Cuando Griffith Taylor y su equipo geológico descubrieron en 1911, como parte de la expedición de Scott, el «glaciar sangrante», o glaciar Taylor, como se le iba a llamar, se preguntaron qué debía de estar revelando el color herrumbroso del vertido que manaba de él. Primero supusieron que podía tratarse de algas que coloreaban el agua, pero no era así. Hoy se sabe que es el hierro el causante: se libera en una corriente de agua muy salada y en contacto con el oxígeno se convierte en óxido de hierro, que le da el color herrumbroso. El agua viene de una laguna, de dos millones de años de antigüedad, enterrada por el glaciar, que se ha detectado con radar. La cascada solo brota ocasionalmente. Cómo recorre esa agua los cien metros de espesor de hielo lo han dejado ahora claro Jessica Badgeley, del Colorado College, y su equipo.
Como escriben en el Journal of Glaciology, también han utilizado para ello datos obtenidos con radar. «Las sales del agua han posibilitado este descubrimiento porque acentúan el contraste con el hielo», explica Badgeley. Las ondas electromagnéticas del radar responden de forma distinta con el agua muy salada y el hielo; los investigadores van siguiendo los ecos correspondientes, captados por una antena. Obtienen así una imagen de la estructura interna de la lengua de hielo, que está recorrida por múltiples grietas, gracias a lo cual han podido determinar cómo se mueve dentro del glaciar el agua salada.
¿Cómo es posible que esa corriente de agua no esté congelada? La sal que contiene hace que disminuya mucho el punto de congelación de la solución salina y el agua que se congela libera energía térmica, que eleva la temperatura del glaciar circundante. Estos factores se conjugan de forma que esa agua tan salada pueda llegar a veces hasta la superficie por la red de grietas y allí se vierte al exterior. «El glaciar Taylor es el glaciar más frío en el que cual se haya observado algo así», según Erin Pettit, coautora del trabajo, de la Universidad en Alaska en Fairbanks.
Pese a las condiciones extremas de la laguna bajo el hielo, viven allí microorganismos: sin luz ni oxígeno, rodeada de sulfatos, existe allí una comunidad de bacterias, de la que no hay ejemplo comparable en todo el mundo hoy en día. Esos microorganismos producen un ciclo de azufre, por el cual convierten el sulfato en sulfuro, que se convierte de nuevo en sulfato.
Fuente: investigacionyciencia.es