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El descubrimiento de un niño de ocho años resuelve un problema científico que duró más de un siglo

El estudio demostró que las avispas pueden llegar a manipular el comportamiento de las hormigas, un fenómeno conocido como mirmecocoria

En el año 2020, un solo niño revolucionó la investigación científica con una simple observación. Durante un paseo por el patio trasero de su caso, Hugo Deans, de 8 años, localizó un evento realmente curioso: un grupo de hormigas desplazando varias semillas. Sin embargo, su padre, Andrew Deans fue más allá y supo al instante que no se trataban de semillas comunes, sino de agallas de robles.

Estas estructuras, producidas por algunas avispas de la especie Kokkocynips decidua tienen como objetivo principal proteger a sus larvas. Andrew, que además es profesor de entomología en Pensilvania (EE.UU.), llevó a cabo una investigación propia a partir de la observación de su hijo, revelando una gran novedad en la relación de las hormigas y las avispas. De hecho, estas agallas no servirían únicamente para una función protectora de las larvas de avispa, sino que evidenciaría una conexión entre ambos animales.

El estudio llevado a cabo por Andrew Deans, y publicado posteriormente en American Naturalist, demostró que las avispas pueden llegar a manipular el comportamiento de las hormigas, un fenómeno conocido como mirmecocoria. Esto se debe principalmente a que las agallas de robles tienen unas cápsulas ricas en ácidos grasos que imitan a las semillas recolectadas por las hormigas. Por lo tanto, al recoger las agallas, las hormigas acababan transportándolas a sus nidos, proporcionando refugio a las larvas.

«En la mirmecocoria, las hormigas obtienen un poco de nutrición cuando se comen los elaiosomas, y las plantas consiguen que sus semillas se dispersen a un espacio libre de enemigos», explicó Deans en un comunicado.

La gran pregunta es cuál es el motivo por el que las hormigas no consumen las agallas en su totalidad. En resumidas cuentas, estos animales se alimentan de un apéndice llamado kapéllos, dejando el resto intacto.

«Observamos que, si bien estas agallas contienen normalmente un ‘capuchón’ carnoso de color rosa pálido, las agallas cercanas al nido de hormigas no tenían estos capuchones, lo que sugiere que tal vez fueron comidas por las hormigas», dijo Deans.

Por lo tanto, la investigación confirma que la clave de esta relación entre avispas y hormigas reside en los kapéllos o ‘capuchones’, ya que las hormigas analizadas rechazaban las agallas sin capuchón. Estos, al estar llenos de ácidos grasos similares a los de los insectos que consumen las hormigas, suponen una opción alternativa ideal para su dieta.

«Podría ser que las hormigas estuvieran acostumbradas durante mucho tiempo a recoger las agallas con capuchón, y luego, cuando las flores silvestres de primavera empezaron a producir semillas que resultaban tener un apéndice comestible, las hormigas ya estaban predispuestas a recoger cosas con un apéndice de ácido graso», destacó Robert J. Warren II, profesor de biología de la SUNY de Buffalo.

En resumidas cuentas, la mera atención de un niño de tan solo ocho años ha conseguido revolucionar el sector científico, ya que durante más de un siglo los expertos han estudiado el fenómeno por el cual las hormigas llevan semillas a sus nidos.

Fuente: eldebate.com

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