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Ambroise Paré, el barbero convertido en médico de los reyes de Francia que cambió la cirugía para siempre

“La cirugía tiene cinco cometidos: eliminar lo superfluo, restaurar lo que ha sido dislocado, separar lo unido, unir lo separado y modificar lo que la naturaleza ha deformado”.
Fue el francés Ambroise Paré quien estableció que esas debían ser las bases de dicha práctica médica.

Esta teoría, pero sobre todo sus aportes en el campo, llevaron a este hombre del Renacimiento, de origen humilde y limitada educación, a dejar de ser barbero y convertirse en médico de reyes.

Pero por encima de todo logró transformar su profesión en la disciplina puntera que es hoy, ajustándola a los avances científicos y a una visión humanista a la hora de tratar a sus pacientes.

Tal como Sherwin B. Nuland, cirujano y profesor de la Universidad de Yale, en Estados Unidos, escribió en su obra Doctors: The Biography of Medicine(“Médicos: la biografía de la medicina”), publicada originalmente en 1988, Paré se distinguió por “su humanidad en una era de crueldad”.

Pero también por “su humildad en una era de arrogancia, su objetividad en una época de superstición, su originalidad en una era de conservadurismo, su independencia en una era de autoridad, su lógica racional en una era de teorías irracionales e ilógicas y su hondo sentido moral en una era en la que reinaba la hipocresía pragmática y las masacres eran perpetradas en nombre de la religión sectaria”.

Aunque no siempre fue visto así…

Origen humilde

Paré nació en Bourg-Hersen, a unos 300 kilómetros al oeste de París, en 1510.

Su padre era un lacayo y su madre una prostituta, por lo que la familia pertenecía al estrato social más bajo.

Por ello, su educación fue muy limitada y fue un clérigo quien le enseñó las primeras letras, aunque nunca aprendió ni latín ni griego.

Empezó su carrera profesional como aprendiz de cirujano-barbero, un gremio de muy poco prestigio formado por profesionales que, así como afeitaban barbas y cortaban cabelleras, hacían sangrías, frenaban hemorragias y curaban heridas, o arrancaban muelas.

Se les llamaba también cirujanos de bata corta, para distinguirlos de los de bata larga.

Los primeros eran los que llevaban a cabo la labor práctica y los segundos, aquellos que pertenecían a la Hermandad de San Cosme y San Damián, la primera asociación de cirujanos profesionales de Francia fundada en el siglo XIII, quienes sabían latín y griego, diagnosticaban y se encargaban de las labores académicas.

En 1529, a los 19 años, Paré logró ingresar en el Hôtel-dieu, un gran hospital de París fundado en el siglo VII, como cirujano-barbero, donde aprendió las nociones básicas de la cirugía.

Por aquel entonces la práctica no contaba con el prestigio de hoy, sino que se llevaba a cabo en los pasillos del centro de salud y contaba con una mortalidad muy alta.

Pero gracias a lo aprendido allí, en 1536 fue contratado por un oficial francés para que lo acompañara como su cirujano personal en las campañas en Italia contra los españoles.

Lecciones de guerra

Una vez en el campo de batalla, no hizo distinciones entre protestantes y católicos, españoles, franceses, alemanes, flamencos o italianos. Atendió por igual a cualquier herido, por lo que los historiadores de la medicina subrayan que recuperó la ética hipocrática de ayudar al necesitado sin hacer distinciones.

Y su práctica allí supuso una revelación para su ámbito científico: “que un cirujano podía atender a pacientes al mismo tiempo que minimizaba el dolor resultante de un tratamiento”.

Así lo describe Charles B. Drucker en su artículo Ambroise Paré and the Birth of the Gentle Art of Surgery (“Ambroise Paré y el nacimiento del amable arte de la cirugía”), publicado en 2008 en la Yale Journal of Biology and Medicine.

“Los barberos-cirujanos anteriores a Paré creían que una técnica quirúrgica siempre requería que el paciente experimentara dolor, un dolor en ocasiones tan extremo que éste perdía la consciencia durante el procedimiento”, explica en el texto Ducker, investigador del Departamento de Cirugía de la Universidad de Maryland, EE.UU.

“Pero el hecho de que descubriera que un cirujano podía ser amable en su práctica y que esa gentileza en realidad podía mejorar la suerte de sus pacientes fue transformadora”, concluye.

Paré hizo su primer descubrimiento en la curación de las heridas de bala.

Las armas de fuego, recién desarrolladas, tenían muy poco alcance, por lo que se disparaban a corta distancia y producían grandes quemaduras por la pólvora.

El tratamiento que se les aplicaba hasta entonces era cauterizar las lesiones con aceite hirviendo, lo que en muchas ocasiones provocaba la muerte del malherido y los que sobrevivían solían agonizar por las heridas inflamadas.

Pero un día que Paré no disponía de aceite, utilizó una antigua receta romana con aceite de rosas, clara de huevo y trementina. Y para sorpresa de todos al día siguiente las heridas estaban empezando a cicatrizar.

Fuente: bbc.com