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Las enfermedades respiratorias son más comunes en invierno, pero más mortales en verano

Un estudio del Instituto de Salud Global de Barcelona muestra que la proporción de fallecimientos por enfermedad respiratoria es mayor en verano que en invierno

Bajan las temperaturas y con ellas vuelve la frase “Ponte el abrigo, que te constiparás”. Como muy bien recoge la sabiduría popular y demuestran las estadísticas hospitalarias, los meses más fríos están relacionados con una mayor probabilidad de enfermar. El descenso de las temperaturas suele venir de la mano con un aumento de los casos de resfriados comunes, gripes o laringitis. En la población general, estas enfermedades invernales causan molestia durante unos días y normalmente suelen desaparecer tras guardar reposo, ya que el sistema inmunológico destruye las amenazas. Ahora bien, en personas con condiciones previas, como el asma, la EPOC, o con inmunodepresión, las complicaciones pueden agravarse hasta acabar necesitando hospitalización.

Sin embargo, aunque exista una relación entre el aumento de casos de enfermedades respiratorias y los meses fríos, no significa que el frío sea el causante de las enfermedades. Para que una persona enferme han de darse una serie de condiciones que permitan a un patógeno ambiental colonizar el cuerpo humano.

Cómo enfermar paso a paso

La primera y más importante es la exposición al patógeno. Si el microorganismo no entra en contacto con la persona, no puede producir la enfermedad. En el caso de las enfermedades respiratorias, lo más habitual es que se transmitan al entrar en contacto con personas o animales infectados. En los meses cálidos las reuniones suelen llevarse a cabo en el aire libre o espacios abiertos que permiten la ventilación y la renovación del aire, pero en invierno, las reuniones se realizan generalmente en espacios más pequeños, cerrados y con poca ventilación para guardar el calor.

Al respirar, o hablar, el flujo de aire que expulsamos arranca pequeñas gotículas de las mucosidades y las libera al exterior del cuerpo. Estas gotículas, cuyo tamaño ronda los pocos centenares de micrómetros, son los suficientemente pequeñas para flotar durante unos segundos por la habitación. En una estancia cerrada, la mayoría de estas gotículas se acabarán posando en el suelo o los muebles, pero algunas pueden llegar a ser inhaladas por el resto de los presentes. En las personas sanas, las gotículas generalmente estarán formadas por agua y por restos de mucosidades, pero si una de las personas de la habitación tiene en su cuerpo algún huésped indeseado, como un virus o una bacteria, las gotículas pueden actuar como vehículos que lleven los patógenos al resto de comensales.

Una vez el patógeno llega a las vías respiratorias, tendrá que superar una serie de defensas antes de colonizar el cuerpo. Las mucosidades atrapan a virus y bacterias en una matriz que dificulta su movilidad, unas células especiales llamadas células ciliadas actúan como una cinta transportadora que expulsa dichas mucosidades, y el sistema inmunológico tratará de devorar y destruir a cualquier patógeno que intente asentarse en nuestras vías respiratorias superiores. Sin embargo, el descenso de las temperaturas enlentece la actividad de las células ciliadas y del sistema inmunológico. Este descenso de la actividad puede crear brechas de seguridad que los agentes infecciosos pueden aprovechar para colonizar el cuerpo.

Por último, un gran número de patógenos respiratorios han maximizado su capacidad de reproducción a una temperatura ligeramente inferior que la habitual de nuestro cuerpo. Por tanto, una mayor exposición a los virus y bacterias, la menor actividad del sistema inmunológico y la especialización de los patógenos crean el caldo de cultivo para que aumente la probabilidad de acabar moqueando, con dolor de garganta y unos días en la cama.

En personas de avanzada edad o inmunodeprimidas, las infecciones pueden agravarse y acabar con un ingreso en el hospital. Por ello, el número de hospitalizaciones en los hospitales es mucho mayor en invierno que en verano. Sin embargo, tras realizar un análisis de las estadísticas hospitalarias en las provincias de Madrid y Barcelona, el Instituto de Salud Global de Barcelona ha dado con una asociación de datos inesperada.

Los veranos son peores

La mayoría de estudios que analizan la temperatura con las enfermedades respiratorias se centran en el número de ingresos en los hospitales. Sin embargo, hay un número muy limitado de artículos que analicen la mortalidad de las enfermedades respiratorias tras el ingreso hospitalario. Dichas investigaciones suelen centrarse en condiciones concretas y, por tanto, no muestran el panorama general de mortalidad de pacientes por enfermedades respiratorias. En vistas de responder dicha incógnita, en el estudio llevado a cabo por ISGLOBAL recogieron los datos de la temperatura ambiente registrada en las provincias de Madrid y Barcelona entre 2006 y 2019 y analizaron los ingresos y la mortalidad hospitalaria por enfermedades respiratorias en el mismo periodo.

Tras analizar más de 1.700.000 hospitalizaciones, el resultado de los ingresos era esperable, en los meses de invierno se produjeron más ingresos y, también más defunciones por enfermedad respiratoria. Sin embargo, aunque en verano ingresan menos pacientes con enfermedad respiratoria, la proporción de los ingresados que fallecen es mayor.

Tratando de entender por qué

El estudio muestra que el efecto del calor es prácticamente inmediato. La mayor proporción de muertes se produce tres días después de un aumento notable en las temperaturas. Según parece, las altas temperaturas agravan las enfermedades existentes, especialmente la bronquitis, la neumonía y la insuficiencia respiratoria. Finalmente, según apunta Joan Ballester, autor del estudio, este efecto es especialmente notable en mujeres y podría deberse a las diferencias fisiológicas en la termorregulación de ambos sexos.

Los investigadores necesitan más estudios para comprender el aumento en la mortalidad intrahospitalaria. Entre las hipótesis que barajan se encuentra que los servicios sanitarios cuentan con refuerzos para hacer frente a los picos de ingresos que se producen en las temporadas invernales, lo que ayuda a disminuir la mortalidad. Pero no así en verano, donde no existen protocolos específicos ni refuerzo de personal. Sin embargo, según explican, con una mayor cantidad de días calurosos y años en los que cada vez se baten más récords de temperaturas, las políticas de los hospitales deberían plantearse en torno al nuevo escenario producido por el cambio climático. El autor principal del estudio, Hicham Achebak, comenta: «A menos que se adopten medidas de adaptación eficaces en los centros hospitalarios, el calentamiento climático podría agravar la mortalidad de los pacientes hospitalizados por enfermedades respiratorias durante la estación cálida».

Ahora bien, hay que recordar que se trata de un estudio observacional. Marc Miravitlles, especialista en Neumología en el Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, en una entrevista del Science Media Centre España indica que aunque el estudio aporta datos muy robustos y las asociaciones son claras, existen ciertos factores que escapan al control de los investigadores. Entre esos factores se encuentran las vacaciones del personal sanitario, la gravedad de los pacientes en el momento del ingreso, o el nivel socioeconómico de las personas que pasan el verano en las grandes ciudades.

Al final las cifras son las que son; la proporción de fallecimientos en hospitales por enfermedades respiratorias es mayor en verano que en invierno. En un mundo en el que el cambio climático está tomando un alarmante rol protagonista, el sistema sanitario debe ser muy consciente de las nuevas amenazas y estar en alerta para poder adaptarse. Estos estudios ayudan a comprender cómo el aumento de las temperaturas puede afectar directamente a la salud de las personas y, esperemos, ayuden a tomar las medidas necesarias para minimizar su efecto.

Fuente: nationalgeographic.com.es

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