Estas son las recomendaciones de la Academia Estadounidense de Pediatría sobre el tiempo que los niños deben pasar frente a las pantallas:
- Entre los dos y los cinco años, el tiempo debe limitarse a «una hora al día de programación de alta calidad»
- Los niños de entre 18 meses y 24 meses pueden pasar tiempo frente a pantallas siempre que el contenido sea de alta calidad y lo hagan acompañados de un tutor
- Los bebés no deben estar expuestos a ninguna pantalla, salvo el vídeo chat
Pero el director de Investigación del Instituto de Internet de Oxford (Reino Unido), Andrew Przybylski, cree que estas recomendaciones son erróneas. En un nuevo y controvertido estudio publicado en el Journal of the American Academy of Child and Adolescent Psychiatry, sus colegas y él no solo se oponen al pensamiento predominante de que los niños deberían pasar el menor tiempo posible frente a las pantallas, sino que argumentan que un tiempo moderado frente a las pantallas en realidad es bueno para los niños.
El estudio se propuso analizar dos ideas. «La primera era comprobar si había niveles ‘óptimos’ de tiempo de pantalla para los jóvenes. La segunda era buscar un valor crítico, o un punto de inflexión, en el que la interacción con las pantallas se relacionara de forma significa con los resultados de bienestar», escribió Przybylski en un correo electrónico.
Junto con sus colegas, Przybylski encontró «relaciones positivas moderadas» cuando los niños usaban los dispositivos y/o veían la televisión durante hasta dos horas al día. Al contrario de las recomendaciones médicas, el equipo destaca que para que los padres noten alguna diferencia, los niños deberían usar pantallas «durante más de cinco horas al día».
Los hallazgos del estudio se basan en los datos de más de 35.000 niños y tutores estadounidenses, recogidos por la Encuesta Nacional de Salud Infantil a través de la Oficina del Censo de Estados Unidos entre junio de 2016 y febrero de 2017. Przybylski afirma que su análisis sugiere que los niños que usan un dispositivo digital (ya sea un televisor, una consola de videojuegos, una tablet, un ordenador portátil, un teléfono inteligente o cualquier otro dispositivo con pantalla) tienen mejores habilidades sociales y emocionales que los niños que no usan esta tecnología.
La investigación desmitifica el pensamiento dominante sobre el tiempo recomendado frente a las pantallas, que alertaba de preocupantes aumentos en las tasas de depresión, ansiedad y tendencias suicidas.
Una de las críticas más destacadas ante la idea de permitir que los niños pasen tiempo frente a las pantallas y autora del libro iGen, Jean Twenge, sostiene que la tecnología hace que los niños sean menos felices. En otro correo electrónico afirma que el estudio de Oxford le parece «muy extraño», especialmente porque sus colegas y ella usaron los mismos datos que Przybylski para otro artículo, cuyas conclusiones fueron totalmente opuestas. El trabajo de Twenge señala que el uso intensivo de pantallas condujo a una tasa de problemas psicosociales en niños casi tres veces mayor. Sobre esos mismos datos, Przybylski interpreta que las diferencias entre el uso intensivo y el poco frecuente son pequeñas, una discrepancia que Twenge considera desconcertante.
A pesar de las críticas, Przybylski defiende sus resultados, e incluso ha llegado a sugerir que las investigaciones previas son estadísticamente sospechosas. El investigador sentencia: «Casi todos los estudios sobre este tema están muy mal realizados; la mayoría no comparte sus datos, su código o no cumplen con las mejores prácticas de investigación. Más que resultados, lo que distingue nuestra investigación… es un énfasis en el rigor empírico».
Twenge admite que sus métodos estadísticos pueden someterse a debate, pero se aferra a su conclusión general de que el tiempo frente a las pantallas no resulta saludable para los niños. La investigadora afirma: «Los datos no muestran beneficios del uso moderado. Al contrario, los mejores resultados aparecen con un uso poco frecuente para los adolescentes. Para los niños más pequeños, los mejores resultados aparecen cuando no se usan pantallas o se usan muy poco».
Parece que el consenso va a ser difícil de alcanzar. En parte porque el desarrollo infantil es complejo y está influido por todo tipo de factores entrelazados. Sería muy difícil controlar todas esas variables al estudiar los efectos del tiempo que pasan frente a las pantallas, que pueden alojar todo tipo de contenido. Por eso, quizá no sorprenda que la investigación sobre este tema haya resultado poco concluyente, puesto que cada nuevo estudio añade un giro desconcertante.
Przybylski admite que existen algunos inconvenientes en su estudio: los efectos demográficos, como los socioeconómicos, están vinculados al bienestar psicológico, y destaca que su equipo está trabajando para diferenciar esos efectos, además del sesgo de autoselección que se introduce cuando los niños y sus tutores hablan sobre su propio uso de pantallas. También afirma que está intentando determinar si un cierto tipo de uso de las pantallas era más beneficioso que otro.
Sin embargo, defiende sus hallazgos y afirma que las recomendaciones de los consejos de salud sobre el tiempo delante de las pantallas son «inútiles, y carecen del respaldo de pruebas y, con el tiempo, se han ido abandonando repetidamente». El investigador concluye: «Confunde a los padres, engaña a los encargados de formular políticas y nos distrae sobre la responsabilidad de las compañías tecnológicas. Hasta que no aclaremos esto… no tendremos las respuestas que necesitamos sobre el papel de la tecnología en la vida de los jóvenes».
Fuente: technologyreview.es