El bobo pata azul da color a la investigación en Galápagos

Las aves se mueven con una elegancia cómica, como Fred Astaire y Judy Garland en su papel de vagabundos ataviados con enormes zapatos. El macho se pone de frente a la hembra y, muy lentamente, alza una pata, la baja y levanta la otra. ¡Mira mis patas! Son azules. Son muy azules, parece decir.

La hembra imita los pesados movimientos del macho. Las mías también son azules. ¿Está pegajoso el piso o qué?

El macho se inclina, extiende sus alas, apunta su pico hacia el cielo y trina, como si estuviera tocando una pequeña flauta. La hembra grazna, se tambalea hacia él y chocan los picos.

Es época de apareamiento para el piquero patiazul o bobo de patas azules. Por todos lados, docenas de veces al día, estas grandes y hermosas aves marinas realizan un cortejo altamente ritualizado, una de las razones por las que son uno de los residentes más queridos y alabados de este archipiélago.

Además, se alimentan de manera voraz y espectacular: vuelan en círculos sobre el agua, pendientes del menor aleteo de algún pez, y quedan suspendidos por una fracción de segundo en medio del aire antes de lanzarse de cabeza sobre sus objetivos, como misiles que se arrojan desde un avión.

Riñen entre ellos por el territorio y los sitios para anidar. Evitan a los pájaros fregata, que despluman las colas de los piqueros e intentan obligarlos a regurgitar los peces que acaban de atrapar, aunque la mayor parte del tiempo no lo logran.

En las Galápagos y en la isla Isabel, un parque nacional en Nayarit, México, los bobos de pata azul no tienen depredadores reales a los que temer ni cazadores humanos de los que tengan que huir; por lo tanto, tienen una orgullosa vida pública.

Esta apertura y accesibilidad, además de cautivar a los turistas, también ha dado cierta bonanza a los científicos.

Los equipos investigadores de México y Estados Unidos han estudiado las poblaciones de estas longevas aves durante décadas, así que han reunido abundante información sobre la naturaleza más oculta del Sula nebouxii: la manera en que los bobos escogen y pierden a sus parejas, el cambiante encanto de la fidelidad en comparación con el adulterio, la brutalidad ejercida por los hermanos mayores y las razones detrás del fetichismo propio con sus patas.

“Son animales súper fascinantes y un gran modelo para la investigación”, afirmó David J. Anderson, de la Universidad de Wake Forest en Winston-Salem, Carolina del Norte, quien estudia tanto a los bobos patiazul como a sus parientes, los bobos de Nazca. “Te permiten desplazarte entre ellos sin que les importe mucho. Intenta hacer lo mismo con algún ave en el continente o algún mamífero. Imposible. En cambio, con estos muchachos, puedes verlo todo”.

Por ejemplo, en un hallazgo que subvirtió las expectativas, los investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Oscar Sánchez Macouzet y Hugh Drummond, junto con otros colegas, determinaron que las fuertes intimidaciones y abusos que sufren los bobos cuando son polluelos tienen pocas repercusiones cuando llegan a la adultez.

Sin importar cuán implacablemente hayan sido picoteadas y mordidas las aves por sus hermanos mayores, independientemente de qué tan a menudo les hayan arrebatado la comida del pico o cuán lento fue su desarrollo, al alcanzar la madurez aquellos individuos que alguna vez fueron perseguidos se mostraron sorprendentemente seguros, capaces e imperturbables. Les fue posible atraer pareja, repeler rivales y criar familias con tanto éxito como los compañeros que los dominaban.

“El acoso en la infancia no hace adultos debiluchos”, declaró el Dr. Sánchez Macouzet.

Aunque muchos bobos cambian de pareja cada estación, hay grandes beneficios de la fidelidad a largo plazo, de acuerdo con los hallazgos de los investigadores. Las parejas que han permanecido juntas durante años lograron que sus crías se convirtieran en polluelos 35 por ciento más veces que los bobos de madurez similar que recientemente han vuelto a encontrar pareja.

Además, en otros hallazgos recientes a publicarse pronto, los científicos descubrieron que la clave para una paternidad exitosa a largo plazo es la repartición equitativa de las tareas en el nido año tras año.

El cuidado por parte de ambos padres es la norma entre los bobos, pero las parejas duraderas han perfeccionado el arte de la equidad y el cambio de turnos. Dedican el mismo tiempo a empollar y alimentar a los polluelos y ejercen el mismo esfuerzo físico, tal como se comprueba en las mediciones tanto de glóbulos sanguíneos como de masa corporal.

El Dr. Sánchez Macouzet explicó que estas parejas equitativas “han logrado una cooperación y compatibilidad óptimas, además de que han desarrollado cierta disposición a evitar la explotación de su pareja”.

El Dr. Drummond y sus colegas identificaron también otros patrones de apareamiento entre los bobos que parecen trabajar casi tan bien como las parejas estables a largo plazo.

De acuerdo con Drummond, por motivos que siguen siendo un misterio, las parejas de bobos en las que un ave es joven y la otra es mayor suelen tener mayor éxito en la crianza que las parejas de la misma edad.

Los bobos patiazules son miembros de la familia Sulidae, un grupo que incluye cerca de diez especies de alcatraces y bobos o piqueros; también son, de acuerdo con algunos análisis, parte de la orden pelícano.

Aunque no se considera que la población en general esté en peligro de extinción, su cantidad en Galápagos ha disminuido desde la década de 1990. Esto es el resultado, creen los científicos, de una disminución local de las reservas de sardina, las cuales necesitan los bobos.

En muchas especies de aves, los machos son los más vistosos. En contraste, entre los bobos de patas azules, tanto machos como hembras son quisquillosos en la elección de parejas, y uno de los rasgos en los que se fijan es qué tan azules son las patas.

Al parecer, el color óptimo es más turquesa.

Los investigadores han encontrado que los ojos de los bobos son altamente sensibles a la luz verde azul y por una buena razón: el tono de las patas parece ser evidencia de salud y fortaleza.

En una serie de experimentos, Roxana Torres, también de la UNAM, y Alberto Velando, de la Universidad de Vigo en España, junto con otros colegas, demostraron que las patas de los bobos machos se veían descoloridas después de 48 horas de privación de alimentos y volvían a ponerse brillantes cuando se restablecía la alimentación. Incluso, las hembras evitan a los machos si se les pone una pintura temporal sobre los pies, descubrieron los investigadores.

Así pues, el joven bobo solo tiene que sobrevivir a las bravuconadas en la infancia, y pronto surgirá con un gran estilo en sus pasos.

Fuente: NYT