La Ciudad de México se hunde entre 20 y 30 centímetros al año en promedio. Pero la subsidencia no es homogénea: Iztapalapa, Tláhuac y Xochimilco, al suroriente, son algunas de las zonas más afectadas debido a la perforación de pozos y a la extracción excesiva de agua.
A mediados de mayo, científicos del Servicio Geológico de Estados Unidos y de la Universidad de Rhode Island dieron a conocer un estudio en el que alertan que Nueva York se hunde entre uno y dos milímetros anuales debido al peso de sus rascacielos.
Según el artículo, publicado en Earth Future, el aumento de la urbanización, aunado al drenaje y al bombeo de aguas subterráneas podrían agravar el problema en la urbe de baja altitud en la que habitan más de ocho millones de personas.
Algo similar —con sus debidas proporciones— a lo que ocurre en la capital mexicana. De acuerdo con el investigador del Instituto de Geología de la UNAM, Sergio Raúl Rodríguez Elizarrarás, desde su origen, el desarrollo de la Ciudad de México y la zona metropolitana ha ido acompañado de la necesidad de abastecer de agua potable a sus habitantes. Por esa razón, entre 1920 y 1930, las autoridades iniciaron la perforación de pozos. Sin embargo, esto ha propiciado el desequilibrio del subsuelo.
«La Ciudad de México, sobre todo la parte del centro histórico y la parte central, se desarrolla históricamente en el lago de Texcoco (…) y en tiempos modernos, la urbanización sigue creciendo de una manera exponencial. Si a este crecimiento añadimos lo que se requiere para una urbe, que es precisamente el abastecimiento de agua potable, ahí viene la contraparte, entonces, ¿de dónde empiezan a abastecer a la ciudad de este líquido vital que es el agua? Pues del subsuelo, porque obviamente las fuentes externas de las cuales se abastece la ciudad ya no dan abasto», apuntó el científico egresado de la Facultad de Ingeniería Civil de la Universidad Veracruzana.
Ahora bien, añadió el académico, en la medida en que la zona metropolitana de México en la que habitan cerca de 21 millones de personas, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) continúa expandiéndose, la demanda de agua potable también se incrementa. Lo mismo que la excavación de los pozos.
«Se perforan más pozos y esto causa precisamente una descompensación en lo que es el subsuelo y, con esto, lo que se llama subsidencia, que tiene que ver precisamente con que el material o sedimentos sobre los cuales está asentada la ciudad pierden los espacios, pierden este volumen de agua en el cual están contenidos los poros del material y esto, aunado a la presión de las mismas construcciones, de todo lo que es el desarrollo urbano, genera un asentamiento y un hundimiento en todo lo que es esta cobertura urbana», declaró Rodríguez Elizarrarás.
Ángel de la Independencia: un testigo silencioso
Monumento, del latín monumentum, deriva de monere, que significa advertir. Entre las acepciones de advertir, se encuentran «llamar la atención de alguien sobre algo, hacer notar u observar» y «aconsejar, amonestar, enseñar, prevenir». Algo que durante poco más de 100 años ha hecho el Ángel de la Independencia, monumento y testigo silencioso emplazado en la avenida Reforma, una de las principales vialidades de la capital.
Fue en 1900 cuando la entonces Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas le encargó la construcción del Monumento a la Independencia, como oficialmente se llama la obra, al arquitecto mexicano Antonio Rivas Mercado, quien, por su parte, le encomendó la obra civil a su connacional, el ingeniero Roberto Gayol, reconocido por diseñar el sistema de drenaje de la Ciudad de México.
Seis años después, en 1906, cuando ya habían sido construidas las bases de concreto y se habían colocado cerca de 2.400 piedras, uno de los lados del monumento comenzó a hundirse. Entonces fue necesario demoler lo construido y diseñar cimientos nuevos. Si al principio la escalinata tenía nueve escalones en la base, con el tiempo se agregaron 14 peldaños más para proteger a la estructura.
Varios años después, el reconocido ingeniero Nabor Carrillo Flores estableció que el fenómeno debía atribuirse al bombeo de agua en pozos profundos y a los abatimientos piezométricos —descenso temporal o no del nivel alcanzado por el agua de una capa acuífera por la modificación artificial o natural— correspondientes.
Pero existen otros ejemplos que dan cuenta del hundimiento de la megaurbe. «Como resultado de toda esta serie de perforaciones de pozos que se realizaron y se han realizado históricamente, un hundimiento generalizado y muy acelerado sucedió primero en la parte central de la ciudad, tenemos ejemplos como el Palacio de Bellas Artes, como la misma Catedral Metropolitana, como muchos de los edificios que están dentro del centro histórico», señala Sergio Rodríguez.
Por esa razón, a partir de los años 40 y 50 del siglo pasado, las autoridades empezaron a migrar los pozos hacia la periferia, particularmente a Iztapalapa, Xochimilco, Tláhuac y algunas partes del municipio de Chalco, cuenta el experto.
Por otro lado, la situación no es homogénea, pues el hundimiento es diferencial. Dicho en otras palabras, hay zonas que se hunden más que otras, lo que genera agrietamientos, aberturas o fracturas en el suelo, afectando a las construcciones e infraestructura de la capital.
«Nada más trasladaron el problema hacia otra parte de la ciudad y ahorita, los promedios de subsidencia en la ciudad son variables, en las zonas de Chalco, de Xochimilco o de Iztapalapa, han llegado incluso a promedios hasta de 20 a 30 centímetros por año, lo cual es realmente de asombrarse [porque] esto quiere decir que en 10 años son [al menos] dos metros», lamenta Rodríguez.
La periferia es la más afectada
Una de las zonas más afectadas es la avenida 20 de noviembre de la colonia Barrio San Mateo, en la alcaldía Tláhuac, al sureste de la capital. Según cifras oficiales, en el territorio habitan 4.982 personas, distribuidas en 1.300 viviendas.
En esa demarcación persiste uno de los últimos vestigios de lo que fue el Valle de México en tiempos de los mexicas: el Lago de los Reyes Aztecas. No obstante, estos antecedentes hacen de Tláhuac una zona fangosa, propensa a las inundaciones y con alto grado de sismicidad. Particularmente, la avenida 20 de noviembre presenta hundimientos y socavones constantes que se acrecentaron por el flujo de vehículos pesados y tras el sismo del 19 de septiembre de 2017.
De acuerdo con información de la Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil, en dicha avenida se presentan hundimientos diferenciados de entre 11 y 20 centímetros anuales en un tramo de cuatro calles. Pero los vecinos aseguran que la problemática se extiende a lo largo de más vialidades. Lo que los llevó a cerrar el paso y a colocar isletas para impedir el paso de transporte público y vehículos pesados, cuyo tránsito aceleró el deterioro de las viviendas.
Al respecto, Rodríguez Elizarrarás explica que existen colonias de la periferia de la ciudad, sobre todo en Tláhuac a Iztapalapa, en las que «prácticamente las pérdidas son totales». Por esa razón, consideró fundamental que la regularización del crecimiento urbano, así como el ordenamiento territorial, tomen en cuenta estas características.
«Si queremos realmente poner una especie de límite y que estos impactos en realidad puedan llegar a ser considerablemente menores, se tienen que tomar en cuenta los estudios de regularizaciones, de ordenamiento y que las zonas que no son aptas ya para el crecimiento urbano, deban de ser limitadas (…) la ciudad puede crecer en otros aspectos», puntualizó.
Fuente: sputniknews.lat