Un análisis de la documentación científica existente sobre los beneficios de la ingesta de ajo para prevenir el cáncer, en el que han participado varias instituciones académicas, pone de manifiesto que no se puede establecer ninguna relación y que faltan estudios rigurosos sobre el tema.
La evaluación la ha llevado a cabo Nutrimedia, un proyecto del Observatorio de la Comunicación Científica de la Universidad Pompeu Fabra (UPF), y ha contado con la participación del Centro Cochrane Iberoamericano y la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), según ha informado la UPF en un comunicado.
Nutrimedia ha analizado las evidencias científicas disponibles sobre este tema y ha llegado a la conclusión de que con las pruebas existentes no se puede afirmar ni negar que el ajo pueda tener algún efecto protector ante el cáncer.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), sólo este año 2018 se han contabilizado más de nueve millones de muerte por cáncer en todo el mundo. “Dada la magnitud de este problema de salud, no es extraño que la población busque maneras de prevenir la enfermedad”, se indica en la nota, que añade que la abundancia de mensajes que vinculan el consumo de determinados alimentos y sustancias con la reducción del riesgo de cáncer “es fuente de confusión para el público”, y de ahí el análisis de todas las evidencias científicas disponibles sobre este tema.
Estudios “observacionales”
Tras el análisis, Nutrimedia considera que no se puede afirmar que el ajo tenga algún efecto protector, ya que los estudios realizados hasta ahora son “observacionales, lo que no permite establecer una relación directa entre los beneficios del consumo de ajo y la reducción del riesgo de cáncer”. A juicio de la UPF, “faltan estudios rigurosos, que nos ofrezcan una mayor confianza en los hallazgos sobre este tema”.
El ajo es un ingrediente fundamental en la dieta mediterránea, cultivado desde hace más de 7.000 años, y su uso en la cocina en habitual, con abundantes referencias literarias e incluso pictóricas.
Ya en la antigüedad se consumía por sus supuestas propiedades terapéuticas, y Herodoto (siglo V antes de Cristo) relata en su obra “Historiae” que la alimentación de los esclavos que construían las pirámides tenía un suplemento de ajos porque se creía que tenían un efecto vigorizante. Por este mismo motivo, los atletas olímpicos de la Grecia clásica, los legionarios y los gladiadores romanos no dudaban en llevar ajos para masticarlos cuando lo consideraban necesario.
En el siglo I después de Cristo, Dioscórides (médico, farmacólogo y botánico de la antigua Grecia) se refiere al ajo en su obra sobre remedios naturales, como un alimento que facilita eliminar flatulencias.
Alto contenido en compuestos organosulfurados y antioxidantes
El ajo pertenece al género de plantas Allium (cebolla, ajo, puerro y cebollas tiernas, entre otras), que se caracterizan por un alto contenido en compuestos organosulfurados y antioxidantes, además de vitaminas, aminoácidos, fructooligasacáridos y otros micronutrientes.
Según cómo se procese el ajo, los organosulfurados se convierten en diferentes derivados a los que se les atribuye diferentes propiedades saludables. Así, si el ajo crudo se corta o se pica, da lugar a la alicina; con la cocción, en cambio, se destruye la alicina y se liberan adenosina y ajoene, que actúen como anticoagulantes.
El análisis de la UPF considera que las supuestas propiedades anticancerígenas del ajo “no están justificadas”.
Fuente: EFE