Impulsar el desarrollo de los avances médicos y que el acceso a los mismos sea igualitario para todas las naciones es uno de los puntos que encabezó la agenda de la Cumbre Mundial de la Salud, que acaba de celebrarse en Berlín, pero ¿va a mejorar esto la salud de los más pobres?
Los delegados de la Cumbre Mundial de la Salud que desde el 8 al 11 de octubre estuvieron debatiendo éste y otros puntos en la Cumbre de la Salud en la capital alemana, debían recordar que no solo de innovaciones vive el hombre y que la difusión de los descubrimientos médicos no debería depender de ninguna circunstancia o incidencia política.
Una irregularidad fatal
William Gibson el famoso autor de ciencia ficción, bromeó una vez diciendo que el futuro ya está aquí, sólo que no está distribuido de manera uniforme. Y no existe en nuestro mundo una manifestación de desigualdad mayor, que la del acceso a la asistencia sanitaria.
En los países más ricos, muchísimas personas que han superado la media de edad mundial de los 71 años, gozan de una vida plena gracias a, por ejemplo, los marcapasos cardíacos que son monitoreados remotamente a través de internet y se ajustan mediante algoritmos sin intervención humana. En los estados más pobres, miles de niños menores de 5 años mueren simplemente por no disponer de agua potable.
Mucho por hacer
Una de las primeras exposiciones de la Cumbre que comenzó el domingo y donde la innovación tecnológica era uno de los temas principales, es reveladora: «A pesar del crecimiento exponencial de los países con un alto nivel de desarrollo científico y médico, los de ingresos bajos y medianos todavía están excluidos en gran medida del acceso a tecnologías de salud apropiadas y asequibles”.
“Por lo tanto, los nuevos dispositivos tecnológicos necesitan ser desarrollados de tal manera que pueden hacer frente a los problemas de salud de los que más lo necesitan y de esa forma mejorar su calidad de vida», rezaba la propaganda para la sesión de apertura del lunes.
Ciertamente, la innovación para mejorar la salud global es más necesaria que nunca, con la prioridad de buscar formas efectivas de combatir males emergentes como el Ébola o el Zika y para encontrar mejores maneras de luchar contra las enfermedades no transmisibles como el cáncer. Pero a veces estas innovaciones resultan inaccesibles a quienes realmente las necesitan.
Un claro ejemplo: en noviembre de 2014, cuando el brote de Ébola estaba en su apogeo en África occidental, la Administración de Alimentos y Fármacos de los EEUU aprobó una prueba que detectaba el Ébola en una hora. Pero los países más afectados no tenían ni el dinero para comprar las máquinas, ni el personal adecuado para hacerlas funcionar, sin embargo en EEUU donde solo se detectaron 4 casos hay muchos hospitales que ya las tienen.
Otro ejemplo: Médicos Sin Fronteras (MSF) demostró la eficacia de las nuevas pruebas para detectar la tuberculosis en países de bajos ingresos y en situaciones de crisis humanitarias. Pero el precio de la prueba la hizo prohibitiva para muchos países, por lo que esta innovación “a priori” no podía beneficiar a aquellos que más la necesitaban.
De la misma forma que el hambres rara vez es el resultado de la falta de alimentos, sino más bien de la falta de acceso a los mismos, las desigualdades en la solución de los problemas de salud no se deben a la falta de innovaciones.
El problema radica en que quienes deberían beneficiarse de ellas son incapaces de comprarlas, manejarlas u obtenerlas gracias ciertas decisiones políticas y económicas, que determinan la financiación, los recursos y el apoyo, en definitiva: a quién y porqué se las darán.
Voluntad política y económica
Las innovaciones médicas que puedan hacer frente a los retos de larga data a los que se enfrentan las personas más vulnerables del mundo, deben contar con el apoyo político y económico necesario, que les permita ser eficaces y accesibles, para que pueden realmente marcar una diferencia.
Los líderes políticos tienen que asegurarse de que la ampliación de nuevas soluciones incluye a todas aquellas personas que más necesitan de dichas innovaciones y que en general son los más susceptibles de ser excluidos de sus beneficios.
Y es que puede hacerse, como ya lo han demostrado muchas organizaciones que hacen lo indecible para equilibrar los aspectos científicos y políticos y lograr por ejemplo, que el acceso a los medicamentos sea lo más global posible.
Sin dudas también vale la pena recordar a los pioneros, como Florence Nightingale o John Snow, que lucharon sin descanso para garantizar que sus acciones beneficiaron aquellos que más lo necesitaban y que también debieron luchar contra intereses políticos, sociales y económicos.
Ya hay vacunas, medicamentos e innovaciones médicas que podrían salvar miles de vidas que hoy se pierden, a veces por carecer del acceso a un simple suero, un antibiótico, etc. Se debe seguir investigando, innovando y creando, pero siempre bajo la premisa de que toda vida es preciosa y que el lugar del mundo donde haya surgido, no es óbice para desdeñarla.
Fuente: innovaticias.com