Los casos de violación y acoso sexual despiertan emociones tan fuertes que nos lanzan a un desesperado deseo de borrar para siempre de nuestra sociedad estas conductas, pero muchas veces olvidamos que, más allá de la indignación, es necesario comprender esos fenómenos para poder intervenir sobre ellos.
De “él” no sabemos nada más que los pocos detalles que la periodista Claudia Morales reveló en su columna y sus entrevistas. Sabemos mucho más sobre el productor de cine Harvey Weinstein y el médico del equipo de gimnastas norteamericanas Larry Nassar, porque varias docenas de mujeres delataron sus tácticas y abusos sexuales. En el caso de Juan Carlos Sánchez Latorre, el Lobo Feroz que habría abusado de 276 niños, todo parece tan escabroso que preferimos pasar la página a toda velocidad.
Las delicadas emociones que desatan los casos de abuso y violencia sexual, mezcladas con nuestros prejuicios, miedos, discursos prefabricados y hasta las campañas políticas, nublan nuestra capacidad para entender sus variantes y matices. Ponemos con facilidad todo en la misma canasta y preferimos la indignación y el moralismo para zanjar el asunto. El problema es que la única posibilidad de diseñar estrategias de prevención para, eventualmente, reducir el riesgo de violaciones, abusos sexuales y otros tipos de violencia sexual depende de nuestra capacidad para entender la raíz del mal.
¿Por qué los hombres son los violadores y las mujeres (generalmente) las víctimas? ¿Por qué el trauma mental de la violación varía con la edad de la víctima y el estado civil? ¿Por qué el trauma mental de la violación varía con los tipos de actos sexuales? ¿Por qué los hombres jóvenes violan más a menudo que los hombres mayores? ¿Por qué las mujeres jóvenes son más a menudo víctimas de violación que las mujeres o niñas mayores? ¿Por qué ocurre la violación en todas las culturas conocidas? ¿Por qué la violación todavía ocurre entre humanos? Esas y otras tantas preguntas son las que intentan responder psicólogos, neurocientíficos, antropólogos y sociólogos a lo largo del mundo.
En busca de respuestas, un equipo de investigadores internacionales diseñó en 2013 una encuesta que aplicó a 10.000 hombres en Asia, un continente que por su diversidad cultural podría ayudar a entender mejor quiénes y por qué eran más propensos a cometer crímenes sexuales. El resultado de aquel trabajo, publicado en la revista médica The Lancet, arrojó alguna luz sobre el tema.
En el caso de la violación, uno de cada diez hombres reportó haber violado a una mujer que no fuera su pareja. Al incluir a sus parejas, la cifra se elevó a uno de cada cuatro. Entre los que reportaron alguna violación, la mitad aproximadamente (45 %) aseguró haber violado a más de una mujer. La investigación también esclareció otro asunto: que existían variaciones según las culturas. Mientras en áreas rurales de Bangladés la cifra apenas llegaba al 3 %, en Bougainville, en Papúa Nueva Guinea, la prevalencia subía hasta 27 %.
Michele Decker, profesora de la Universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos, y quien ha estudiado el tema por varios años, recordaba en un editorial de la misma revista que en todo el mundo una de cada tres mujeres ha experimentado violencia de género que implica morbilidades físicas, mentales o sexuales. Sin embargo, anotaba que la mayor parte de la investigación se ha enfocado en la victimización, pero era necesario entender a los perpetradores para llegar a detener esta pandemia global.
En esa línea, la investigación que se realizó en Asia mostró que más de la mitad de los perpetradores de violación contra mujeres que no eran su pareja lo hicieron cuando eran adolescentes, lo cual afirma que los jóvenes son una población objetivo crucial para la prevención de la violación. También parece existir una conexión entre el perpetrador y otros problemas de salud globales, como el uso de sustancias y la depresión.
Los traumas infantiles y el testimonio de la violencia de género también fueron factores influyentes, lo que respalda, según los investigadores, la idea de que las personas expuestas a la violencia durante la juventud deben ser priorizadas para la prevención y las intervenciones. Los hombres con antecedentes de victimización, especialmente de abuso sexual infantil y de haber sido violados, o coaccionados sexualmente de otro modo, tenían más probabilidades de cometer una violación que aquellos sin ese pasado. Un hallazgo sorprendente, porque muestra que muchos monstruos alguna vez fueron víctimas.
La profesora Rachel Jewkes, del Consejo de Investigación Médica de Sudáfrica, coautora de aquel trabajo, señalaba que “en vista de la alta prevalencia de la violación en todo el mundo, nuestros hallazgos muestran claramente que las estrategias de prevención deben mostrar una mayor atención a los factores de riesgo estructurales y sociales de la violación”.
Otro hallazgo interesante del trabajo, relacionado con la violencia dentro de una pareja, y contrario a lo que muchas personas tienden a creer, es que la violencia sexual no siempre se compagina con la violencia física. No hacen parte del mismo patrón. Emma Fulu, de Socios para la Prevención, en Bangkok (Tailandia), coautora del trabajo, concluía que “sorprendentemente, nuestros resultados muestran que, aunque existe cierta superposición, la violencia física y sexual no siempre parecen estar comprometidas juntas”. El hallazgo, en su opinión, debería tener profundas implicaciones en la forma como se diseñan y llevan a cabo las intervenciones para prevenir la violencia de pareja, “porque hasta ahora se ha asumido que la violencia física y la sexual forman parte del mismo patrón de conducta”.
Mitos dañinos
Quizás el más común de los mitos es la creencia de que la mayoría de las violaciones implican la participación de un extraño armado que ataca a una mujer de forma violenta durante la noche, en un lugar aislado al aire libre, y que las mujeres sufren heridas graves como consecuencia de los ataques. En 2015, los investigadores británicos Genevieve Waterhouse, Ali Reynolds y Vincent Egan analizaron 400 casos de violación denunciados en un centro del Reino Unido, para concluir que ninguno de ellos coincidía con el mito de la “violación real”. Por el contrario, la mayoría de las violaciones denunciadas (280 casos, 70,7 %) las cometieron personas conocidas de la víctima (por ejemplo, violaciones domésticas o por conocidos) y tenían lugar en el domicilio, sin que la mayoría de las víctimas sufrieran lesiones a consecuencia del ataque.
Algo similar ocurre a la hora de juzgar la actitud de la víctima. Se cree que la reacción “normal” durante la violación es la resistencia activa: gritar, golpear al agresor, intentar escapar. De no ser así, juzgan muchos, no se trató de una violación. Pero Anna Möller, del Instituto Karolinksa y del Hospital General del Sur de Estocolmo, en Suecia, evaluó junto con sus colegas a 298 mujeres que habían sufrido algún asalto sexual y demostraron que la mayoría de las víctimas pueden experimentar un estado de parálisis involuntaria, llamada inmovilidad tónica, durante la violación. “La inmovilidad tónica también se asoció con el subsiguiente trastorno de estrés postraumático (TEPT) y la depresión severa después de la violación”, anotaron al publicar sus resultados en el Acta de Obstetricia y Ginecología de Escandinavia el año pasado. De esas 298 mujeres, el 70 % informó una inmovilidad tónica significativa y el 48 % informó inmovilidad tónica extrema durante el asalto. Entre las 189 mujeres que completaron la evaluación de seis meses, el 38,1 % había desarrollado TEPT y el 22,2 % había desarrollado depresión severa.
El miedo generalizado sembrado en la sociedad tras noticias de acoso sexual también es peligroso y no contribuye mucho a entender el asunto. “La agresión sexual tiene casi tanto que ver con la edad como con el género”, afirmaba Richard Felson, profesor de criminología y sociología de la Universidad Penn State, en 2013. Sus investigaciones demuestran que las mujeres de 15 años tienen alrededor de nueve veces más probabilidades que las mujeres de 35 años de ser violadas y alrededor de 4,75 veces más probabilidades de ser violadas que las mujeres de 25 años. Un niño de 15 años es más probable que sea víctima de un ataque sexual que una mujer de 40 años.
Y si el objetivo es proteger a las poblaciones en mayor riesgo de los perpetradores, no se puede dejar por fuera a las mujeres con enfermedades mentales, quienes tienen hasta cinco veces más probabilidades que la población general de ser víctimas de agresión sexual y dos o tres veces más probabilidades de sufrir violencia doméstica, según un trabajo de investigadores de la University College London y el King’s College publicado en Psychological Medicine. En este trabajo se detectó que el 40 % de las mujeres encuestadas con enfermedad mental grave habían sufrido violación o intento de violación en la edad adulta, de las cuales el 53 % había intentado suicidarse como resultado. En la población general, el 7 % de las mujeres habían sido víctimas de violación o intento de violación, de las cuales el 3 % había intentado suicidarse. El 12 % de los hombres con enfermedades mentales graves habían sufrido agresiones sexuales graves, en comparación con el 0,5 % de la población general.
La socióloga y psicóloga social argentina Inés Hercovich advertía en una de sus conferencias, luego de escuchar e investigar relatos de decenas de mujeres que han sufrido ataques sexuales, que las escenas descritas casi nunca coinciden con lo que la mayoría de personas imaginan: “Mas bien las escuché como asombradas y hasta un poco orgullosas de reconocer lo lúcidas que habían estado en ese momento, lo atentas a cada detalle, como si eso les permitiera tener un control sobre lo que estaba pasando. Lo que las mujeres hacen en estas situaciones es negociar sexo por vida. Le piden al agresor que termine rápido para que todo eso termine rápido al menor costo. Se someten a la penetración porque, aunque no puedan creerlo, eso es lo que más lejos las mantiene de una escena sexual o afectiva. La penetración duele menos que los besos, las caricias, las palabras suaves. Si vamos a seguir esperando que las violaciones sean lo que rara vez son, un violador depravado de clase baja y no un joven universitario o un empresario, si vamos a seguir esperando que las víctimas sean mujeres modositas recatadas que se desmayan en la escena, y no mujeres seguras de sí mismas, vamos a seguir sin poder escuchar. Las mujeres van a seguir sin poder hablar. Y vamos a seguir siendo todos responsables de ese silencio y de su soledad”.
Fuente: elespectador.com