Científicos crean ratones súper violentos y descubren cómo cambia la química cerebral con el combate
Un estudio ha analizado la relación entre la dopamina y la agresividad en ratones macho y hembras
La violencia es un rasgo muy extendido en el reino animal. Ya sea con espolones, testarazos o incluso el sofocante calor de miles de abejas aleteando, la violencia está presente. Pero, como tantos otros rasgos, por muy predispuestos que estemos a desarrollarlos desde la biología, es el entorno quien los modula. Y, precisamente en esa línea, un grupo de investigadores del NYU Langone Health y la Escuela de Medicina Grossman de Nueva York, han descubierto cómo afecta el entrenamiento en combate y la dopamina a la agresividad (en ratones, claro, porque no es muy ético diseñar un Battle Royal por el bien de la ciencia). Siendo la experiencia en combate una variable cultural y la dopamina una biológica, el estudio ayuda a entender la corrugada frontera entre ambas cuando hablamos de violencia.
Pero, antes de desgranar el estudio, es importante comprender la diferencia entre una ciencia descriptiva y una prescriptiva. Gracias a estudios como estos podemos comprender mejor lo que realmente ocurre (por naturaleza, si queremos verlo así), pero no debemos confundir lo que es con lo que debe ser. Lo “natural” no es siempre lo óptimo y estos estudios, lejos de excusar la violencia de algunos individuos, buscan comprenderla para corregirla de la mejor manera posible. Solo podremos enfrentarnos a ella si entendemos de dónde viene y sabemos que, por muy mediada que esté por la cultura y las experiencias individuales, hay un sustrato biológico innegable y (en algunos casos) significativo.
De ratones a hombres
El estudio en cuestión tomó una muestra compuesta por ratones con diferente grado de experiencia en combate. Y, dejando a un lado las simpáticas imágenes de ratones recibiendo el entrenamiento de un comando militar, a lo que se refieren los investigadores con esta afirmación es mucho más banal. Durante su vida, los ratones se enfrentan entre si en conflictos que, en ocasiones, terminan con una agresión física. Así pues, cuanto más meses tienen, más experiencia suelen acumular “en la arena”. Y sí, es evidente que nosotros no somos ratones y que, si pretendemos extraer conclusiones aplicables a nuestra sociedad, tendremos que hacerlo con sumo cuidado. El paso de ratones a hombres no será trivial y eso nos invita a tomar todo lo que viene a continuación con cierto escepticismo.
En cualquier caso, los investigadores aumentaron la actividad de células cerebrales de estos ratones especialmente encargada de liberar dopamina, concretamente, en una parte del cerebro llamada área tegmental ventral. Dejando a un lado los otros muchos y muy variados efectos que la dopamina tiene en nuestra fisiología y en nuestro comportamiento, los investigadores registraron un aumento del tiempo que pasaban luchando los ratones más inexpertos. Una situación que se invertía si, en lugar de activar estas células cerebrales, las inhibían, reduciendo así el tiempo de combate de estos ratones jóvenes hasta el punto de que no aprendían a combatir. Curiosamente, ni la activación ni la inhibición de las células supuso un cambio en la agresividad de los ratones más experimentados, y eso sí fue una sorpresa. En el caso de estos últimos, la variable más relevante era el número de peleas ganadas y, cuantas más peleas victoriosas a sus espaldas, más peleas iniciaba en el futuro, de forma relativamente independiente a la dopamina.
Del dato a la conclusión
Los resultados fueron similares cuando los investigadores decidieron regular la liberación de dopamina en otra estructura especialmente relacionada con la agresión y conocida como “septum lateral”. De hecho, los investigadores también midieron los picos de dopamina que liberaban “naturalmente” los ratones el día de sus enfrentamientos. El primer enfrentamiento generaba niveles de dopamina máximos y, a partir de ahí, la cantidad de dopamina iba bajando enfrentamiento tras enfrentamiento.
En palabras de la doctora Dayu Lin, autora principal del estudio y profesora de los Departamentos de Psiquiatría y Neurociencia en NYU Grossman School of Medicine: “Nuestros hallazgos ofrecen una nueva visión sobre cómo tanto la ‘naturaleza’ como la ‘crianza’ moldean la agresión en los machos. Si bien la agresión es un comportamiento innato, la dopamina, junto con la experiencia en peleas, es esencial para su maduración en la adultez”. Y, cuando dicen “machos” se refieren exclusivamente a ellos (o en todo caso a nosotros), porque en las ratonas los resultados fueron diferentes.
En el caso de las hembras la modulación de las regiones encargadas de liberar dopamina no modificó su grado de agresividad “de ninguna manera” (tomando las palabras de la propia nota de prensa. Con afirmaciones así es muy tentador extraer conclusiones en humanos, pero queda mucho por andar para que podamos hacer eso. Por ahora, los investigadores solo pueden sospechar que nuestra agresión se comporte de una forma parecida para que, con suerte, pudiéramos desarrollar tratamientos más eficaces para ayudar a controlar la violencia en algunos individuos. Es más, según los investigadores, estos estudios podrían explicar por qué los medicamentos antipsicóticos tienen un efecto mayor y más duradero en niños que en adultos. Palabras prometedoras, pero que no deben hacernos olvidar la gran cantidad de otros factores relacionados con la edad que podrían influir en el efecto de los antipsicóticos (y la violencia).
Fuente: larazon.es