La tarde del 7 de octubre de 2025, un grupo de paleontólogos argentinos, mientras transmitía en directo una jornada de excavación desde el norte de Río Negro (en la Patagonia argentina), levantó entre sus manos un fósil que parecía salido de una película: un huevo de dinosaurio casi intacto, preservado durante más de 70 millones de años.
El hallazgo, registrado por las cámaras del Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados (LACEV) del Museo Argentino de Ciencias Naturales, desató una ola de asombro mundial. En la grabación —publicada también en Instagram— se escucha la exclamación espontánea del paleontólogo Federico Agnolín: “¿Esto es fósil, chabón?”. En ese instante, la ciencia y la emoción humana se fundieron en una misma escena.
El hito se enmarca dentro de la Expedición Cretácica I, una campaña paleontológica respaldada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET), la Fundación Azara y la National Geographic Society, además del apoyo del gobierno provincial de Río Negro.
Un hallazgo de película
Encontrar huevos de dinosaurios no es inusual en la Patagonia, pero hallar uno completo, con su cáscara perfectamente conservada y posible material embrionario en su interior, es una rareza absoluta. Los investigadores creen que podría pertenecer al género Bonapartenykus, un pequeño terópodo carnívoro que habitó el sur del continente durante el Cretácico Superior.
El huevo apareció a pocos centímetros de la superficie, cubierto por una capa de arena fina. Su forma y textura eran tan precisas que, por un momento, el equipo dudó de su autenticidad. “Estaba tan bien conservado que parecía reciente”, explicó Agnolín en una entrevista posterior. La emoción se multiplicó cuando notaron que a su alrededor emergían fragmentos de otras nidadas, huesos y fósiles de pequeños reptiles y mamíferos.
Lo más prometedor es que el equipo sospecha que el interior podría albergar restos embrionarios. Si las tomografías confirman esta hipótesis, estaríamos ante uno de los hallazgos más excepcionales de la paleontología sudamericana: un embrión de dinosaurio carnívoro en desarrollo, capaz de revelar detalles sobre su postura, su crecimiento e incluso su sistema respiratorio.
Ciencia en tiempo real
La transmisión en vivo del descubrimiento marcó un antes y un después en la forma de comunicar la ciencia. Hasta ahora, los hallazgos paleontológicos solían anunciarse después de meses o años de estudio. Pero el equipo del LACEV decidió abrir las puertas del proceso, compartir la búsqueda en tiempo real y permitir que miles de personas fueran testigos del asombro científico sin filtros.
En el vídeo publicado por el laboratorio, las reacciones del grupo fueron tan humanas como históricas: gritos contenidos, risas nerviosas. Uno de los miembros incluso se llevó las manos a la cabeza, incrédulo. En cuestión de minutos, la noticia se propagó por redes y medios internacionales, y la comunidad científica celebró el hallazgo como un ejemplo de “paleontología abierta”: una ciencia que no se esconde en los laboratorios, sino que invita al público a mirar.
Hace unos 70 millones de años, el norte de Río Negro no era la árida planicie actual. Era un paisaje de lagunas y bosques donde convivían dinosaurios, aves primitivas y pequeños mamíferos. El descubrimiento del huevo ofrece una ventana a ese ecosistema: una oportunidad para reconstruir cómo anidaban los dinosaurios y cómo eran sus estrategias de supervivencia poco antes de la gran extinción del Cretácico.
La zona de Allen, donde se encontró el fósil, ya había sido célebre en 2024 por el hallazgo de una garra atribuida al Bonapartenykus ultimus. El nuevo descubrimiento confirma que este rincón patagónico fue una cuna de biodiversidad y un territorio clave para entender la evolución de los dinosaurios del hemisferio sur.
En los próximos meses, el huevo será sometido a estudios con tomografía computarizada y escaneo 3D. Los científicos esperan determinar si contiene un embrión y, de ser así, reconstruir su morfología sin alterar la pieza original. Más allá del valor científico, este hallazgo representa el deseo de comprender nuestros orígenes.
Fuente: National Geographic
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