Durante décadas, los pobladores del cerro de San Miguel habían afirmado que debajo de la Iglesia de Atlixco, en Puebla, existía una pirámide prehispánica. Los arqueólogos no habían encontrado evidencias, hasta ahora
Arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) han confirmado la existencia de un templo prehispánico, en la cima del cerro San Miguel, en Atlixco, Puebla. En la localidad poblana, es común escuchar leyendas transmitidas de generación en generación sobre la existencia de un antiguo templo prehispánico o teocalli en la cima del cerro San Miguel. Esta leyenda ha perdurado a lo largo de los años, narrando la presencia de esta estructura antes de la llegada de los conquistadores españoles y la posterior construcción de la capilla dedicada al reconocido arcángel.
Aunque estas historias han sido parte de la tradición oral local, durante mucho tiempo no se habían llevado a cabo investigaciones arqueológicas que confirmaran o refutaran la existencia de este antiguo templo. Sin embargo, recientemente, el INAH realizó trabajos de salvamento arqueológico que arrojaron luz sobre la veracidad de estas leyendas.
Los especialistas han descubierto vestigios de muros y pisos que se remontan a, al menos, dos etapas constructivas de un teocalli — el nombre que recibían los templos que construían los pueblos precolombinos de Mesoamérica. Este hallazgo se produjo durante un salvamento arqueológico llevado a cabo entre los meses de julio y agosto de 2023. Durante esta excavación, se recuperaron fragmentos cerámicos cuya datación se sitúa en el primer milenio de nuestra era.
En el contexto de las obras llevadas a cabo por la Secretaría de Infraestructura del Gobierno de Puebla y el Ayuntamiento de Atlixco, destinadas a revitalizar la iluminación de la capilla de San Miguel Arcángel y restaurar los paseos y puntos de observación en el cerro que lleva el mismo nombre, se desarrolló el proyecto liderado por el Centro INAH Puebla. Este proyecto se enfocó en la exploración del atrio de la capilla. Ahí, un equipo de trabajadores, coordinado por los arqueólogos del INAH, Miguel Medina Jaen y Carlos Cedillo Ortega, con la colaboración de la arqueóloga Elvia Cristina Sánchez de la Barquera, emprendió una serie de sondeos al interior y exterior del atrio, con los cuales se localizaron capas gruesas de rellenos constructivos, hechos con tierra y piedras.
De acuerdo con los especialistas, estos rellenos fueron un esfuerzo de los pobladores del antiguo señorío de Cuauhquechollan – nombre nahua de Atlixco, el cual significa “el lugar del águila del plumaje precioso”– para nivelar la cima rocosa de este monte de origen volcánico, el cual tiene una peculiar forma piramidal. En los rellenos se recuperaron fragmentos de vasijas de barro, así como herramientas y ornamentos de piedra, cuya antigüedad abarca el primer milenio de nuestra era, es decir, corresponden del periodo Preclásico Tardío al Posclásico Temprano mesoamericanos.
Ante estas evidencias, se programó un pozo más, a excavarse en el atrio de la iglesia, con el objetivo de verificar la existencia de algún piso o de restos del templo que habría sido construido en la cima del cerro en la época prehispánica. Realizado al norte de la capilla, dicho pozo permitió ubicar, a escasos 25 centímetros bajo el nivel actual del atrio, restos de un piso de cal y arena, de origen prehispánico, delimitado por un muro de piedras pegadas con lodo.
Además, 90 centímetros debajo de ese muro de piedras –deteriorado por el paso del tiempo y la construcción de la propia capilla virreinal–, se halló un segundo piso, el cual permite a los arqueólogos afirmar que sí existió un teocalli en la cumbre del cerro San Miguel, y que este tuvo, al menos, dos etapas constructivas.
En este momento, no es posible determinar a qué divinidad pudo estar asociado el templo, puesto que los arqueólogos señalan que fuentes históricas, como la Monarquía Indiana, de fray Juan de Torquemada, y la tradición oral de Atlixco, refieren que las deidades a las que se le rendía culto pudieron ser Quetzalcóatl (creador y civilizador de la humanidad), Tláloc (dador de lluvia) o Macuilxóchitl (uno de los patrones del juego, la danza, el placer y las fiestas).
El cerro de San Miguel estaba consagrado a Macuilxóchitl, deidad de la música y la danza
El cerro de San Miguel estaba consagrado a Macuilxóchitl, de allí que es probable que el uso dancístico que hoy tiene la plaza, se compagine con su antigua ritualidad. Cada año, el último domingo de septiembre, las comunidades indígenas de Puebla ―nahuas, otomíes, popolocas, mazahuas y mixtecas, entre otras― se congregan en la ‘gran fiesta de Atlixco’ o Huei Atlixcayotl, para celebrar el día de San Miguel Arcángel y agradecer la temporada de cosecha.
Según señala el arqueólogo del Centro INAH Puebla, Carlos Cedillo Ortega, que tanto el cerro de San Miguel ―anteriormente consagrado a Macuilxóchitl, deidad nahua de la música y la danza― como todo el terreno que subyace en la actual ciudad de Atlixco, han estado ocupados desde el periodo Preclásico (2500 a.C. – 200 d.C.) hasta el día de hoy.
Esta continua ocupación humana ha incidido negativamente en la conservación de los vestigios arqueológicos. De hecho, la Plazuela de la Danza, agregan los especialistas, se comenzó a construir en 1966 sin el acompañamiento del INAH, lo que ocasionó que los objetos localizados sean pedacería de cerámica, lítica y figurillas, entre las cuales destaca una pequeña escultura de basalto que representa a un individuo muerto, con las piernas y manos flexionadas a la manera de bulto mortuorio.
Probablemente, dicen los arqueólogos otros segmentos del teocalli y mayores pistas para aclarar cuál era su deidad titular aún yacen bajo la capilla virreinal de San Miguel Arcángel. Aún con este halo de misterio, la confirmación arqueológica de aquella antigua creencia popular de más de 400 años, ayudará a fortalecer la identidad de los pobladores de Atlixco.
Fuente: wired.com