habitación demasiado fría
Si me hablas del frío mortal, pienso en exploradores polares con trozos de hielo colgando de sus barbas y montañistas escalando las alturas del Everest. Imagino dedos ennegrecidos por la congelación y el escalofrío de la hipotermia.
Así que reaccioné con escepticismo cuando me pidieron que participara en un experimento sobre el frío que se llevó a cabo a solo 10 grados centígrados. Sí, 10 grados Celsius.
Para mí, esa temperatura es leve, nada cerca de la congelación ni, ciertamente, del frío del Ártico. Seguramente tendríamos que llegar a una temperatura más fría antes de ponerle presión al cuerpo.
Estaba equivocado.
“Suena leve, pero es un verdadero desafío fisiológico”, me dice el profesor Damian Bailey, de la Universidad de Gales del Sur.
Me invitó a su laboratorio para explorar el impacto de vivir en un hogar frío en nuestros cuerpos y por qué esas temperaturas aparentemente suaves pueden volverse mortales.
“10 grados es la temperatura promedio en la que vivirá la gente, si no pueden permitirse el lujo de calentar sus hogares”, argumenta Bailey.
Y como estaba a punto de descubrir, el los 10 grados tienen un profundo impacto en el corazón, los pulmones y el cerebro.
“Te verás como algo salido de Star Wars”
Me llevan a una cámara ambiental en la esquina del laboratorio: todo son paredes de metal brillante y puertas gruesas y pesadas. En esta sala hermética, los científicos pueden establecer con precisión los niveles de temperatura, humedad y oxígeno.
Soy golpeado por una ráfaga de aire caliente de 21 grados. El plan es comenzar a bajar la temperatura hasta llegar a 10 grados y registrar cómo responde mi cuerpo al frío.
Primero, estoy conectado a innumerables aparatos de última generación para el análisis más profundo que mi cuerpo haya enfrentado.
Mi pecho, brazos y piernas están salpicados de monitores para controlar la temperatura de mi cuerpo, el ritmo cardíaco y la presión arterial.
“Te verás como algo salido de Star Wars”, comenta el profesor Bailey mientras otro sensor con su cable se conectan a mi cuerpo.
Me conectan unos auriculares para monitorear el flujo de sangre en mi cerebro, justo cuando las primeras gotas de sudor brotan en mi frente.
Un ultrasonido inspecciona las arterias carótidas en mi cuello (escuchar el murmullo rítmico de la sangre yendo a mi cerebro es extrañamente tranquilizador) y respiro a través de un enorme tubo que analiza el aire que exhalo.
“Tu cerebro está saboreando tu sangre”
Está todo preparado. Los científicos saben cómo se comporta mi cuerpo en una agradable temperatura de 21 grados. Entonces los ventiladores se activan y una brisa fresca baja gradualmente la temperatura en la cámara.
“Tu cerebro está saboreando tu sangre mientras hablamos y está probando la temperatura. Ahora tu cerebro está enviando señales al resto de tu cuerpo”, me dice el profesor Bailey.
El objetivo es mantener mi núcleo, es decir, mis órganos principales, incluidos mi corazón y mi hígado, a alrededor de 37 grados.
Aunque desconocía los cambios profundos que estaban ocurriendo dentro de mi cuerpo, ya había algunas pistas en el exterior.
Para cuando la temperatura de la habitación bajó a 18 grados, ya no estaba sudando y el vello de mis brazos comenzaba a erizarse para ayudar a aislar mi cuerpo.
“La ciencia nos dice que 18 grados es el punto de inflexión… el cuerpo ahora está trabajando para defender esa temperatura central”, grita Bailey por encima del zumbido de los ventiladores.
Los músculos empiezan a temblar
Luego mis dedos se ponen blancos y se sienten fríos. Los vasos sanguíneos de mis manos se están cerrando, lo que se conoce como vasoconstricción, para mantener la sangre caliente para mis órganos críticos.
Esto sucedería aún más rápido si fuera de un género diferente.
“Las mujeres tienden a sentir más el frío, debido a las hormonas (estrógenos), es más probable que los vasos sanguíneos de las manos y los pies se contraigan… y eso nos hace sentir frío”, dice la doctora Clare Eglin, de la Universidad de Portsmouth.
Mi primer escalofrío aparece a los 11,5 grados, cuando mis músculos empiezan a temblar para generar calor.
A los 10 grados los ventiladores se apagan. Me siento incómodo, pero no me congelo, ya que repetimos todas las mediciones corporales nuevamente a la temperatura más baja y pronto quedó claro que estaba equivocado al dudar de que esa temperatura me afectaría.
“El cuerpo está trabajando muy duro a 10 grados”, dice el profesor Bailey.
“Mi corazón late más rápido”
Lo que me sorprende es el cambio en el flujo de sangre al cerebro y cuánto tiempo me lleva completar un juego de clasificación de formas.
No me gustaría estar tratando de hacer la tarea de la escuela en una habitación fría o tener algo así como demencia.
“Le estás entregando menos sangre al cerebro, por lo que hay menos oxígeno y menos glucosa [azúcar] en el cerebro y la desventaja de eso es que tiene un impacto negativo en tu gimnasia mental”, dice el profesor Bailey.
Pero mi cuerpo está logrando su objetivo principal de mantener estable la temperatura central de mi cuerpo; solo tiene que hacer más trabajo.
Estoy bombeando sangre caliente alrededor de mi cuerpo más intensamente, con mi corazón latiendo más rápido y la presión arterial también disparándose.
“Ese aumento de la presión arterial es un factor de riesgo de un accidente cerebrovascular, es un factor de riesgo de un ataque al corazón”, me dice el experto.
La sangre en sí también está cambiando “por lo que se vuelve un poco como melaza”, dice Bailey, y esta sangre más espesa y pegajosa también aumenta el riesgo de un bloqueo peligroso.
Es por eso que los ataques cardíacos y los accidentes cerebrovasculares son más comunes en el invierno.
Afortunadamente, comencé en muy buenas condiciones de salud, me dice el profesor Bailey, pero estos cambios internos son un riesgo para aquellos que ya tienen problemas de salud cardíaca y los ancianos.
“La evidencia sugiere claramente que el frío es más mortal que el calor, hay un mayor número de muertes causadas por olas de frío que por olas de calor”, dice el profesor Bailey.”Así que realmente creo que se necesita un mayor reconocimiento sobre los peligros asociados con el frío”.
El frío también favorece a los virus
El frío también ayuda a muchas infecciones que prosperan en los meses de invierno, como la gripe.
La neumonía, cuando hay inflamación en los pulmones debido a una infección, es más común después del clima frío.
Es más fácil que los virus se propaguen porque es más probable que nos encontremos en el interior con las ventanas cerradas y sin aire fresco para eliminar los virus.
El frío también facilita que los virus sobrevivan fuera del cuerpo y el aire frío contiene menos humedad que atrapa virus.
El aire seco permite que los virus viajen distancias más largas, dice el profesor Akiko Iwasaki, inmunobiólogo de la Universidad de Yale, quien también ha realizado experimentos que muestran que respirar aire frío afecta el funcionamiento del sistema inmunológico en la nariz.
El profesor Iwasaki me dice: “A estas temperaturas más frías, tu respuesta inmunológica se vuelve menos activa y esto puede permitir que el virus crezca mejor dentro de tu nariz”
¿Qué puedes hacer?
En un mundo ideal, todos calentaríamos la habitación en la que nos encontramos, dejándola al menos a 18 grados. Cuando eso no es posible, el profesor Bailey dice que “es como prepararse para una expedición de montañismo”.Sus consejos son:
- concéntrate en vestir en prendas que proporcionen un buen aislamiento, como las que están hechas de lana
- los guantes y los calcetines abrigados son más importantes que un gorro (pero un gorro de lana también ayudará)
- cambia los alimentos a una dieta alta en carbohidratos
- generar más calor corporal moviéndose y no simplemente sentado en una silla y viendo la televisión.
Fuente: BBC