Sofia Pereira Pedro y Emiliano Bruner, del Grupo de Paleoneurobiología del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) (España), acaban de publicar en la revista Journal of Anatomy un estudio de morfometría sobre la relación espacial entre ojos y cerebro en humanos modernos, fósiles, y chimpancés.
En el caso de Homo sapiens, los lóbulos frontales y temporales están separados de la cara solo por una capa de hueso muy fina, y la evolución de un cerebro muy grande y de una cara muy reducida ha generado una competición espacial entre el desarrollo de los ojos y de la corteza cerebral.
“Nuestros ojos y orbitas se encuentran debajo de los lóbulos frontales del cerebro, mientras que los chimpancés los tienen en una posición anterior, delante de los lóbulos frontales. En los homínidos fósiles se observa una situación intermedia”, afirma Emiliano Bruner.
Según este estudio, en el que se han analizado tanto los tejidos blandos (ojos y cerebros) a través de resonancia magnética, como los “tejidos duros”, esto es, la anatomía del cráneo (órbitas y cavidad craneal), a través de tomografía computarizada, la arquitectura del cráneo en los humanos modernos puede haber introducido límites en las posibilidades de desarrollo, sobre todo en el caso del ojo, cuya deformación por defecto de espacio puede afectar la capacidad de visión.
Los factores principales que determinan las diferencias entre individuos adultos son la distancia entre ojos y lóbulos temporales del cerebro y la orientación de las orbitas. En función de estas variaciones, los individuos pueden ser más o menos susceptibles de sufrir una deformación del globo ocular, causada por límites espaciales.
En este estudio titulado “Shape analysis of spatial relationships between orbito-ocular and endocranial structures in modern humans and fossil hominids” ha colaborado Michael Masters del Montana Tech (EE.UU.), con quien Emiliano Bruner ya había publicado en 2015 otro estudio sobre la correlación entre el tamaño del ojo y el tamaño de los diferentes lóbulos cerebrales.
Fuente: noticiasdelaciencia.com