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La geopolítica del coronavirus: el auge de China y el declive de EU

La geopolítica del coronavirus: el auge de China y el declive de EU

La pandemia ha acelerado dos tendencias globales que afectarán al mundo en las próximas décadas: la rivalidad entre ambas potencias y la intensificación de la concentración de poder. En este escenario resulta vital analizar el papel de la tecnología como habilitador de las libertades y de la represión

A finales de julio, la mayoría de los países desarrollados lograron reducir sus tasas de contagio por coronavirus (COVID-19) muy por debajo de sus picos iniciales. Sin embargo, en EE. UU. el número de nuevos casos diarios volvió a niveles récord y sigue aumentando.

Esta crisis sanitaria ha dañado gravemente la opinión general sobre la competencia del país. Un informe de junio de la empresa de encuestas Dalia Research reveló un amplio consenso de que China había gestionado la COVID-19 mucho mejor que Estados Unidos. De los 53 países encuestados, desde Dinamarca hasta Irán, solo dos creen que Estados Unidos reaccionó mejor que China: Japón y el propio Estados Unidos. La encuesta también revela que la visión pública de la influencia global norteamericana en general se ha deteriorado notablemente. Casi la misma cantidad de personas cree que el impacto de Estados Unidos en la democracia ha sido tanto negativo como positivo. Los países con fuertes democracias como Canadá, Alemania y Reino Unido fueron especialmente críticos.

El lamentable fracaso de Estados Unidos a la hora de lidiar adecuadamente con la mayor emergencia sanitaria mundial en el último siglo ha llevado a algunos expertos a argumentar que la pandemia podría convertirse en un punto de inflexión geopolítico. Kurt Campbell y Rush Doshi escribieron en marzo en Foreign Affairs que, igual que la intervención fallida en la crisis de Suez precipitó el fin del imperio británico, “la pandemia del coronavirus podría marcar ese ‘momento de Suez'” para EE.UU., ya que China “se posiciona como líder mundial en la respuesta a la pandemia”.

Pero, aunque los efectos no resulten tan drásticos, sí serán profundos. El reducido prestigio estadounidense a raíz de la pandemia está acelerando dos tendencias políticas globales surgidas en los últimos cinco años.

En primer lugar, las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China amenazan con iniciar una nueva carrera armamentista y el regreso de la rivalidad entre ambas potencias. En segundo lugar, desde Turquía hasta Brasil, pasando por Hungría y Polonia, un número cada vez mayor de países está experimentando una “autocratización”, centralizando el poder y restringiendo las libertades políticas, poniendo fin a las oleadas de democratización posteriores a la Guerra Fría que marcaron el comienzo de las nuevas libertades y derechos para cientos de millones de personas. En conjunto, estas dos tendencias crearán un mundo más dividido e incierto.

La brecha digital global

Una manifestación palpable tanto del declive del poder estadounidense como del resurgimiento de la autocracia es la fragmentación del ecosistema digital global. Desde que Google se retiró de China en 2010 por la censura gubernamental de los resultados de búsqueda, el país asiático ha cultivado un jardín amurallado de aplicaciones principalmente para uso de sus ciudadanos. Aunque la disociación no es total (los sistemas operativos móviles Android e iOS prevalecen y los lenguajes de programación como Java y Python se utilizan ampliamente), la mayoría de la población china nunca accede a Twitter, Facebook, YouTube, Amazon, PayPal ni muchas otras plataformas, sino a sus alternativas locales.

Esta fragmentación es parte de una batalla normativa mayr. Rusia, Irán y otros regímenes autocráticos se han unido a China para promover la cibersoberanía, la idea de que los países deben establecer sus propias reglas sobre cómo sus ciudadanos utilizan internet. En Rusia, el Gobierno planea implementar el “internet soberano”, un sistema autosuficiente controlado de forma centralizada que permitiría al país desconectarse por completo de internet global. En cambio, aunque EE. UU. y Europa difieren en su postura sobre la naturaleza y la importancia de la privacidad, sobre los límites de la libertad de expresión y la forma correcta de regular las grandes tecnologías, existe un amplio acuerdo en que internet debe ser abierto e interoperable.

Estas tendencias significan que, mientras los países grandes antes dependían de su tamaño, su fuerza militar o su influencia económica, ahora cada vez más también ven la tecnología (y no solo la militar) como una de las claves para mantener y extender su poder. Este paradigma, conocido como “tecnonacionalismo”, se basa en dos supuestos cruciales: primero, que un liderazgo tecnológico temprano ofrece a los países la ventaja competitiva, y segundo, que el dominio en ciertas tecnologías, como la inteligencia artificial (IA), les pondrá por delante en otros campos. Estas hipótesis no necesitan ser verdaderas para generar influencia. Según su lógica, ningún país puede permitirse que sus competidores se impongan.

Un ejemplo fue la decisión del Departamento de Comercio de EE. UU. en octubre de 2019 de añadir 28 empresas chinas a su “lista de entidades”, empresas sujetas a restricciones comerciales. En dicha lista figura la mayoría de las principales empresas de inteligencia artificial chinas, como iFlytek, SenseTime y Megvii. Aparentemente, se agregaron como castigo por facilitar terribles violaciones de derechos humanos contra los musulmanes uigures en Xinjiang (China). Pero un resultado secundario fue el de impedirles competir con las empresas estadounidenses.

Más recientemente, en mayo de 2020, la Casa Blanca publicó un documento de estrategia en el que acusaba a las autoridades chinas de explotar “el orden libre y abierto basado en normas” y de intentar “remodelar el sistema internacional a su favor”. Pide nuevos procesamientos por robo de secretos comerciales y sistemas más contundentes para evitar que las empresas chinas adquieran tecnologías avanzadas, como la “hipersónica, la computación cuántica, la inteligencia artificial y la biotecnología”. Posteriormente, las autoridades estadounidenses endurecieron las restricciones contra el gigante chino de la electrónica Huawei al impedir que la empresa utilizara la tecnología o maquinaria estadounidense para fabricar sus chips. A finales de julio, la administración Trump ordenó abruptamente a China que cerrara su consulado en Houston (EE. UU.) alegando que era un centro de espionaje industrial. Como represalia, China cerró el consulado de Estados Unidos en Chengdu (China).

Mientras tanto, China sigue bloqueando a las empresas internacionales que se niegan a cumplir sus reglas, como aceptar la censura en los resultados de los motores de búsqueda, proporcionar a las autoridades los datos de los usuarios o entregar el código fuente del software y otra información patentada. También ha intensificado los esfuerzos para la “innovación masiva” y aumentó los subsidios a algunos sectores estratégicos como la inteligencia artificial, los chips semiconductores y la industria aeroespacial a través de los programas como “Made in China 2025”.

China también promueve sus empresas y tecnologías en muchos países para que compitan directamente con empresas estadounidenses, europeas y otras. A partir de 2015, los organismos chinos empezaron a promocionar la “Ruta de la seda digital”, centrada en la conectividad a internet, la inteligencia artificial, la economía digital, las telecomunicaciones, las ciudades inteligentes y la computación en la nube. Así ha generado inversiones en, al menos, 20 países, por casi 34.000 millones de euros, según la estimación de 2019 de la consultora RWR Advisory Group.

Países con inversiones de la Ruta de la Seda Digital de China

Los intentos de la administración Trump de separar de China las cadenas de suministro tecnológicas de Estados Unidos y su paralización de nuevos visados para los trabajadores extranjeros cualificados, anunciada en junio y extendida hasta diciembre, solo ayudan a China. El informe de Ishan Banerjee y Matt Sheehan publicado por el grupo de expertos Paulson Institute de Chicago (EE. UU.) encontró que la mayoría de los investigadores chinos estudian, viven y trabajan en Estados Unidos, a pesar de que los investigadores de IA con educación china produjeron casi un tercio de todos los artículos aceptados en la conferencia NeurIPS, la reunión de investigación de inteligencia artificial líder en el mundo. Si se ven obligados a irse, ese talento no se podrá reemplazar tan fácilmente.

Si Joe Biden es elegido presidente, no cabe duda de que su administración reconsiderará algunas de estas políticas. El asesor de campaña de Biden Jake Sullivan dijo recientemente en un evento del grupo Carnegie Endowment for International Peace (del cual soy miembro) que debería haber “menos intentos de frenar a China y más de correr más rápido nosotros mismos”. Pero, haga lo que haga Biden, la rivalidad para determinar las normas y estándares internacionales para las tecnologías críticas continuará.

La geopolítica de la represión

Otros países también utilizan la tecnología para promover sus agendas políticas. Incluso antes de la crisis de la COVID-19, el mundo estaba en medio de un resurgimiento autocrático. Los investigadores del proyecto Varieties of Democracy estiman que 2.600 millones de personas, o el 35 % de la población mundial, tienen restringidas sus libertades políticas.

Los países autocráticos usan una serie de tecnologías digitales para hacer frente a la disidencia, mantener el control político y permanecer en el poder. En mi investigación anterior y en mi último libro, documenté cómo las ciudades de Kenia, México y Malasia emplean tecnología china impulsada por IA para vigilar a los ciudadanos. También hablé de cómo el software espía de empresas israelíes y estadounidenses ayuda a los agentes de inteligencia en Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Egipto a controlar la disidencia y rastrear a las personas destacadas de la oposición; y cómo las campañas de censura y desinformación permiten a las autoridades de Tailandia y Pakistán reprimir las críticas y ocupar los canales digitales con discursos a favor del gobierno.

Países con capacidades de vigilancia pública impulsadas por ‘big data’ e IA

Es mucho más probable que los regímenes autocráticos utilicen estos instrumentos para la represión, pero las democracias a veces también los usan para limitar los derechos civiles. En Estados Unidos, por ejemplo, según el grupo Freedom House, la policía ha utilizado tecnologías como drones, reconocimiento facial y vigilancia de redes sociales en respuesta a las crecientes protestas del movimiento Black Lives Matter.

La pandemia ha acelerado este deterioro de las libertades individuales. Los datos recogidos por el especialista Samuel Woodhams del grupo de privacidad digital Top10VPN muestran que, desde julio de 2020, 50 países han introducido aplicaciones de rastreo de contactos, 35 han adoptado medidas alternativas de rastreo digital, 11 han implementado tecnologías avanzadas de vigilancia física y 18 han impuesto censura relacionada con la COVID-19. Muchos países que utilizan estas técnicas son democracias.

El gran problema consiste en que los gobiernos están implementando la tecnología de vigilancia sanitaria sin la debida investigación o supervisión. Bahréin, Kuwait y Noruega lanzaron aplicaciones de rastreo de la COVID-19 intrusivas que “llevan a cabo de manera activa el seguimiento en directo o casi en directo de las ubicaciones de los usuarios cargando frecuentemente las coordenadas de GPS en un servidor central”, informó Amnistía Internacional en junio. Ese informe provocó que Noruega suspendiera el lanzamiento de su aplicación; pero Bahrein y Kuwait no lo han parado.

Por supuesto que la tecnología digital no es responsable del resurgimiento del autoritarismo, pero sí que ofrece ventajas cruciales a los regímenes indeseados. Este ataque antiliberal está ejerciendo una presión desmesurada sobre el orden internacional liberal y sobre las instituciones que lo sostienen, incluidas la ONU, la OTAN, la Organización Mundial de la Salud, la Organización Mundial del Comercio y otras.

China y Rusia son los países que más se beneficiarán de esto. De hecho, algunos expertos creen que están empleando una estrategia de “autoritarismo digital”: proporcionar tecnología poderosa para ayudar a los líderes antiliberales a consolidar sus regímenes, creando así una alternativa autocrática al orden internacional liberal.

Mi propia investigación sugiere que la mayoría de estos regímenes perseguiría estrategias digitales antidemocráticas incluso sin la ayuda de Rusia y China. De todos modos, hay motivos para preocuparse por la creciente difusión mundial de la tecnología china, como las redes 5G de Huawei, los teléfonos móviles Transsion y WeChat para el comercio electrónico y las comunicaciones.

Este aumento en su penetración no solo intensifica la dependencia global de la tecnología china, lo que incrementa su influencia, sino también de muchos productos, como de la app social WeChat o del Alipay Health Code (que clasifica el estado de salud de los usuarios y determina si se les permite viajar o ingresar a ciertos espacios públicos), que están diseñados para facilitar la vigilancia y la censura del Gobierno. Como Christopher Walker, Shanthi Kalathil y Jessica Ludwig escribieron este año en Journal of Democracy, “el PCCh [Partido Comunista Chino] ha estado forjando una síntesis cada vez más fluida que combina la conveniencia del consumidor, la vigilancia y la censura. Este modelo está ejemplificado por las plataformas tan integrales como WeChat… que incluye restricciones de contenido de base política y permite la vigilancia”.

Está claro que todas las tecnologías suelen ser armas de doble filo. Las herramientas digitales ayudan a los movimientos cívicos, a los periodistas y a los adversarios políticos. La capacidad de las redes sociales para movilizar rápidamente a los ciudadanos y aumentar las protestas masivas es una fuerte amenaza que ningún régimen ha neutralizado por completo.

También vale la pena recordar que, si bien la rivalidad entre Estados Unidos y China puede dominar los debates sobre el futuro de la tecnología, no es lo único que determina la dirección de las tendencias. La Unión Europea, por ejemplo, defiende cada vez más sus propias posiciones políticas independientes. Se centra en la ética, la privacidad, en la responsabilidad de las grandes empresas tecnológicas y en la transparencia para el big data y la inteligencia artificial. India, Brasil, Sudáfrica, Nigeria e Indonesia están decidiendo si intentar forjar sus propias agendas digitales o no tomar partido, enfrentando a China, Estados Unidos y la UE entre sí.

Aunque algunos analistas como Ian Bremmer del Grupo Eurasia advierten de un “gran desacoplamiento” entre EE. UU. y China, con graves consecuencias para la tecnología, hablar de una nueva Guerra Fría bipolar parece exagerado. Hay demasiados actores nuevos y demasiadas variables para creer que dos superpotencias monopolizarán las reglas de la tecnología en un futuro cercano. En cambio, es probable que seamos testigos de un aumento de la fragmentación a medida que surgen nuevas ideas, las nuevas plataformas obtienen más seguidores y una mayor cantidad de personas se conectan online por primera vez. Un mundo multipolar con nuevas y diversas fuentes de ideas, innovación, regulación e influencia geopolítica puede que no sea tan malo.

Fuente: technologyreview.es

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