Un estallido de rayos gamma detectado en marzo de 2025 permitió observar una explosión estelar ocurrida cuando el universo tenía apenas 730 millones de años. Gracias al telescopio James Webb, los astrónomos han confirmado la supernova más antigua jamás observada y han abierto una nueva ventana al cosmos primitivo
Durante apenas diez segundos, el universo primitivo volvió a hacerse visible. No fue una señal artificial ni un fenómeno extraño, sino un estallido de rayos gamma tan lejano que su luz comenzó el viaje cuando las primeras estrellas apenas estaban encendiendo el cosmos. Trece mil millones de años después, ese fogonazo ha permitido confirmar la supernova más antigua jamás observada.
Un fogonazo breve que activó una respuesta global
El evento fue registrado el 14 de marzo de 2025 por SVOM, el satélite franco-chino diseñado para detectar estallidos de rayos gamma. La señal, bautizada como GRB 250314A, duró alrededor de diez segundos y en un primer momento fue tan débil que los equipos dudaron si se trataba de un fenómeno real o de ruido de fondo.
La confirmación llegó cuando un segundo instrumento a bordo de SVOM validó la detección. A partir de ahí se activó una cadena de alertas internacionales que movilizó telescopios en tierra y en el espacio. Entre ellos estuvo Swift, que localizó la fuente de rayos X aproximadamente una hora y media después y permitió afinar la posición del estallido con la precisión necesaria para observaciones más profundas.
Ese encadenamiento rápido fue decisivo. Sin él, el fenómeno habría pasado desapercibido como tantos otros destellos fugaces del universo lejano.
El James Webb logra separar la señal imposible
Confirmar una supernova a semejante distancia es un desafío extremo. A esos corrimientos al rojo, la luz de la explosión estelar queda mezclada con la de su galaxia anfitriona y apenas se distingue como una mancha difusa. Durante años, ese límite había sido infranqueable.
Ahí entró en juego el Telescopio Espacial James Webb. Gracias a su sensibilidad infrarroja, el Webb logró aislar la luz residual de la supernova y detectar, además, la tenue galaxia que la albergó. Andrew Levan, autor principal de uno de los estudios, fue contundente: “Sólo Webb pudo demostrar directamente que esta luz proviene de una supernova”.
La observación demuestra que el telescopio puede rastrear explosiones estelares individuales cuando el universo tenía apenas el 5 % de su edad actual, algo que hasta hace muy poco parecía fuera de alcance.
Qué revela un corrimiento al rojo de z ≈ 7,3
La distancia del evento se estableció mediante espectroscopía con grandes telescopios terrestres. El corrimiento al rojo estimado, en torno a z = 7,3, sitúa la explosión en plena era de la reionización, cuando las primeras generaciones de estrellas y galaxias comenzaron a iluminar el universo y a transformar su estructura.
Decir que la señal ha tardado unos 13.000 millones de años en llegar no implica que el universo tuviera esa edad en el momento de la explosión. Los datos indican que el estallido ocurrió cuando el cosmos tenía apenas 730 millones de años. La diferencia se explica por la expansión del universo, que estira tanto la longitud de onda de la luz como el tiempo que percibimos estos eventos.
Una supernova demasiado familiar para un universo tan joven
La sorpresa científica no está solo en la distancia. El análisis muestra que esta supernova se parece mucho más de lo esperado a explosiones estelares modernas. Algo que desafía la idea clásica de que las primeras estrellas, formadas con muy pocos elementos pesados, debían producir firmas explicablemente distintas.
Nial Tanvir, coautor del estudio, lo resumió sin rodeos: “Webb demostró que esta supernova se ve exactamente igual que las supernovas modernas”. Esa similitud plantea nuevas preguntas sobre la rapidez con la que evolucionaron las primeras estrellas y sobre cuán pronto el universo alcanzó comportamientos que hoy consideramos “normales”.
Los resultados se publicaron en Astronomy and Astrophysics Letters, en dos artículos complementarios: uno centrado en las observaciones con el Webb y otro en la detección y caracterización inicial del estallido con SVOM.
Una ventana al pasado que también abre nuevas dudas
El hallazgo no cierra el debate, lo amplía. El Webb ha demostrado que puede llegar a épocas del universo que hasta ahora solo podíamos estudiar de forma indirecta. Pero un solo caso no basta. El siguiente paso será ampliar la muestra para saber si este parecido con las supernovas modernas es la norma o una excepción en un territorio del cosmos donde todavía hay muy pocos eventos bien medidos.
Además, las supernovas no solo sirven para entender cómo nacen y mueren las estrellas. También son herramientas clave en cosmología. Fueron precisamente supernovas lejanas las que llevaron al Nobel de Física de 2011, al revelar que la expansión del universo se acelera.
Ese marco sigue vigente, pero en los últimos años han resurgido debates sobre posibles sesgos y sobre si la energía oscura es constante o evoluciona con el tiempo. Nuevas observaciones, como esta, aportan datos valiosos para un debate que sigue lejos de resolverse.
Diez segundos que nos devuelven al origen
Todo comenzó con una señal que duró apenas diez segundos. Un destello mínimo, casi perdido en el ruido del universo, que ha permitido asomarnos a una época en la que las primeras estrellas estaban encendiendo el cosmos.
Puede que el universo primitivo ya no exista como tal. Pero, de vez en cuando, nos envía recordatorios fugaces de cómo empezó todo. Y ahora sabemos que tenemos los instrumentos —y la mirada— para no dejarlos pasar.
Fuente: gizmodo.com


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