En el mundo de los deportes recreativos y profesionales, muchos atletas –particularmente en deportes de contacto–, sufren conmociones cerebrales. Estas lesiones cerebrales traumáticas leves causan dolores de cabeza, problemas de memoria y confusión, pero por lo general, se resuelven por sí solas con reposo.
Sin embargo, algunos jugadores, especialmente después de repetidas conmociones cerebrales, continúan experimentando síntomas durante muchos meses –un fenómeno denominado síndrome post-conmoción cerebral–. Algunos de estos jugadores, con el tiempo, desarrollarán encefalopatía crónica traumática (ECT), una enfermedad neurodegenerativa progresiva que causa síntomas de demencia similares a los de la enfermedad de Alzheimer. La ECT puede dar lugar a cambios de personalidad, problemas de movimiento y, en ocasiones, llevar a la muerte.
La ECT se diagnostica tras la muerte, ya que requiere del examen post mortem del cerebro de un jugador. El síndrome post-conmoción cerebral, por el contrario, se diagnostica basándose en los síntomas del paciente. Hasta la fecha, los médicos no tienen ninguna prueba objetiva para determinar la gravedad del síndrome o para relacionarlo con el riesgo de desarrollar ECT.
Ahora, un grupo de investigadores de Suecia y el Reino Unido dicen haber desarrollado una prueba de este tipo, según informaron de sus hallazgos en septiembre en JAMA Neurology. La prueba mide marcadores biológicos en el fluido cerebroespinal –el líquido incoloro que soporta y baña al cerebro y a la médula espinal–, que parecen proporcionar una medida de la gravedad de la conmoción cerebral y el riesgo de ECT.
Los investigadores recolectaron líquido cefalorraquídeo mediante una punción lumbar a 16 jugadores profesionales de hockey sobre hielo de Suecia y de un número similar de individuos sanos. Todos los jugadores de hockey habían sufrido síndrome post-conmoción, haciendo que nueve de ellos se retirasen del juego.
Los investigadores encontraron que los jugadores de hockey tenían niveles elevados de proteína de neurofilamento de cadena ligera (NFL, por sus siglas en inglés), un indicador de daño en los axones, los cables que las neuronas utilizan para comunicarse. Los niveles de esta proteína eran mayores en los jugadores cuyos síntomas persistieron más tiempo y fueron más severos, así como en aquellos que habían sufrido más conmociones cerebrales. Finalmente, los jugadores que habían experimentado más conmociones, también presentaban señales de deposición temprana de beta amiloide, una proteína irregular que se acumula en el cerebro de la mitad, aproximadamente, de los pacientes con ECT causando la muerte celular. Las versiones tóxicas de tau y beta amiloide también están implicadas en la enfermedad de Alzheimer. «Este es el primer estudio sobre marcadores biológicos para el síndrome post-conmoción cerebral relacionado con el deporte», dice Kaj Blennow, un neuroquímico clínico del Hospital Universitario de Sahlgrenska de la Universidad de Gotemburgo y autor principal del estudio. Establece un método para estratificar a los jugadores según la gravedad de la lesión e introduce un posible vínculo biológico entre el síndrome post-conmoción cerebral y la ECT, añade.
Cuando un atleta experimenta una conmoción cerebral, se siguen diferentes protocolos según la organización deportiva. Por lo general, los jugadores son evaluados en el mismo campo de juego usando una lista de control de los síntomas y pueden ser autorizados a volver al juego. Si los síntomas son severos, el jugador debe abandonar el campo. Si los síntomas persisten durante más de tres meses (síndrome post-conmoción cerebral), el jugador y su equipo debe discutir cuándo –o si– volverá a jugar. Analizar proteínas específicas podría aportar claridad a esta conversación, dice Blennow.
Pero puede haber una manera más práctica de realizar esta prueba. Por lo general, para recoger líquido cefalorraquídeo, los médicos tienen que practicar una punción lumbar, en la que se inserta una aguja en la zona lumbar, dentro de la cavidad que aloja la médula espinal. Puede ser dolorosa y en ocasiones peligrosa. Es por ello que Blennow y su equipo están desarrollando un análisis de sangre que pueda medir la proteína NFL. En los individuos con lesión cerebral no relacionada con deportes, los niveles de estas proteínas en sangre reflejan con precisión los niveles en el líquido cefalorraquídeo. Si, algún día, se valida en los atletas este simple análisis de sangre podría revelar tanto como una punción lumbar sobre la gravedad del síndrome post-conmoción cerebral y el riesgo de demencia.
Esta investigación es interesante, pero necesita ser replicada, dice Robert Cantu, neurocirujano de la Universidad de Boston y asesor senior del Comité de Cabeza, Cuello y Columna Vertebral de la Liga Nacional de Fútbol Americano, quién no participó en el estudio. Si el grupo puede demostrar que la prueba de sangre es precisa y se puede hacer fácilmente, podría ser muy útil, sobre todo si se combina con las encuestas de síntomas que se utilizan actualmente, dice. Blennow y su grupo están evaluando su análisis de sangre en jugadores de hockey. Planean extender su investigación a jugadores de la Liga Nacional de Fútbol Americano, así como a boxeadores, con colaboradores en los EE.UU.
La investigación sobre el diagnóstico y el pronóstico de las conmociones cerebrales relacionadas con el deporte está sumida en la incertidumbre. La ECT fue descubierta en 1928 en boxeadores, entonces apropiadamente denominada demencia pugilística, o “punch-drunk” síndrome. Desde entonces ha sido observada en muchos deportes profesionales, y en algunos casos, en deportes juveniles. Aun así, no hay acuerdo en la comunidad médica acerca de cuándo sacar a los jugadores del campo de juego, cuál es la incidencia de ECT o, más allá de reposo, cuál debería ser el tratamiento óptimo. «Todavía no hay un marcador definitivo de la encefalopatía crónica traumática en personas vivas», dice Cantu. Rastrear la proteína tau mediante tomografía por emisión de positrones, una técnica de imagen que puede detectar materiales radiactivos diseñados para unirse a ciertas moléculas, es una de las posibilidades más prometedoras, dice.
«El objetivo es desarrollar una prueba clínicamente útil para identificar y evaluar lesiones en estos individuos», señala Blennow. «Una prueba de este tipo podría ser valiosa para orientar en el diagnóstico, la rehabilitación y el momento de reincorporación al juego».
Fuente: Scientific American