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Él es científico mexicano que desarrolló un embrión de ratón en un útero artificial

El científico mexicano, que es parte de un equipo israelí que acaba de alcanzar un hito para la biotecnología, asegura que en Medio Oriente ha encontrado herramientas fuera de su alcance en México

Un modesto póster fijado en una cartelera de la Universidad Autónoma de México (UNAM) cambió para siempre la vida del científico Alejandro Aguilera Castrejón.

Por haberle prestado atención al afiche, que promovía las bondades del Instituto Weizmann, de Israel, el investigador mexicano pasó de un mundo donde mandan las ciencias aplicadas a los problemas urgentes —aquellos priorizados por la agenda tecnológica gubernamental— a otro en el cual abundan los fondos necesarios para hacer ciencia básica, y no existe el “no poder llevar a cabo tus ideas porque no tienes dinero para hacerlo”.

Aceptar las propuestas del póster, finalmente, pusieron a Aguilera Castrejón en medio de uno de los más importantes experimentos científicos de los últimos años. En efecto, el mexicano fue parte del equipo del Weizmann que conmocionó al mundo a mediados de marzo pasado, cuando se supo que, en un laboratorio de la universidad israelí, se extrajeron embriones de ratones y se trasladaron, con éxito, a úteros artificiales.

“Mucha gente me pregunta sobre las implicaciones en humanos” del experimento, “pero eso la verdad está muy lejos de lo que el estudio realmente es”, le contó Aguilera Castrejón a Expansión durante una conversación por WhatsApp.

Por ahora, admitió, “este sistema no funcionaría en humanos, por tamaño y por tiempo: el humano es mucho más grande y el tiempo de gestación es de nueve meses contra apenas veinte días en los ratones”, precisó.

De todas maneras, el estudio fue recibido con gran asombro por la comunidad científica y la prensa internacional. “Se cultivó un embrión de ratón en un útero artificial: los humanos podrían ser los próximos”, especuló, por ejemplo, el periódico MIT Technology Review , del prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts, mientras que no faltaron reportes que hablaron de experimento “de ciencia ficción”.

Nunca antes un embrión de mamífero había sido mantenido en condiciones artificiales por tanto tiempo. Además, cómo señaló el propio Aguilera Castrejón, hasta ahora los científicos tenían que conformarse con estudios similares hechos con ranas, peces o moscas.

“Puede ser que en cien años se puedan aplicar estos descubrimientos” a la medicina con humanos, estimó el joven mexicano, de apenas 28 años. Por ahora, dijo, “lo más importante es que podemos estudiar cómo se generan los órganos en este periodo crítico”.

“Si logramos entender cómo un solo tipo de células se convierte en tejidos y órganos, si entendemos cómo pasa eso en los embriones, entonces podremos recapitular ese proceso en el laboratorio y, quizás en algunas décadas, se puedan crear órganos in vitro”, resumió.

“Las oportunidades de hacer ciencia en Israel son muchas”

“Cien años”, “algunas décadas”, son precisamente los comentarios que marcan la experiencia de Aguilera Castrejón en Israel, un lugar donde todavía le sorprende que la universidad cubra sus gastos para que pueda concentrarse en sus investigaciones en el laboratorio del profesor Jacob Hanna, quien encabezó el experimento con los embriones.

“Las oportunidades de hacer ciencia en Israel son muchas”, comienza a explicar el investigador mexicano, oriundo de Ecatepec.

Después de recibirse de biólogo por la Facultad de Ciencias de la UNAM, hizo su tesis en el Instituto de Fisiología Celular, siempre en la universidad de la capital, y luego “me quedé un año como asistente de investigación en el área de medicina regenerativa”.

Fue en ese periodo que comenzó a buscar nuevos horizontes para hacer una maestría en el extranjero. Lo habían aceptado originalmente en una universidad alemana, pero la oferta no incluía asistencia financiera. Solicitó una beca mexicana, pero tampoco tuvo suerte en ese frente.

Y, durante uno de los cientos de recorridos por los pasillos de la universidad, a Alejandro le llamó la atención el póster del Instituto Weizmann. Curioso, buscó información en internet, donde descubrió que los israelíes ofrecían becas en su terreno de especialización, la medicina regenerativa.

Para asegurarse, chequeó las publicaciones científicas de los investigadores del Weizmann y leyó sobre el laboratorio del profesor Hanna. “Descubrí que se trataba de un lugar muy, muy bueno”, y luego se trató de intercambiar correos electrónicos, ser aceptado y viajar al Medio Oriente.

“En el Weizmann te lo hacen demasiado fácil, te pagan manutención, no tienes que pagar colegiatura, incluso me dieron dinero para transporte”, siguió Aguilera Castrejón, quien no se cansa de elogiar a su instituto adoptivo, “uno de los 10 mejores del mundo en investigación”, remarca.

Cuando se lo consulta sobre las diferencias con su país natal, Alejandro no duda. “El financiamiento es increíblemente diferente comparado con México y por ello también la calidad de la ciencia que se puede hacer”, admite.

Su experiencia en Israel es tan positiva que decidió quedarse para, después de la maestría, apuntar al doctorado. Tenía propuestas para seguir con sus estudios y su trabajo en universidades de Austria y Suiza, contó, “pero decidí quedarme en el Weizmann porque la calidad de la ciencia y las condiciones que te dan aquí son muy difíciles de encontrar, incluso en Europa o Estados Unidos”.

“Creo que es un lugar excepcional”, resume.

Cómo es diferente hacer ciencia en México y en Israel

Expansión le preguntó al científico egresado de la UNAM si cree que se pueden hacer investigaciones como las de los embriones del laboratorio del profesor Hanna en México o en otros países de América Latina. Y responde: “lo veo muy complicado, más que nada por la cuestión del financiamiento”.

Se trata de estudios “muy caros”, advierte. “Ahora el protocolo es eficiente y funciona muy bien, pero fue muy caro desarrollarlo, también el medio de cultivo para los embriones cuesta mucho dinero, así como la máquina que utilizamos para controlar oxígeno y presión”, enumera.

Además del dinero, continúa, “tenemos equipos disponibles para usar cuando queramos, algo que no pasa en México”.

Aguilera Castrejón es consciente de que “ha habido muchos recortes en México”, y que en el país “se está priorizando lo que se considera ciencia aplicada”, el conocimiento más “práctico” que se utiliza “para resolver ciertos que se tienen ahora, y que le están quitando financiamiento a muchas otras cosas”.

Un ejemplo de tener que ocuparse de lo urgente, dejando de lado lo importante. Aunque muchas veces ese concepto no tenga un sustento sólido.

Es que la ciencia básica —en contraposición a la ciencia aplicada— “es muy importante porque, si bien puede no tener una aplicación directa ahora, inmediata, casi siempre la tiene a largo plazo”, asegura el mexicano.

“Por ejemplo, lo que estamos haciendo ahora (con los embriones) no tiene aplicaciones inmediatas, las que se podrán ver llegarán recién en décadas”, señala. Y recuerda además un ejemplo histórico: “cuando descubrieron la radiación no sabían para qué usarla, pero ahora la estamos utilizando para rayos X, contra tumores, para muchas cosas”.

Según Alejandro, “la diferencia entre México o América Latina e Israel no es la gente, no es que sean todos genios, creo que la inteligencia es la misma en todo el mundo, pero aquí tenemos muchísimas herramientas para hacer las cosas, las técnicas más nuevas y no hay limitaciones para poder llevar a cabo tus ideas porque no tienes dinero para hacerlo”.

“Es una diferencia muy crítica, es lo que hace que un instituto como el Weizmann sea tan reconocido a nivel mundial”, afirma.

Otra diferencia que nota el científico mexicano es la existencia de una gran industria biotecnológica en Israel, que da trabajo a muchos investigadores de las universidades nacionales, la mayoría de las cuales tienen sus propias oficinas de patentamiento y de creación de startups.

Además, sigue Aguilera Castrejón, existe una importante diferencia en la “visión” de la gente, explica. “Aquí les gusta probar cosas e ideas nuevas, te dan la libertad de hacerlo, algo que en México no sucede”.

En este frente, “los israelíes son más flexibles, y aquí tampoco hay tanta diferencias de jerarquía entre los jefes de los laboratorios y los estudiantes, hay más retroalimentación entre ambas partes”.

“En México se marca más la jerarquía: tienes que hacer siempre lo que tu jefe dice, mientras que aquí es todo más debatible”, señala el investigador, quien —de todas maneras— reconoce que, “en América Latina, como no hay tantos recursos, no te puedes dar el lujo de probar muchas cosas, tienes que hacer lo que se planea para los experimentos”, porque el dinero no fluye.

Un modelo difícil de emular

—¿Se podría emular en México el modelo israelí para la ciencia?—

— Por supuesto. Pero hay que tener en cuenta que Israel es uno de los países que más invierte en ciencia, con alrededor del 4% del PBI, mientras que en México es apenas el 0.5%.—, dice Aguilera Castrejón.

Sin embargo, el actual gobierno México no ha mostrado interés en aumentar la inversión para la ciencia y la tecnología. Aunque había prometido que daría más recursos para el desarrollo científico, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha impulsado varios recortes en este presupuesto, alegando que había corrupción y malos manejos en esta cartera.

Ya desde 2019, durante los primeros meses de su gobierno, López obrador fue criticado por recortar el presupuesto en ciencia. Entonces, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) habría sufrido un recorte del 12%, como parte de las políticas de austeridad impulsada por la entonces nueva administración.

De acuerdo con la prestigiosa revista Science, en un artículo publicado en julio de ese año, esto obligó a varios Centros Públicos de Investigación a despedir a parte de su personal. Además, el gobierno de López Obrador busco restringir los viajes de científicos mexicanos al extranjero.

En mayo de 2020, a petición de López Obrador, la subsecretaría de Egresos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público de México envió un oficio a los titulares de los Centros Públicos de Investigación para que no ejercieran el 75% del gasto programado a las partidas 2,000 que corresponde a Materiales y Suministros y 3,000 a Servicios Generales.

“Ah, ¿porque son investigadores están exentos de cometer actos de corrupción?, está demostradísimo de que en el Conacyt había abusos como en cualquier otra parte”, aseguró el presidente mexicano en una conferencia de prensa entonces.

Otro golpe para la ciencia en México fue la desaparición de 65 fondos para el desarrollo científico y tecnológico, que representaban un gasto de 24,956 millones de pesos mexicanos, aprobada junto a la desaparición de otros fideicomisos para la inversión en cultura y deporte por el Congreso mexicano—de mayoría oficialista— en octubre de 2020.

“Es importante permitir que los recursos que se han acumulado en estos fondos sirvan para los propósitos con los que fueron creados, que son apoyar prioritariamente 4,200 proyectos de investigación que están en desarrollo, actualmente en más de 200 instituciones de educación superior y, sobre todo, en instituciones públicas del país”, pidió la diputada María Marivel Solís Barrera, de Morena, el partido del presidente. Pero su reserva fue desechada.

De acuerdo con el decreto aprobado por los legisladores mexicanos, el Conacyt deberá establecer los criterios y estándares que deberán tomarse en cuenta para el proceso de selección de beneficiarios de los recursos para actividades de investigación científica y desarrollo tecnológico.

La ciencia lleva al desarrollo de los países, y por eso es importante invertir en ella. Y hacer que una parte más grande de la población se interese en la ciencia: los beneficios de todo esto son infinito.

Fuente: expansión.mx