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Un cráneo de 6,000 años se asigna a la primera víctima de un tsunami

En 1929, el geólogo australiano Paul Hossfeld tropezó con un cráneo humano parcial en un manglar en las afueras de la ciudad costera de Aitape, en Papúa Nueva Guinea.

El cráneo, que originalmente se pensó que pertenecía al ‘Homo erectus’, fue fechado a mediados del periodo Holoceno, hace unos 6.000 años.

Ahora, una nueva investigación sugiere que el fragmento de hueso pertenece a una víctima de un tsunami, la más antigua del mundo conocida hasta la fecha, una pieza importante en el debate sobre cómo las poblaciones modernas pueden adaptarse al aumento del nivel del mar.

El investigador Mark Golitko, profesor asistente de Antropología en la Universidad de Notre Dame, en Indiana, Estados Unidos, trabajó con colegas del Field Museum en Chicago e institutos en Australia, Nueva Zelanda y Papúa Nueva Guinea para estudiar el cráneo de Aitape y el área en la que se encontró. En un artículo publicado en ‘Plos One’, los investigadores presentan pruebas que muestran que el cráneo fue víctima de un violento tsunami que azotó la costa hace unos 6.000 años.

Golitko y su equipo de investigación regresaron al lugar donde se encontró el cráneo, cerca de un lugar que Hossfeld llamó Paniri Creek, para analizar el suelo y los estratos en busca de pistas sobre qué mató a esta persona. “Hossfeld realmente no había probado nada, solo hizo una descripción del campo y sacó el cráneo y eso fue todo –relata Golitko–. Lo que hicimos fue entrar y tomar muestras de sedimentos para llevar a cabo un análisis de laboratorio que nos diera mucha más información sobre la edad y la historia deposicional allí”.

“No sabemos exactamente dónde encontró Hossfeld el cráneo, pero creo que estábamos a 100 metros de la ubicación original según su descripción. Pudimos utilizar técnicas científicas modernas para comprender un poco más sobre cómo se formó este lugar y qué estábamos mirando en realidad”, explica en un comunicado.

Agua con alta energía

El equipo hizo pruebas de laboratorio en el sedimento para observar el tamaño del grano y su geoquímica. Encontraron diatomeas, pequeños organismos unicelulares que viven en el agua y son indicadores ambientales sensibles, y los usaron para aprender más sobre las condiciones del agua en ese momento.

“Las diatomeas se hacen pequeñas conchas de sílice alrededor de sí mismas, y cuando mueren, se hunden hasta el fondo –cuenta Golitko–. Así que colocamos el sedimento bajo un microscopio y contamos estas diatomeas, y más o menos aporta información sobre la temperatura, la salinidad y la energía del agua en la que vivían”.

El investigador añade que “estos sedimentos en los que se encontraba el cráneo de Aitape tienen diatomeas marinas puras en ellos, lo que significa que es agua de mar lo que lo inundaba”. “Es agua de mar de alta energía, energía lo suficientemente alta para que estas diminutas partículas de sílice que las diatomeas construyen se rompan”, comenta.

El agua de alta energía, dice Golitko, combinada con firmas químicas y tamaños específicos de granos de sedimentos, indica la presencia de un tsunami en el momento en que el cráneo fue enterrado. Es posible que el cráneo haya sido enterrado antes y que haya sido arrastrado por el tsunami, plantea Golitko, pero según las observaciones de los tsunamis modernos, Golitko y su equipo no creen que eso fuera así.

Golitko espera que este estudio pueda ayudar a iniciar un debate sobre cómo las personas se adaptan y prosperan en estas costas que están sujetas a tormentas tropicales, terremotos y tsunamis: la región de Aitape ha sufrido varios tsunamis; el más reciente en 1998 mató a más de 2.000 personas. La gente probablemente comenzó a mudarse de las montañas a las costas en esta área hace unos 6.000 años, señala Golitko.

“Lo que es interesante es que a pesar del hecho de que ahora se están moviendo a este entorno de extremados riesgos, vemos que las personas parecen haber estado viviendo allí más o menos continuamente desde entonces –apunta–, así que obviamente idearon estrategias para lidiar con estos riesgos, que podría ser muy pertinente para pensar sobre qué va a suceder en los próximos 200 años. El próximo desafío es observar cómo las personas vivían en esa área y cómo respondían a estos riesgos, a medida que comenzaron a moverse en estos entornos”.

Fuente: Europa Press