Dormir la siesta es un placer, pero no todo para todo el mundo. Mientras que esta costumbre es conocida a lo largo y ancho de España e incluso algunas empresas las permiten como llave para mejorar la productividad y la motivación en el trabajo, otras personas se levantan de este lapso confusas, agotadas y bajo un tremendo malestar. Si tú también te has tumbado en el sofá y te has despertado un par de horas sin saber ni qué día es, con el cuerpo pesado, la mente nublada y el estómago revuelto, este artículo interesa.
Una de las grandes culpables de que la siesta siente mal es la inercia del sueño, un fenómeno que acontece cuando el cerebro quiere seguir durmiendo y completar un ciclo de sueño completo. La genética puede marcar la diferencia en la intensidad de la inercia del sueño, además de que si tienes ciclos largos serás más propenso a padecerla. Aunque no es muy frecuente, la siesta también puede desencadenar un tipo específico de dolor conocido como cefalea hípnica o cefalea despertador, que afecta a personas predispuestas biológicamente a padecerlo, sobre todo a partir de los cincuenta años y más común en hombres.
La inercia del sueño responsable del malestar asociado a la siesta es el resultado de despertarse repentinamente de un sueño de onda particularmente profunda o lenta (SWS), que es el tipo de sueño que se experimenta cuando duerme la siesta durante más de media hora. Es decir, no debería durar más de este intervalo, ya que cuanto más avanzas dentro del ciclo de sueño, más probabilidades tienes de dormirte profundamente y experimentar dificultades para despertarte. Veinte minutos es la duración ideal recomendada por los especialistas de sueño.
Otra clave para que no te siente mal la siesta es no suplir con ella la deficiencia de sueño nocturno. Si entras en un círculo vicioso y empleas siestas largas para compensar la falta de descanso por la noche, mantendrás el círculo de privación de sueño durante más tiempo, disminuyendo el deseo de dormir. La hora de la siesta también influye: cuanto más tarde, peor, ya que sabotearás tu ciclo circadiano. El momento más propicio es después de comer, pero si no tienes costumbre y descansas entre siete y nueve horas por noche no te hace falta.
Desde la plataforma Sleep.org recuerdan que una siesta de corta duración puede tener efectos muy beneficiosos para la salud: aumentan el estado de alerta y mejoran el rendimiento motor y la atención, reducen la tensión arterial y disminuyen el riesgo de enfermedad cardíaca, además de mejorar el estado de ánimo. Es una forma natural y cómoda de revivir tu energía y paliar la irritabilidad y la fatiga.
Eso sí, la calidad y efectividad de la siesta empeora con la edad, puede acenturar los problemas gástricos en personas con hernia de hiato -ya que al tumbarse se propicia que aparezca el reflujo gastroesofágico-, y está prohibida con EPOC avanzada.
Fuente: computerhoy.com