Disruptores endocrinos, el veneno que se esconde en los objetos cotidianos
Los contaminantes hormonales, también conocidos como disruptores endocrinos, son sustancias químicas capaces de alterar el sistema hormonal del organismo humano y generar su disfunción, lo que puede causar diferentes enfermedades. El abanico de dolencias es múltiple, desde trastornos cardiovasculares, diferentes tipos de cáncer o enfermedad de Parkinson, hasta infertilidad, trastornos metabólicos o enfermedades neurológicas.
Estas sustancias suelen acceder al organismo humano ingeridas o inhaladas, aunque también pueden ser absorbidas a través de la piel y luego llegar por medio de la sangre a los diferentes órganos y tejidos.
Convivimos con ellas, ya que forman parte de muchos de los objetos de nuestra vida cotidiana y se pueden contar por centenares. Algunos de los más conocidos, como bisfenoles (A, S y F), ftalatos, parabenos, éteres de glicol o compuestos perfluorados representan solo una pequeña parte… Están presentes en alimentos, pesticidas, envases, ropa, productos de higiene personal y de limpieza, materiales de construcción y de decoración, ambientadores, juguetes, aparatos electrónicos…
En los últimos años, la estadística indica que los trastornos metabólicos son una causa creciente de problemas de salud en todo el mundo, especialmente en los países industrializados. Pero, de momento, se trata solo de estadística. «Los estudios no son claros», afirma a RTVE.es el doctor Francisco Botella, vocal de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN). «Es decir, hay determinados niveles de estas sustancias y en la población hay una mayor incidencia de determinadas enfermedades. La relación estadística existe. El problema es relacionar causa-efecto, eso es lo que científicamente está por probar».
Principio de prudencia
Ante esta situación, los endocrinólogos apelan a un principio de prudencia. Piden a las autoridades sanitarias «ir disminuyendo progresivamente el contenido de estas sustancias en todos los productos industriales, y ofrecer a los consumidores alternativas inertes» hasta conocer el resultado de nuevos estudios científicos que demuestren o refuten esa relación de causa-efecto.
En 2013, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP por sus siglas en inglés) y la Organización Mundial de la Salud publicaron un informe en el que evaluaban las evidencias científicas obtenidas hasta la fecha. Elaboraron una lista con aproximadamente 800 sustancias químicas que eran sospechosas de actuar como disruptores endocrinos. Una de sus principales conclusiones fue que estos compuestos químicos suponen una “amenaza global” que hay que vigilar. Han pasado más de seis años desde entonces, y las autoridades sanitarias, tanto nacionales como europeas, aún no han definido una postura clara al respecto.
El doctor Nicolás Olea, catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada, es uno de los mayores expertos en el estudio del impacto de estas sustancias químicas en la salud humana. Él lo tiene muy claro y considera que la evidencia científica al respecto es «abrumadora».
«Años de inversión en investigación con financiación de fondos públicos han generado toneladas de publicaciones sobre el riesgo químico, los efectos y las consecuencias de no hacer nada», declara a RTVE.es. Sobre la ausencia de una legislación más estricta, manifiesta que «la negligencia de las autoridades europeas es notoria», mientras que acusa a las autoridades nacionales de estar sumidas en «una necia y exasperante espera hasta que Europa decida».
Olea reconoce que el control sanitario de estas sustancias químicas es «muy estricto», pero «claramente insuficiente». «La legislación sobre disruptores endocrinos se debería haber implementado hace años, el propio Parlamento Europeo le ha exigido a la Comisión Europea la puesta en marcha de medidas específicas que nunca llegan», denuncia.
«Efecto cóctel»
Legalmente sí que se han establecido límites seguros de concentración para muchos de estos compuestos, aunque numerosos investigadores ponen en duda que estos baremos sean realmente efectivos. Para ellos, a la hora de evaluar los riesgos de la exposición a las sustancias químicas no se está teniendo en cuenta el denominado «efecto cóctel», ya que no se analiza la exposición simultánea a varios compuestos.
«Nos exponemos a cantidades bajas de múltiples sustancias», explica Olea, «lo grave es el efecto combinado o cóctel de esas múltiples sustancias, aspecto de la toxicología reguladora rara vez considerado para proteger al ciudadano». «Como hemos dicho frecuentemente, el cien por cien de los niños españoles mea plástico cada día, pero eso no parece quitarle el sueño a nadie».
En cuanto a qué grupos de población son más susceptibles a sufrir los efectos de los disruptores endocrinos, el catedrático de la Universidad de Granada apunta a que «preocupa mucho la exposición de los individuos en fases tempranas del desarrollo -embrión y feto-, la exposición de los niños pequeños y los adolescentes -pubertad- y la mujer en cualquier fase de su vida, por considerar a estos individuos más susceptibles a los cambios hormonales».
Poder acumulativo
Existe otro hecho que podría contribuir a poner en duda los límites seguros de concentración establecidos: estos compuestos químicos tienen un poder acumulativo, y se alojan indefinidamente en el organismo. «Se trata de sustancias que son solubles en grasa y por lo tanto se tienden a almacenar, de manera que quedan ahí de por vida», expresa Francisco Botella, de la SEEN.
«Estas sustancias suelen tener un efecto hormonal muy débil; pero claro, un día y otro día, a base de acumulación, sí que podrían tener algún tipo de repercusión para la salud, y eso es lo que nos preocupa».
La Comisión Europea lleva años debatiendo este problema, pero aún no ha adoptado medidas específicas al respecto. Las posibles soluciones implicarán con toda seguridad un gran impacto económico, algo que puede explicar la lentitud que está caracterizando a este proceso. En definitiva, lo que se plantea es una reconversión industrial a gran escala
En este sentido, Nicolás Olea no niega que exista protección por parte de las autoridades sanitarias europeas, pero apunta a dos hechos que, a su entender, la debilitan. «En Europa, al igual que en otros países desarrollados, las medidas de protección frente a contaminantes químicos ambientales son muchas y muy serias», asegura, «no obstante, dos circunstancias cuestionan todo el esfuerzo empleado: por una parte, la ingente cantidad de sustancias químicas a evaluar (más de 140.000 tiene registradas la Unión Europea), y por otra la aparición de aspectos toxicológicos no reconocidos con anterioridad».
Estos aspectos toxicológicos desconocidos a los que se refiere Olea son ese «efecto cóctel» anteriormente descrito, es decir, la acción combinada de más de un compuesto químico.
«Cambiar las reglas del juego»
Ante la lentitud de las autoridades político-sanitarias, el investigador de la Universidad de Granada pide que sean los propios ciudadanos quienes den el primer paso para protegerse. «Nos enfrentamos a un grave problema cuya solución no es sencilla. Hay actividades de carácter personal y otras de carácter político. Pero está claro que tan solo ejerciendo nuestro derecho como ciudadano y consumidor podremos cambiar las reglas del juego».
En la misma línea, Francisco Botella insiste en pedir cautela a las autoridades, y también que no escatimen información hacia los ciudadanos, para que estos puedan actuar en consecuencia: «El mensaje de los endocrinólogos es muy claro. Pedimos a las autoridades que controlen e intenten disminuir estas sustancias, en una medida realista. Lo lógico sería ir poco a poco estableciendo normativas para prohibir o disminuir las concentraciones de determinadas sustancias, de tal manera que la tendencia sea a que desaparezcan. Y sobre todo informar a los consumidores de que existen alternativas inertes que no tienen este problema».
Fuente: rtve.es