“Me sentí muy honrado y humilde, especialmente al pensar en los muchos excelentes científicos y eruditos que han recibido este premio antes que yo”. Con estas palabras, el biólogo sueco Svante Pääbo expresaba ayer a ABC su reacción al enterarse de que le había sido concedido el Premio Princesa de Asturias de Investigación de este año.
Trabajador incansable y visionario, Pääbo lleva toda su vida tratando de arrancar información y respuestas a los diminutos fragmentos de ADN que se consiguen recuperar de fósiles humanos de decenas de miles de años de antigüedad. Una labor agotadora y con la que ha conseguido dar carta de identidad a una nueva rama de la Ciencia, la Paleogenética.
“Tanto yo como nuestro grupo de investigación -explica Pääbo a ABC- hemos trabajado sin descanso durante los últimos 30 años para inventar y mejorar los métodos para recuperar ADN antiguo. En los últimos diez años, este campo ha llegado a un punto en el que miles de genomas de humanos muertos hace mucho tiempo, igual que otros organismos, pueden ahora estudiarse de forma rutinaria”.
Un auténtico tesoro de información que ha contribuido a esclarecer las complejas relaciones que las distintas especies de homíninos tuvieron entre sí en el pasado, cómo se mezclaron entre ellas a lo largo del tiempo y cómo de esa mezcolanza genética surgió nuestra propia especie, la única que hoy representa al género Homo sobre la Tierra.
Al principio, desde luego, la cosa no resultó fácil. “Hace ya mucho tiempo, cuando nos planteamos por primera vez estudiar neandertales -recuerda el investigador- tuvimos que negociar dos años enteros antes de que nos cedieran las primeras muestras”. Una resistencia más que comprensible, ya que el estudio genético requiere de la destrucción de una pequeña parte del fósil que se pretende investigar, y eso era algo a lo que la mayor parte de los paleontólogos se resistía con uñas y dientes.
Pulverizar fósiles de neandertales
“Necesitamos pulverizar entre cien y doscientos miligramos de hueso por cada extracción -explica Páäbo-. Es una pequeña cantidad, pero evidentemente, es destructiva. Para abordar el proyecto Genoma Neandertal fueron necesarios cerca de veinte gramos de muestras. Para todo. No es demasiado…”.
Desde 1997, Pääbo ha permanecido al frente del Departamento de Genética del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig (Alemania), y desde allí ha contribuido como pocos al conocimiento de las distintas especies humanas que nos precedieron.
En 2006, en efecto, este biólogo doctorado en la Universidad de Upsala anunció un ambicioso plan que parecía sacado de la ciencia ficción: reconstruir el genoma del hombre de Neandertal, la “otra” especie inteligente que nuestros antepasados directos, Homo sapiens, se encontraron en Europa cuando llegaron hace unos 40.000 años.
Cuando los primeros humanos “como nosotros” entraron por primera vez al viejo continente, los neandertales llevaban viviendo en él cerca de 400.000 años, procedentes de migraciones africanas muy anteriores. Pääbo y sus colaboradores consiguieron el objetivo tres años más tarde, y en febrero de 2009 anunciaron el primer borrador del genoma neandertal.
Gracias a ese trabajo, además, los investigadores lograron demostrar que ambas especies (los neandertales y nosotros) se mezclaron, algo que hasta entonces no era más que una especulación. Y no solo eso, sino que la huella de esos cruces siguen estando muy vivas en el presente. Cerca de un 3,5% de nuestros genes, en efecto, proceden directamente del genoma del neandertal, y desempeñan papeles importantes en nuestros mecanismos de adaptación al clima, consistencia ósea y resistencia a determinadas enfermedades.
Pero Pääbo no se detuvo ahí. En 2010, en efecto, analizó el ADN de un pequeño fragmento del hueso de un dedo hallado en las cuevas de Denisova, en Siberia. Gracias a la paleogenética, a partir de este único y diminuto resto fósil los investigadores descubrieron una nueva y desconcertante especie humana, bautizada como el hombre de Denisova. Una especie de la que por ahora no han aparecido más restos y con la que, por cierto, también compartimos genes.
Por la propia naturaleza perecedera del ADN, cuanto más antigua sea la muestra que lo contiene más degradado estará, y más difícil resultará por tanto obtener fragmentos lo suficientemente grandes como para que merezca la pena estudiarlos. Por eso, el equipo de Pääbo sigue trabajando en el desarrollo de nuevas técnicas que permitan “bucear” cada vez más lejos en el pasado.
Para el investigador, todo depende de cómo sean los yacimientos en los que los restos quedaron depositados: “En el permafrost, donde las cosas han estado congeladas de forma continua, creo que se podrá volver a alrededor de un millón de años atrás. Fuera del permafrost es mucho más difícil, pero en condiciones excepcionales creo que podríamos remontarnos varios cientos de miles de años”.
El próximo objetivo de Pääbo
Dicho y hecho. En la actualidad, el próximo gran objetivo de Svante Pääbo es, si cabe, aún más ambicioso que los anteriores. Y no es una casualidad que se esté forjando precisamente aquí, en España, en los yacimientos de Atapuerca. “Trabajamos con el profesor Juan Luis Arsuaga en el sitio de Sima de los Huesos -explica el biólogo sueco- . Hemos recuperado algunas muestras de ADN de allí y hemos demostrado que esos homíninos, de 430,000 años de edad fueron los primeros ancestros de los neandertales. Continuamos trabajando en algunos de los otros yacimientos de cuevas en el complejo de Atapuerca con el profesor Arsuaga, y esperamos progresar mucho junto con él”.
Desde luego, las relaciones del flamante Premio Princesa de Asturias de Investigación con investigadores españoles son fluidas y constantes: “Trabajamos desde hace muchos años en el sitio de El Sidron en Asturias, con Marco de la Rasilla y su equipo en Oviedo, y con Antonio Rosas en Madrid y Carles Lalueza-Fox en Barcelona. En Atapuerca trabajamos con el profesor Juan-Luis Arsuaga y sus colegas. Estas son todas las colaboraciones muy fructíferas. Tenemos el privilegio de trabajar muy estrechamente con estos colegas”.
¿Resucitar especies extintas?
Preguntado sobre la posibilidad de que, en algún momento, su trabajo pueda ser utilizado para “resucitar” especies extintas, tanto animales como humanas, Pääbo niega con rotundidad: “No, no creo que eso sea posible. Algo así requiere de muchos cambios genéticos, más de los que podemos diseñar de manera fiable en un genoma, así como de cambios en las partes repetitivas del genoma y que tampoco podemos reconstruir de manera fiable a partir de restos antiguos. Desde luego, por lo menos en el caso de humanos y homíninos, cualquier intento de este tipo sería del todo imposible de considerar desde el punto de vista ético”.
Fuente: abc.es