El cempasúchil, la flor naranja que ilumina los altares del Día de Muertos y simboliza el vínculo entre vivos y difuntos, atraviesa una transformación que pone en riesgo su origen. En los últimos años, su producción se ha multiplicado impulsada por la creciente popularidad de esta festividad, pero la expansión depende de semillas híbridas importadas de Estados Unidos, India y, sobre todo, China, que están desplazando a las variedades nativas mexicanas.
Esta tendencia amenaza la biodiversidad y la economía de miles de familias campesinas que han cultivado la flor de forma tradicional durante generaciones.
Productoras mexicanas preservan el cempasúchil nativo
En la comunidad de Doxei, ubicada a dos horas de la Ciudad de México, Doña Genoveva y su hija Erika se levantan con los primeros rayos del sol para cortar la planta que cultivan de manera sustentable. Ellas utilizan semillas nativas, seleccionadas manualmente para mantener la pureza de la especie.
“El chino nada más hasta ahí, en macetitas donde florea y se seca porque no da semilla. En cambio, nosotros podemos seleccionar y seguir sembrando”, explica Genoveva, quien transforma los restos de las plantas en abono natural para futuras cosechas de avena, frijol o calabaza.
A diferencia de los cultivos en invernaderos, donde se emplean insecticidas y fertilizantes, sus tierras permanecen fértiles año tras año.
El mercado cambia: crece la venta en maceta
El auge del Día de Muertos ha multiplicado por siete la producción de cempasúchil en los últimos cinco años. Sin embargo, en los mercados de la Ciudad de México, la planta en maceta gana terreno frente al cempasúchil de campo.
“El de campo es más aromático, pero más quebradizo; el de maceta se vende mejor y cuesta casi lo mismo”, comenta una vendedora. El precio ronda los 50 pesos, tanto para un manojo grande como para una planta de maceta, lo que genera una competencia desigual para las productoras tradicionales.
Las semillas híbridas: una amenaza silenciosa
En 2024, una empresa china reportó ganancias por 500 millones de dólares en la producción de cempasúchil, superando los 350 millones generados por todo el sector mexicano. Aunque las flores chinas se destinan principalmente a la extracción de pigmentos, la dependencia de semillas híbridas importadas se ha extendido también en México.
Estas variedades germinan más rápido y son más resistentes, pero no producen semilla propia, lo que obliga a los agricultores a comprarlas cada temporada, rompiendo con el ciclo de autosuficiencia campesina.
Iniciativas locales buscan rescatar la flor mexicana
Parte de la cosecha de Doña Genoveva y su familia se distribuye a través del colectivo Jóvenes Artesanos, impulsado por la gestora cultural Aida Mulato, quien promueve precios justos y prácticas sostenibles.
El reparto se realiza en bicicleta, una manera de reducir el impacto ambiental y conectar directamente a productores con consumidores.
“Muchos vienen a comprar por mayoreo y bajan el precio. Eso puede hacer que los productores cambien a semilla importada por practicidad”, explica Mulato.
Con su trabajo, estas mujeres buscan conservar no solo la semilla nativa del cempasúchil, sino también la historia, el campo y la identidad cultural mexicana.
Fuente: unotv.com


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