Los sismógrafos son nuestra primera línea de defensa en caso de terremoto, pero no todas las regiones del mundo cuentan con estos dispositivos. Un experimento de la Universidad de Stanford ha convertido los cables por los que nos llega Internet en un enorme sismógrafo.
La técnica se llama medición acústica distribuida y no es nueva en sentido estricto (la industria petrolera la usa en sus plantas). Lo que sí es nuevo es su aplicación a redes urbanas de fibra óptica. Resulta que los cables de fibra, por su propa naturaleza, son muy sensibles a las vibraciones. Cuando un cable está completamente quieto, su señal no varía, pero si algo lo mueve, las tensiones que sufre se traducen en sutiles variaciones que pueden ser registradas e interpretadas.
La Universidad de Stanford ha puesto en práctica este método con una instalación de fibra de 4,8 kilómetros bajo el campus a la que ha dotado de sensores para detectar movimientos. El observatorio lleva funcionando desde septiembre de 2016, y en su primer año ha demostrado ser una manera muy eficiente de detectar seísmos.
No solo ha sido capaz de diferenciar temblores originados simultáneamente en el mismo punto y con una diferencia de solo 0,2 grados. Pese a que la instalación está en Stanford, a 3.220 kilómetros de distancia de México, logró detectar de manera muy clara el masivo terremoto de 8,2 grados que devastó el país el pasado 8 de septiembre.
Además, el observatorio diferencia entre ondas P y S. Esto es de vital importancia porque las segundas, aunque mucho más débiles, permiten detectar terremotos con mayor antelación. La ventaja final es que puede construirse una estación de monitoreo similar en cualquier otro lugar del mundo en el que haya una red de fibra óptica preexistente. Solo hay que añadir los sensores a lo largo de su recorrido.
Fuente: SEG Technical Program Expanded Abstracts 2017 vía New Atlas