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Se avecina un tsunami de problemas de salud mental y toca prepararse

Se avecina un tsunami de problemas de salud mental y toca prepararse

Aunque todos estamos experimentando un trauma colectivo a causa del coronavirus, los profesionales sanitarios y los supervivientes de las UCI serán los más afectados. Ahora los recursos médicos se centran en detener la pandemia, pero el precio de no asegurar su acceso a terapias será mucho mayor

Hay una expresión para describir lo que estamos experimentando a raíz de la pandemia de coronavirus (COVID-19): trauma colectivo. Todos estamos tristes, ya sea por la muerte de seres queridos, por la pérdida de nuestro estilo de vida de vida o por saber que la situación nunca volverá a ser la misma. La mayoría de nosotros sentimos algún nivel de ansiedad. La pérdida del control sobre los aspectos más importantes de nuestra vida y la falta de un claro punto final para esta crisis son, en parte, los culpables de eso. Para algunos, el estrés se convertirá en un problema de salud mental diagnosticable.

Pero no todos lo vivimos el trauma de la misma manera. Los profesionales sanitarios que tratan a pacientes con coronavirus a diario probablemente tendrán un mayor riesgo de sufrir estos problemas. A muchos les preocupa tener que trabajar con equipos de protección inadecuados. El estrés que están experimentando podría llevar meses o incluso años en procesarse, y por eso no sabremos el impacto total de la pandemia hasta dentro de mucho tiempo.

Y existe otro grupo para el que debemos estar preparados: los supervivientes de coronavirus que fueron ingresados en unidades de cuidados intensivos (UCI). Es muy difícil predecir cuántas personas acabarán en esta situación. La gran mayoría de los que contraen el coronavirus no necesitarán hospitalización, según un estudio de casi 45.000 casos en China realizado por el Centro de Control y Prevención de Enfermedades del país, que encontró que el 81 % de las infecciones son leves.

Sin embargo, dado que el número oficial de contagiados a nivel mundial ya supera los 3,5 millones, muchas decenas de miles de personas terminarán en UCI. Un estudio preliminar de uno de los sistemas hospitalarios más grandes de EE. UU., Kaiser, descubrió que el 42 % de las personas ingresadas con coronavirus acaban en cuidados intensivos. Los datos de sus hospitales sugieren que aproximadamente la mitad de los ingresados en cuidados intensivos con coronavirus logra salvarse y salir de ahí. Para los ancianos hay menos posibilidades, y para todos los pacientes el pronóstico empeora a medida que pasa el tiempo, especialmente si acaban conectados a un respirador.

Para aquellos que consiguen salir, es probable que su estancia en la UCI sea una de las experiencias más traumáticas de su vida. Poder respirar es algo que damos por sentado. Pero los pacientes que tienen tanta dificultad para respirar y necesitan ser intubados (lo que implica que se les introduce un tubo en la boca y por la vía aérea) suelen creer que van a morir en algún momento durante su ingreso en cuidados intensivos. Además, los médicos de UCI aseguran que los pacientes con COVID-19 tienden a necesitar una cantidad particularmente grande de sedación, que daña los músculos y los nervios, especialmente en los pulmones. Ese daño puede ser permanente, lo que, a su vez, puede socavar la salud mental del paciente.

«Sus vidas nunca volverán a ser como antes. Acabar ingresado en una UCI es uno de esos momentos de la vida que supone ‘un antes y un después’, como tener un hijo o la muerte de un padre», explica la psicóloga que trata a pacientes de UCI Megan Hosey.

Los pacientes con respiradores a menudo deliran. Pueden perder la conciencia con frecuencia, sufrir alucinaciones y confundirse sobre lo que les está pasando. Es común que tengan delirios y recuerden mal lo ocurrido. «Pueden recordar que una enfermera o un médico estaban intentado causarles daño cuando realizaban un procedimiento para ayudarlos», explica el profesor asociado de medicina de cuidados intensivos en el Centro Médico de la Universidad de Pittsburgh (EE. UU.) Timothy Girard. No es extraño, por eso, que muchos supervivientes de UCI sufran depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático (TEPT) y otros problemas de salud mental.

Un estudio en Reino Unido de 2018 con casi 5.000 supervivientes de UCI descubrió que más de la mitad había desarrollado al menos una de estas enfermedades en el año después de haber abandonado el hospital. Un metaanálisis de 2014 mantenía esta cifra a una quinta parte. De cualquier manera, «la investigación es clara en relación a que algunas personas que han sido ingresadas desarrollarán TEPT», según el director de investigación de la organización sin ánimo de lucro de Reino Unido Mental Health Foundation, Antonis Kousoulis.

Es demasiado pronto para saber si las personas que han sobrevivido a su ingreso con coronavirus experimentarán tasas similares de enfermedades mentales. Algunos se verán afectados más que otros. Y varios estudios sugieren que los pacientes de UCI que han sido fuertemente sedados, especialmente con altas dosis de benzodiacepinas, tienen más probabilidades de desarrollar problemas de salud mental, sostiene Girard. Esto es un mal presagio dado el alto nivel de sedación requerido para los pacientes con COVID-19 en UCI.

«Será traumático para muchos, pero cada uno responde de una manera diferente. Algunos desarrollarán TEPT, mientras otros no», destaca la psicóloga Elizabeth Woodward. No obstante, la primera investigación sobre este tema específico, realizada en China y publicada en Psychological Medicine, sugiere que debemos prepararnos para un tsunami de problemas de salud mental entre los supervivientes. Los investigadores encontraron que el 92 % de los 714 pacientes que encuestaron tenían «importantes síntomas de estrés postraumático». (Sin duda, hay una diferencia entre los síntomas y una enfermedad diagnosticable. Es muy común que las personas experimenten pensamientos molestos, flashbacks y pesadillas después de un incidente traumático. Cuando esos síntomas se repiten durante meses es cuando se transforman en clínicamente reconocido TEPT, explica Woodward.)

A pesar de que este grave efecto secundario de la pandemia se dirige indudablemente hacia nosotros, podemos hacer muchas cosas para mitigar sus efectos. Podría ayudar asegurarse de que los que son dados de alta de UCI tengan acceso inmediato a tratamientos y terapias como la cognitivo-conductual. Los profesionales sanitarios también pueden llevar un «diario de UCI» mientras los pacientes están ahí donde enumeren todo lo que les sucedió y cuándo, para ayudarles a comprender su experiencia en los meses siguientes.

Estas intervenciones requieren formación, organización y dinero, una tarea difícil en cualquier situación, pero especialmente dura en medio de una pandemia, cuando el sistema de atención médica está luchando por sobrevivir. Sin embargo, el precio de no hacer nada sería mucho mayor, resalta Bienvenu. «Hubo veteranos de la Segunda Guerra Mundial que hasta el día de su muerte aún se despertaban gritando porque nunca habían hablado de lo que habían experimentado. Nos gustaría evitar eso, y podemos hacerlo».

Fuente: technologyreview.es

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