El 2 de abril de 1979, sin que nadie lo advirtiera, un misterioso polvo se esparció por el aire desde una chimenea que se elevaba 25 metros por encima de un campo militar soviético a unos 1400 kilómetros al este de Moscú. Durante las siguientes semanas, por lo menos 80 residentes de la cercana ciudad de Sverdlovsk (hoy denominada Ekaterimburgo), en el centro de Asia, enfermaron de lo que al principio parecía ser una gripe. Sin embargo, después de unos días sufrieron una hemorragia interna grave, entre otras afecciones, y murieron 68, o más, de ellos.
Algunas personas de la base, conocida como Cuartel 19, sabían lo que había sucedido: la falta de filtros de aire había permitido la liberación de una cantidad desconocida de esporas bacterianas de una instalación militar secreta de investigación y producción, situada en el recinto. Las esporas provenían de una cepa de Bacillus anthracis, una bacteria que causa la enfermedad del carbunco (a menudo denominada, indebidamente, «ántrax») y que vive de manera natural en numerosas regiones del mundo. Pero esas esporas habían sido pulverizadas hasta un tamaño que les permitió ser inhaladas fácilmente hacia los pulmones de animales y personas, donde causaron los principales daños y, como consecuencia, la mayoría de las muertes.
Una vez en el organismo, las esporas germinaron y adoptaron su aspecto original en forma de bacilo. Luego comenzaron a multiplicarse, se esparcieron hacia el torrente circulatorio y atacaron a varios tejidos. De hecho, el carbunco pulmonar suele matar en cuestión de días, a menos que los pacientes sean tratados enseguida con los antibióticos adecuados. Sin embargo, los militares soviéticos no revelaron a nadie la naturaleza del brote, ni siquiera a las autoridades sanitarias locales, que podrían haber salvado más vidas si hubieran sabido a qué se enfrentaban.
A pesar de los arduos intentos de la KGB por mantener en secreto lo ocurrido, las noticias del accidente se filtraron al mundo en otoño de 1979 y dejaron atónitos, entre otros, a los analistas de inteligencia occidentales. Se les había pasado por alto que la Unión Soviética estuviera fabricando material para armas biológicas, una acción que suponía la violación de un tratado que prohibía su desarrollo, producción, almacenamiento o uso. En 1972, más de cien países, entre ellos la Unión Soviética y Estados Unidos, habían firmado ese tratado, comúnmente conocido como la Convención sobre Armas Biológicas. Aun así, EE.UU. renunció a presentar una queja formal contra la URSS, según lo dispuesto en los términos del acuerdo.
Debido a que en los años setenta la revolución de la ingeniería genética ya había comenzado en otros países, los analistas de inteligencia occidentales conjeturaron entonces que los soviéticos podrían haber modificado B. anthracis en Sverdlovsk para que fuese más mortífera. Tuvieron que pasar 37 años para refutar esa suposición equivocada. En realidad, las únicas mejoras habían consistido en incorporar algunos compuestos y realizar otros ajustes para que las esporas se propagasen más fácilmente.
La Unión Soviética, por su parte, admitió al final que varias personas habían muerto de carbunco en Sverdlovsk y sus alrededores, pero negó que hubiera ocurrido algo inusual. La verdadera causa de la tragedia, según ellos, era el carbunco gastrointestinal causado por la matanza y el consumo de animales infectados con esporas naturales, afirmación que más adelante fue rechazada después de que expertos internacionales examinasen muestras de autopsias conservadas por patólogos locales.
Fuente: investigacionyciencia.es