El discípulo favorito de Stephen Hawking: ‘El origen del universo puede explicarse solamente con la ciencia, sin necesidad de ningún Dios’
En Cambridge el célebre cosmólogo y su colaborador Thomas Hertog dedicaron 20 años a plantear una nueva teoría del cosmos que pudiera explicar el comienzo de las formas de vida. Se pública un libro en el que Hertog cuenta cómo se gestó esta radical perspectiva darwinista
Cuando a finales de los años 90 el nuevo estudiante de doctorado llamó a una puerta color verde oliva entreabierta y entró por primera vez en el despacho de Stephen Hawking en Cambridge, se sintió como si le hubieran transportado «a un mundo atemporal de contemplación». El genio de la Física, limitado ya por aquel entonces a comunicarse muy lentamente escribiendo en una pantalla a causa de la ELA que padecía, esperaba apaciblemente a Thomas Hertog entre pósteres de Albert Einstein, Marilyn Monroe y Star Trek.
Primero, comenzaron a discutir sobre el origen del universo y Hawking le invitó a trabajar con él «para poner orden en el multiverso». De pronto, el genio cambió de tema y pudo leerse en su pantalla: «Me estoy muriendo…». El cosmólogo belga recuerda que, al leer aquello, se quedó helado. Pero Hawking siguió tecleando: «… por… una… taza… de té».
Estaban en Inglaterra y ya eran las cuatro de la tarde.
Aquel fue el comienzo de una extraordinaria colaboración a lo largo de dos décadas en las que Hertog y Hawking concibieron y abandonaron sucesivamente distintas teorías sobre el cosmos, desde el big bang a los agujeros negros, esos monstruos galácticos que devoran galaxias y esconden en su seno un enigma primordial. En un entorno de trabajo en el que no faltaba la genialidad ni el buen humor, Hawking estimulaba a sus discípulos a imaginar sin miedo las hipótesis más aventuradas y estrafalarias para resolver el mayor de los misterios que tenían entre manos, casi una conspiración: ¿por qué el universo parece exquisitamente diseñado para ser habitable, para el surgimiento de la vida, para que usted, lector, se halle ahora mismo leyendo esto?
Pero Hawking murió en 2018 sin haber comunicado al mundo su nueva y deslumbrante hipótesis. La tarea la ha culminado Thomas Hertog en Sobre el origen del tiempo: la última teoría de Stephen Hawking, que acaba de ponerse a la venta en castellano (Editorial Debate).
«El caso de Stephen es fascinante», explica Hertog cuando nos encontramos con él en Madrid. «Pudo realizar cálculos y ecuaciones durante 15 años. Después, cuando debido a su enfermedad perdió esa posibilidad, tuvo el genio de desarrollar un método más intuitivo y visualizable, un nuevo lenguaje de la Física que a él le pudiera funcionar. Y muchos de nuestros colegas se enfurecieron con él porque Hawking empezó a descubrir cosas increíbles gracias a ese nuevo método intuitivo que no podíamos calcular con ecuaciones. Imagínate lo bien que se lo pasaba. No estoy diciendo que Hawking fuera un genio de tal calibre que lograba hallazgos sin calcular nada, no era un extraterrestre, su intuición partía de los enormes cálculos que había hecho antes».
Pregunta: Hablando de extraterrestres…
Respuesta: ¡Oh, no! (Risas)
P: ¡Los ha citado usted! Si el universo está diseñado para acoger vida, ¿deberíamos deducir que el cosmos está diseñado para acoger extraterrestres?
R: La respuesta es no. Existen muchísimos peldaños entre el nivel más básico de la Física y las formas de vida altamente avanzadas. A pesar de la naturaleza biofílica de las leyes de la Física, aún no hemos encontrado vida extraterrestre. Lo que significa que algún obstáculo debe de haber para el desarrollo de la vida.
P: La paradoja de Fermi, ¿dónde está todo el mundo?
R: Eso es. Ojo, esa pregunta tan corta resultó mucho más aguda e importante de lo que parece. Nos la podemos plantear precisamente porque la Física del universo es biofílica o amiga de la vida. ¿Dónde se encuentra el obstáculo entonces? ¿Detrás de nosotros en la escala evolutiva? ¿O delante? Es decir, ¿las formas de vida avanzadas que se parecen a nosotros son poco frecuentes o lo que ocurre es que ya se han autodestruido? ¿Dónde está el Gran Filtro? Porque si no lo hemos pasado ya, igual nos espera a la vuelta de la esquina….
Los cosmólogos pueden ser más risueños de lo que parecen. A los exoplanetas que se encuentran en la distancia justa de sus soles y con la configuración química exacta para ser habitables los llaman «planetas Ricitos de Oro». Y resulta que han descubierto que en las galaxias hay montones de planetas así. Esto, lejos de alegrarles, les preocupa bastante. ¿Por qué hay tantos? ¿Por qué el cosmos es tan friendly? ¿Por qué debería importarle al universo que Ricitos de Oro se coma el plato de avena como ocurre en el cuento?
Hertog relata cómo a medida que Hawking y él apuntaban en la lista más y más propiedades biofílicas en el universo, su obsesión iba creciendo. Sólo unos levísimos cambios en las condiciones iniciales habrían manufacturado universos muy diferentes y completamente hostiles a la vida. ¿Por qué estamos aquí entonces ¿Se trata de una propiedad matemática? ¿Es Dios? ¿El puro y duro azar? ¿O cualquier otra cosa?
En la década de los 90 surgió una posible explicación lo bastante loca para enamorar a los físicos: el multiverso, un concepto que hoy ya es mainstream y brinda el argumento a cada nueva e infumable película de superhéroes. Si la inflación que expandió en el origen el universo dio lugar por su propia descomunal velocidad a infinitos universos, en fin, alguno debía ser el bueno. El nuestro.
«Hawking abrazó al principio el multiverso, pero también fue la primera persona que entendió que la idea del multiverso no era una explicación científica real», recuerda Hertog. «Él fue un científico optimista. Cuando le conocí a finales de los 90, su opinión ya era que todo aquello del multiverso no podía funcionar. Y, por otra parte, tampoco le convencía la explicación matemática pura, le resultaba demasiado distante. La Física iba en otra dirección y él no estaba dispuesto a renunciar a una explicación científica. Buscamos entonces una explicación diferente, evolutiva. Y el resultado es este libro».
En Sobre el origen del tiempo brilla una figura deslumbrante mucho menos conocida que Albert Einstein y que, sin embargo, no sólo llegó a conocer la Relatividad General mejor que su descubridor, sino que la llevó a unas conclusiones que a Einstein le resultaban abominables. El universo no es estático y eterno, tiene una fecha de nacimiento, el Big Bang y, como aterraba a Woody Allen, se expande cada vez más deprisa. Por cierto, la ideó un gran físico y también un sacerdote católico: Georges Lemaitre.
Pregunta: Lemaitre es mi personaje favorito del libro.
Respuesta: ¡El mío también!
P: Era sacerdote pero tranquilizaba a Einstein asegurándole que el Big Bang no implicaba la existencia de un creador. Pero Lemaitre debía pensar en cualquier caso que Dios dirigía el concierto, ¿no?
R: No lo creo. Lo que pienso es que Lemaitre hacía una interpretación metafórica y simbólica de la Biblia. Para él la religión era más bien un manual de instrucciones acerca de cómo vivir y relacionarnos entre nosotros. Lemaitre recordaba que la Teoría de la Relatividad… ¡no sale en la Biblia! No es relevante para saber cómo debemos vivir.
P: ¿Un universo nacido de la nada, un día sin ayer, no brinda un lugar para un Dios?
R: Eso es exactamente lo que le preocupaba a Einstein. Pensaba que era una manera de colar a Dios en todo este asunto. Lemaitre, por su parte, dejaba suficiente espacio al misterio. En lugar de invocar un Creador como causante del Big Bang y artífice del cosmos, lo que hizo fue dejar abierto el misterio. Fíjese lo que llegó a decir: «Es posible que al descubrir el Big Bang hayamos encontrado algo que no tiene causa». El origen del universo puede explicarse solamente con la ciencia, sin necesidad de ningún Dios.
Volvamos al multiverso.
¿Por qué le inquietaba tanto a Stephen Hawking la imagen de un infinito número de universos que, como islas en un océano de nada, nacieran y murieran siguiendo cada uno sus propias leyes? Por varias razones, según Hertog. No se trata solo de que no podamos echar un vistazo a otros universos a ver qué tal han ido las cosas por allí. Si existe un multiverso, resulta que la teoría no es capaz de explicar en cuál de esos universos estamos y por qué. Y entonces no somos capaces de predecir nada. Así, la teoría se torna indemostrable. No es científica.
La última teoría de Hawking, la que él y Hertog urdieron poco antes de su fallecimiento en aquel despacho de Cambridge, se inspiró en la biología y postulaba un universo en evolución en el que las leyes generales no estarían talladas en piedra, sino en constante evolución.
«¿Cómo evoluciona el cosmos?», se pregunta Hertog. «Veamos. Por supuesto, no hay objetivo final. Como en la selección natural de Darwin, se trata de un juego entre el azar y la necesidad. La parte del azar la entendemos, ¿no? En el azaroso mundo cuántico las variaciones tienen lugar de cualquier manera. La parte de selección es más sutil. Tiene que ver con las interacciones en el universo recién formado que según la teoría cuántica seleccionaría una rama de la realidad u otra. El efecto selección tiene que tener que ver con la observación aunque no necesariamente con la observación humana porque, evidentemente, cuando nació el universo nosotros no estábamos allí. La observación tiene lugar a un nivel más profundo. En algún sentido, es el propio universo quien se observa a sí mismo. Al igual que Darwin iba buscando fósiles y reconstruyendo el origen de la vida, Hawking y yo practicamos una paleontología para reconstruir el árbol de las leyes de la física».
El cosmos es un festín de enigmas. Ustedes lo habrán oído. La relatividad, más en concreto la Teoría de la Relatividad General de 1915, y la Teoría Cuántica que alcanza su culminación en 1925-1926 son enemigas mortales. La primera explica lo muy grande anclando la atracción gravitatoria entre cuerpos gigantescos como estrellas y galaxias en la estructura misma del espacio-tiempo. La segunda describe lo muy pequeño, los constituyentes básicos de la materia y las fuerzas que desarrollan entre sí. Como un matrimonio mal avenido cuya precaria situación económica les impide abrazar el divorcio, ambas teorías han coexistido cerca de un siglo bajo el mismo techo de la Academia, aún cuando los físicos saben que ambas no pueden ser ciertas a la vez.
Los físicos sueñan desde entonces con una Teoría del Todo que reúna de nuevo a los cónyuges y en los últimos años creyeron haberla atrapado al fin con las Supercuerdas. Pero esto les enredó en una pesadilla de abstrusas matemáticas y múltiples dimensiones del espacio-tiempo.
Va un chiste. Dos físicos conversan. Uno dice: «Acabo de tener una idea brutal. Imagínate que toda la materia y energía estuvieran hechas de cuerdas minúsculas y vibrantes». «Interesante, ¿pero qué implicaría eso?», responde el otro. «Ni idea».
Pregunta: La búsqueda de la Teoría del Todo atada con las Supercuerdas y también la búsqueda de la belleza en el cosmos han atrapado a los físicos durante las últimas décadas y algunos críticos aseguran que es un callejón sin salida. ¿Está de acuerdo?
Respuesta: Estoy de acuerdo. La hipótesis de este libro es que la idea de una gran Teoría del Todo tal como fue concebida por generaciones de físicos sí es un callejón sin salida. Las bases ontológicas de nuestra hipótesis muestran que, si retrocedes en el tiempo a las raíces mismas del árbol de las leyes de la Física, esas leyes desaparecen. Por lo tanto, no sirven como explicación para todo. Tal es nuestra aportación, que no fue, por cierto, lo que pensaba Hawking al principio de su carrera. Él buscaba una Teoría del Todo que nos permitiera conocer la mente de Dios. Era platonista. ¡Y murió, sin embargo, como Lemaitrista! (Risas)
P: Y si el universo está diseñado para la vida, ¿por qué su destino es convertirse en un lugar frío y oscuro en el que la vida sea imposible?
R: De acuerdo, la habitabilidad del universo es finita en el tiempo, llega un momento en que se acaba. Pero, a ver, contamos con 10.000 millones de años para disfrutarla. ¡Seamos felices!
Fuente: elmundo.es