El ADN reúne con su familia a un niño de la guerra que perdió la memoria
Era enero de 1939 cuando el pequeño Vicente, de cinco años, sufrió un doble trauma. Se conserva una foto de aquel momento que sirve de prueba: la mirada asustada del niño y el vendaje que cubre casi por completo su cabeza. Su corta edad, esa contusión y el miedo de la soledad tras perder a sus padres en la guerra provocaron una amnesia que le impedirán recordar los detalles de su pasado español. Porque aquel crío partió en 1939 desde Barcelona hacia Bélgica, donde una familia lo adoptó, dándole una vida y unos apellidos nuevos. Más de setenta años después, Vicente trataba de recuperar los lazos con su familia española, pero se lo impedía la falta de memoria. La suya, perdida hacía décadas, y la de todo un país, que no termina de recuperarla.
Durante mucho tiempo se buscaron él desde Bélgica y su tía en España, sin saber que al otro lado del hilo familiar también estaban indagando sin éxito. «Hasta que alguien pudo encontrar la aguja en el pajar», explica Pere Puig, científico del Grupo de Identificación Genética de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). «Nos llegó el final de la historia, con nuestro trabajo genético solo pusimos la guinda del pastel», asegura Puig, un científico comprometido con los derechos humanos que se emociona narrando cada detalle de esta historia.
«Tener la oportunidad de dar una respuesta a una persona que ha estado tanto tiempo buscando su pasado ha sido muy emocionante», asegura Puig. Y añade: «La genética fue la última comprobación, la última puerta cerrada que tuvo que abrir ese niño que fue evacuado en 1939 para poder saber quién era realmente y poder reencontrar la familia que dejó cuando tuvo que escapar de una muerte muy probable con la entrada del ejército franquista en Cataluña». La puerta se le cerró con cinco años y no se abrió hasta que tenía 80; toda una vida sin pasado.
El niño era de un pueblo minero de Teruel, Utrillas, fue huyendo con sus tíos hasta Barcelona, después de que su padre muriera en el frente y su madre desapareciera hospitalizada. Allí, en la Colonia Miaja, en Cabrera del Mar (al norte de Barcelona), encontró su último refugio en España, antes de partir hacia su nueva vida. El genetista resalta que ahora esa misma casa es un lugar de acogida de menores extranjeros no acompañados. Su tía lo había dejado en esa colonia para poder trabajar durante semana y lo visitaba los domingos. Pero un día fue a verlo y no quedaba ni rastro: un anuncio en el periódico, que no vio, anunciaba que los niños serían evacuados.
Pere Puig, junto a Rosa Miró y otro grupo de científicos comprometidos publican ahora el caso de Vicente, resuelto en 2014, en una revista científica especializada (Forensic Science International), cuando la familia les ha dado permiso para hacerlo. «Por lo que sabemos, aquí describimos la primera identificación genética de una persona con amnesia evacuada durante la Guerra Civil española que recupera su identidad personal», concluyen en el estudio.
«Creemos que esa amnesia probablemente sea un mecanismo de defensa», asegura el investigador. Llega con cinco años a Bélgica, donde es adoptado y pasa a llamarse Vincent. Solo lleva un papelito con su nombre español y su primer apellido. Ese papel es todo lo que tiene de su vida en España, su único billete para viajar al pasado donde reencontrarse con su familia. Pero la información es demasiado escasa y se produce una confusión en el apellido que complica dar con esa aguja en un pajar. Desde Bélgica, poco a poco empieza a mandar cartas a todos los grandes ayuntamientos españoles con la esperanza de que alguno tenga su rastro en los archivos.
En el de Bilbao, dos funcionarias deciden que van a ayudar a ese hombre en su tiempo libre. Y lucharán durante años hasta lograr su objetivo. «Unas heroínas que han demostrado una sensibilidad increíble», señala Francis Moltó, prima de Vicente. Tras numerosas pesquisas y viajes, deciden ir a Barcelona, a investigar en el Archivo Nacional de Cataluña. Allí dan con un hilo dorado del que tirar: la carta de una tía, que podría ser la de Vicente, que realizó todo tipo de papeleos para conseguir dar con su sobrino exiliado. Tenían el nombre de esa mujer, pero ¿cómo encontrarla?
«Aquí tenemos otra de las carambolas espectaculares de esta historia», explica Puig, «porque por suerte las mujeres de esta familia son muy longevas y resulta que la Generalitat de Cataluña da una medalla a quienes cumplen 100 años». Ella los cumplió, recibió su medalla, su nombre salió publicado y eso permitió dar con su familia. «Pero por desgracia acababa de fallecer cuando los localizaron», cuenta con tristeza Puig, porque ella no pudo encontrar la paz de dar con su familiar desaparecido, como tanta gente en España.
Afortunadamente esta mujer tuvo un hijo, Valentín. «Parecían dos gotas de agua», explica Moltó. «Organizamos una reunión en Barcelona que fue muy emocionante. Cuando vimos juntos a Vicente y a Valentín no había duda. ‘Es él, es él’, dijimos, ‘es nuestra familia», recuerda esta prima de Vicente, de 77 años. Todo cuadraba: fechas, nombres, edades, apellidos, lugares… Pero había que confirmarlo. «Cuando juntamos a los dos primos, con sus más de 80 años, en el ambulatorio de la UAB para la extracción de sangre, la emoción se podía notar en el ambiente», recuerda Puig. «Estaban seguros al 90%, al 95%… intuían que eran primos, pero ese señor con bata blanca, yo, les va a decir si sí o si no. Estaban nerviosos», asegura. «A los dos días les llamamos y les dijimos: ‘Sí, sois primos». Genéticamente, su caso era muy fácil: dos muestras de personas vivas, con unas condiciones tan propicias para buscar en el ADN mitocondrial las señales que vincularan a los dos primos con su abuela materna.
Este ADN mitocondrial se hereda exclusivamente de las madres, por lo que cada descendiente tiene la misma secuencia que su madre. Por lo tanto, todo pariente ligado a través de las madres puede dar la prueba exacta de la identidad de alguien. Estadísticamente, es un sistema muy fiable, porque proporciona variables genéticas muy específicas, casi para cada familia. Los primeros en usar este sistema de identificación en favor de los derechos humanos fueron la genetista Mary-Claire King y los científicos argentinos que trataban de identificar a los nietos robados de las Abuelas de la Plaza de Mayo. El protagonismo de esta línea materna del ADN enamoró a las abuelas argentinas, que bromeaban al asegurar que esa era la prueba de que Dios es una mujer, que había puesto esa pista en el ADN para ayudarlas.
Uno de aquellos genetistas argentinos, Víctor Penchaszadeh, recordaba hace unos años que su trabajo con las abuelas logró dignificar un campo científico, el de la genética, que había tenido un papel especialmente tenebroso en muchos episodios de la historia. Pero «hace falta mucho apoyo institucional: en este aspecto la madre patria, España, tiene mucho que aprender de la Argentina», denunciaba el científico, en referencia a la falta de recursos para las labores de recuperación de víctimas de la Guerra Civil española. «Cuando me enteré de que España tenía más de 100.000 desaparecidos en cunetas no podía creerlo. Decidimos empezar a ayudar como voluntarios», recuerda Puig. Así lanzó en 2004 el Grupo de Identificación Genética de la UAB junto a Miró, para darle nombre y memoria a cadáveres recuperados de fosas comunes. «Logramos mantenerlo casi a coste cero, pero lo tuvimos que poner en pausa por falta de recursos», lamenta. Gracias a este grupo, Vicente recuperó su memoria, pero la falta de apoyo estatal impide que se la devuelvan a nadie más.
Fuente: elpais.com