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Científicos logran traducir los ultrasonidos que producen algunas plantas cuando se secan

Científicos logran traducir los ultrasonidos que producen algunas plantas cuando se secan

La Tierra está repleta de vida. No importa dónde mires, la hay por doquier. Seres más grandes, más pequeños, de todo tipo de colores y modos de vida, y entre toda esa cantidad de carbono viviente un 80% de él pertenece al Reino Vegetal. Las plantas suponen una proporción enorme teniendo en cuenta la cantidad de reinos que existen: animal, hongos, arqueas, bacterias, protozoos y cromistas. Y, sin embargo, todavía desconocemos muchísimo de ellas. Algunas plantas son capaces de disparar sus semillas, otras luchan asfixiándose con serpenteantes zarcillos y la gran mayoría se comunican entre sí. Determinadas especies son capaces de aumentar la producción de toxinas en sus hojas ante el ataque de un depredador o secretar más néctar cuando necesitan ser polinizadas. Estamos acostumbrados a ver cómo los frutos cambian de color al madurar, pero si la evolución ha consentido este capricho es porque contrastan con el verde de las hojas, llamando la atención de animales que ayudan a esparcir sus semillas, comunicándose con ellos, a fin de cuentas. Sin embargo, eso de “plantas que chillan” nos sugiere algo muy distinto.

Hace años que los botánicos sospechaban que el sonido pudiera ser otra de las formas en que las plantas se comunican con su entorno. De hecho, ya sabían que el tallo de algunos vegetales contiene pequeñas burbujas que, al explotar, hacen vibrar los tejidos de la planta produciendo sonido. No obstante, todavía no se sabía si este fenómeno llamado “cavitación” era suficientemente intenso como para propagar el sonido más allá del propio tallo. Al menos así se pensaba hasta ahora, porque un grupo de investigadores han publicado un artículo que podría haber resuelto el misterio.

Micrófonos para plantas

Un grupo de investigación de la Universidad de Tel-Aviv han estado escuchando a tomateras y plantas de tabaco antes y después de someterlas a cortos periodos de sequía. Para ello, los científicos agruparon las macetas de tres en tres en pequeñas cajas insonorizadas. Cada planta fue monitorizada con dos micrófonos direccionales colocados a 10 centímetros de distancia. Esto podría parecer un detalle sin importancia, pero da una idea del grado que se había propuesto el equipo. Al haber dos micrófonos para cada maceta podían eliminar el ruido de sus propios circuitos, aislando los sonidos producidos por el tallo, y lo cierto es que el resultado fue un éxito.

La cavitación que comentábamos antes aumentaba cuando la planta empezaba a secarse, haciendo vibrar no solo su tallo, sino el aire que lo separaba de los micrófonos. Las plantas estaban “chillando” a su manera. La desecación era capaz de aumentar los “chasquidos” del tallo de 1 por hora a 11 en el caso del tabaco y 35 en las tomateras. Pero había otro giro inesperado, porque la sequía no era lo único que hacía sonar a las plantas.

De ordenadores y plantas

Cuando los investigadores cortaban el tallo casi en su base, los ruidos también aumentaban alcanzando una media de 15 y 25 por hora para el tabaco y las tomateras respectivamente. ¿A qué se debía este aumento de la cavitación? ¿Podría ser acaso una nueva forma de comunicarse? La clave estaba en buscar un patrón que demostrara que los sonidos producidos al ser cortadas o sometidas a sequía eran diferentes, especiales. Por desgracia, la información era demasiada como para que nuestro cerebro de primate pudiera encontrar esos patrones, así que el siguiente paso estaba en manos de la inteligencia artificial (IA).

Aquí es donde entran en juego los ordenadores. La mejor forma para encontrar patrones entre tantos datos, se entrenó una inteligencia artificial capaz de aislar el sonido de los tallos del ruido de fondo. La idea era que aprendiera a distinguir los quejidos de una planta podada respecto a los de otra desecada. Para ello crearían una especie de “diccionario”, capaz de traducir el sonido de los tallos en algo comprensible por nosotros. Y así fue, al menos de forma rudimentaria. Tras ser sometida a muchas grabaciones, la IA consiguió aprender a identificar correctamente un 70% de los nuevos sonidos. Sin embargo, en ciencia una respuesta siempre lleva a más preguntas y, si estos quejidos eran realmente capaces de transmitir información: ¿Qué sacaban las plantas que “chillan” de ellos?

Pero ¿para qué?

Aunque todavía es pura especulación, los autores del artículo sugieren que estos sonidos podrían proteger a las plantas de algunos de sus predadores. Muchos insectos depositan sus huevos en las hojas de tal modo que sus larvas puedan alimentarse de ellas nada más nacer. Sin embargo, una hoja dañada es una mala inversión, pues puede haber muerto para cuando eclosionen sus huevos. Así pues, este sonido podría ser un buen indicador, permitiendo a los insectos encontrar un mejor alimento para sus vástagos y a las plantas recuperarse tranquilamente de los daños. Otra opción sería que estos sonidos se trataran de una suerte de grito de auxilio, alertando a las aves de la presencia de orugas u otros pequeños herbívoros que las estuvieran mordisqueando. No obstante, aunque sabemos que los sonidos del tallo son audibles por muchos animales a distancias de hasta 5 metros, todavía no existen evidencias que apoyen estas últimas afirmaciones. Lo que sí parece estar más claro es que este descubrimiento podría tener un impacto clave en la sociedad.

Saber cuándo una planta está pasando por un periodo de sequía podría ayudar a controlar mejor las plantaciones y a no gastar en ellas más agua de la necesaria. No podemos olvidar que este descubrimiento ha tenido lugar en Israel, un país que entre 1998 y 2012 ha pasado por la peor sequía de los últimos 900 años. De hecho, las aplicaciones de este descubrimiento se extienden mucho más allá de las fronteras de su país, porque la escasez de agua nos afecta a todos. Los recursos hídricos potable se están reduciendo, y cada vez es más difícil alcanzar acuíferos potables. En un mundo donde nuestro bien más básico empieza a escasear las plantas que “chillan” podrían ser parte de la solución.

Que no te la cuelen:

Fuente: larazon.es

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